domingo, 18 de diciembre de 2011

VIVENCIAS EN UN BUS . NOVELA CORTA ( XIX )

--¡Igualito que te llamó a ti este caballero para editar tu novela, mi amor! –responde Toni entre risas-, también ellas tienen derecho a ser famosas...
  --¿Qué te ocurre, Blas?, de veras que te encuentro muy extraño.
  --No, no, será la melancolía que me produce pensar en tener que dejar esta ciudad e irme con los Pacos a Barcelona. NO es que no quiera ir a ver a mis hijos y a mi nieto Rubén Darío, que se portan de maravilla conmigo, es que no quiero dejar mi casita, mi cama, mis cosas...
  --Bueno, chico, lo mejor es tranquilizarte y pensar que a lo mejor ni te tienes que ir, puede que la vida nos cambie los papeles en el momento que menos lo esperemos –trata de animarlo Tomás-. Yo me despido, señores y señorita; ha sido un gran placer conocer a este chofer tan jovial y espero volver a viajar con todos ustedes muy pronto.
  Se estrechan las manos y el editor baja en el museo fallero, quizá vaya a ver alguna muestra para escribir él  algún libro o comprobar la veracidad de alguna obra ajena en la que intervenga la falla o los falleros. Nosotros seguiremos hasta el regreso  al punto de partida, para depositar nuevamente a la gente que volverá de la playa, seguramente llenos de arena, con olor a yodo y a mar, y con los rostros, a buen seguro, tostados por el sol y el viento que hoy es del sur.


  ¡Santo cielo, cómo pasa el tiempo!. Hoy nos hemos llevado todos una sorpresa que, no sé si decir que es grata, extraña o agradable.
Toni ha venido a las siete en punto a coger el bus, que parte nuevamente de la avenida de la Constitución. Pero algo le ocurre; sus ojos brillan fugazmente, su cara dibuja una sonrisa sin límites. ¿Tendrá programada ya su boda?
¡Ay, qué obsesión!, ¿pero a mí qué me importará si se casa, se cose o se zurce? Si sigo así, acabaré loca de remate y sin poder seguir la historia.
  NO puedo remediarlo ni aguantar más mi curiosidad, de modo que al subir a mi asiento, a su lado, no puedo menos que preguntarle con toda mi mala intención:
  --¿A qué se debe ese júbilo, es que te casas ya?
  Toni, que tiene una inteligencia bien aguda y además creo que sospecha mi suspicacia, se vuelve hacia mí con voz un tanto dolida:
  --NO, no me caso. ¿NO puede haber nada más que una boda inminente para que uno esté gozoso?
  --Sí, sí, puede haber también un inminente paternalismo, por un hijo que se espera, puede haber....
  Toni no respondió. ¿NO iba a averiguar lo que pasaba, sólo por ser tan impulsiva y haber hablado sin fundamento? ¡eso era imposible!
  --¿NO podemos pues compartir tu alegría, tan íntima es?
  --Mi alegría, para que te quedes tranquila y a gusto, se debe a mi cambio de cometido. Desde la semana próxima, este bus no recorrerá la ciudad día a día, sino que pasará a hacer largos recorridos, se nos ha contratado a unos cuántos para hacer excursiones por y fuera de Valencia, de modo que si lo que tú quieres es contar a los lectores las vivencias de un bus urbano, la semana entrante dejarás de venir conmigo, y por lo tanto, desaparecerá de tu cara ese constante mohín de rabietas que te acompaña.
  --¿Qué? ¿dejar yo de ir en el bus? ¡no, rico mío, eso sí que no! YO entré aquí con la ilusión y la obligación de contar a los lectores cuanto aquí se viva, y sólo me iré cuando yo lo desee. Si cambiamos de cometido para hacer viajes largos, los haremos juntos, si quieres como si no, a no ser que me llames a juicio y salga yo malparada.
  Las palabras me salieron a borbotones; no me pensé ni una sola frase de las que dije, nada medité. Toni, moviendo la cabeza con tristeza pero muy firme, me espetó:
  --NO me tomaré la molestia de ir a juicio sólo para echarte de este coche. Pero quiero que sepas desde ahora mismo, que tampoco me la tomaré para fijarme en ti ni contarte la vida y  milagros de los viajeros, como vengo haciendo desde que te conozco, de modo que tú verás cómo te ingenias si quieres contar las anécdotas que ocurren aquí.
  La sangre se me subió a la cara, la rabia me cegaba por completo. Por un momento pensé que si la expresaba en palabras o gestos, haría el más absoluto de los ridículos ante los viajeros, de manera que volví la espalda a Toni, y esperé a que subiera más gente para poder contarles algo. Pero mi cabeza daba vueltas pensando en la manera de ingeniarme, ahora que este tipo no me dirigiría la palabra, para seguir aquí como si no estuviera él. ¡Difícil tenía el papelito por ser tan impulsiva!

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