martes, 6 de diciembre de 2011

VIVENCIAS EN UN BUS . NOVELA CORTA ( VIII )

III

  Ha pasado ya otra semana en la que no ha habido incidencias especiales en este bus. Pero hoy, a primera hora de la mañana, ya me he tragado uno de los peores tragos desde que llevo trabajando para ustedes.
  Son las nueve de la mañana de un martes; me dormí. NO sé porqué pero aunque dicen que los lunes son  el peor día de la semana por aquello de comenzar otra larga semanita laboral tras el descanso festivo del sábado y domingo, para mí hoy martes ha resultado mucho peor que ayer. Ya me levanté demasiado tarde y cuando fui a esperar el bus, obviamente ya no estaba en esta parada. De modo que me he sentado en el banquito y he esperado la segunda vuelta.

  Al subir al coche he buscado mi asiento, el que siempre me reservaba Toni el conductor a su lado, como habíamos quedado el primer día de mi incorporación para poderle contar a ustedes todo cuanto se vive aquí con todo lujo de detalles.

Junto al chofer, que por cierto hoy está más sonriente y guapo que nunca, iba sentada esa señorita escritora que si no recuerdo mal era de Veracruz y se llama Irma. La miro de mala gana y me coloco donde puedo, pero no sin antes dedicarle a Toni un seco “¡buenos días!” al que no sé siquiera si me ha respondido. Me siento al lado de una persona conocida, creo que es....

  --¡Yo creo que nos conocemos, ¿verdad? –me pregunta el susodicho señor con toda amabilidad.
  --Creo que sí; usted es un señor que le llaman Paco, ¿no es así?
  --Paquito me suelen llamar los amigos. ¿Le ocurre algo, señorita? Veo mal pero creo que tiene usted mal día hoy.
  La observación me ha escocido; eso de que alguien, y más siendo algo corto de vista, me adivine el temple que tengo, me crispa, así que muevo la cabeza negativamente pero no digo una palabra.
  Vamos a llegar a la Ciudad Universitaria; en la parada que hay frente al Parterre, sube muchísima gente. Entre ellas veo a otras caras conocidas: la niña traviesa que hace una semana iba con su madre y se peleó con un perro-guía, acompañada por la madre, sonriente, radiante, que va seguida de Xander y su dueño. La pareja parece feliz, se sientan juntos y ella coge a la niña en brazos, intentando sujetarla en su regazo, pero la chiquilla traviesa se levanta de un salto y se sube a las piernas de Eusebio, que la abraza con suma ternura.

A los pocos minutos, Paco se levanta del asiento, me dice adiós con la mano y se dirige a ellos.
  --¡Chico, Xeby, como vas tan bien acompañado, parece que ni te enteras de quien tienes delante de ti!
  --Perdona, esta mocosa no me deja ni a sol ni a sombra. ¿qué has hecho en este tiempo que no nos hemos visto?
  --Nada, absolutamente nada. Bueno, sí, trabajar como un tonto. ¿Y tú, cómo lo pasas? Te veo más alegre que antes. ¿cómo has hecho para dar ese cambio?
  --es muy largo de contar. ¿Recuerdas que la última vez que nos vimos me bajé en la misma parada que Cristina y la niña?
  --Sí, lo recuerdo, ¿y...?
  --¡Tuvo la osadía de seguirnos hasta nuestra casita! –se atrevió a decir Cristina sonriendo abiertamente.
  --¿Y cómo supiste que esa era la casa de cristina? ¿La has ido a buscar posteriormente, so pillo?
  --Le debo todo a este torbellino de niña y a mi Xander, que cada día me sorprende más con su inteligencia. Yo las seguí porque la niña hablaba y hablaba sin parar y su madre le respondía. Al llegar a su casita, la niña  dijo:  “adios perrito”, y entonces mi perro intentó entrar también en el portal. No le dejé, pero esperé a que pasara alguien y le pregunté qué calle era y qué número, y si conocía a alguna inmigrante que viviera ahí y tuviera una niña pequeña. Resultó que la interrogada era la vecina de la derecha de Cristina y me dio todo lujo de detalles sobre ellas. A partir de entonces, Xander y yo les hemos hecho alguna visita, y la niña acaba llorando cuando me voy. No puedo soportar esta escena y le prometo que volveré al día siguiente, así llevamos una semana y...
  --¡Sí, sí, entiendo!, y me alegro de verdad. Tú eras el que no se inmutaba ante una mujer, el que no se dejaría romper el corazón. Sí, sí, entiendo, Si un día tenemos boda, me pido el papel de padrino.

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