miércoles, 30 de agosto de 2023

AMOR ADOLESCENTE

 


Lucía y Alejandro, dos adolescentes soñadores e inquietos, vivían en un pequeño pueblo castellano-manchego.  Ambos compartían la misma escuela y, aunque se conocían desde que nacieron, fue en su último año de instituto cuando el caprichoso destino los unió de una manera especial.

Lucía, de cabello rizado y ojos color miel, era una chica muy creativa que siempre llevaba consigo un cuaderno donde plasmaba sus pensamientos y emociones.

Alejandro, de pelo oscuro, tez morena y mirada profunda, destacaba por su habilidad para tocar la guitarra y expresar sus sentimientos a través de la música.

Un día de feria local, Lucía se encontró sentada en un

banco, dibujando en su cuaderno. Alejandro pasó cerca y notó la expresión concentrada en aquel rostro.  Se acercó tímidamente y le preguntó sobre su arte. A partir de ese momento, las conversaciones entre ellos se volvieron una constante.

Juntos descubrían que iban teniendo muchas cosas en común: su pasión por la música, el amor a la naturaleza y la fascinación por las estrellas. Cada noche, subían a un pequeño mirador en las afueras del pueblo y pasaban horas contemplando el cielo nocturno mientras se contaban sueños y anhelos.

A medida que el tiempo pasaba, Lucía y Alejandro se sintieron cada vez más atraídos el uno hacia el otro. Sin embargo, también surgían dudas y temores propios de la adolescencia. No querrían arriesgar su amistad, pero tampoco podrían ignorar lo que sintieran. Los sentimientos se tornaron en melodías que ambos interpretaron con sus instrumentos, como si la música fuera el puente que conectaba esos dos corazones.

Mientras caminaban juntos por el parque, bajo un cielo teñido de tonos cálidos por la puesta de sol, Alejandro tomó valor y confesó lo que sentía por Lucía. La joven, con una mezcla de sorpresa y felicidad en sus ojos, admitió que también había estado enamorada de él desde tiempo atrás.

Así comenzaba su hermosa historia de amor. Se volvieron inseparables, compartiendo risas, confidencias y aventuras. Paseaban de la mano por las calles del pueblo, se internaban en el bosque para descubrir nuevos rincones, y juntos construían un mundo propio lleno de sueños y esperanzas donde solo ellos tenían cabida.

Poco a poco, iban reduciendo su círculo de amistades porque las horas nunca bastaban para encontrarse a solas.

Sin embargo, como en casi todas las historias de amor adolescente, también enfrentaban desafíos. Los miedos e inseguridades propios de esa etapa amenazaron con separarlos. En momentos de duda, encontraban consuelo en la música y en sus palabras compartidas. Aprendieron a apoyarse mutuamente y a crecer juntos, fortaleciendo aquel amor día a día.

El verano llegó a su fin, y con él, la perspectiva de la separación, ya que irían a distintas ciudades para continuar sus estudios universitarios.

Los chicos sabían que el futuro era incierto, pero se prometieron que su amor sería más fuerte que cualquier distancia.

Antes de partir, decidieron escribirse cartas, como si fueran notas musicales que llegaran al corazón del otro. A través de palabras y melodías, mantuvieron viva aquella relación apasionada, convirtiendo la distancia en un desafío que fortaleció ese vínculo.

Pasaron años, y cada verano, Lucía y Alejandro se reencontraron en aquel pequeño pueblo que los vio crecer y enamorarse. Juntos siguieron visitando el mirador para contemplar las estrellas, grabando los momentos compartidos y planificando un futuro en familia.

Ninguno de ellos parecía dispuesto a intentar mantener otras relaciones, algo que daba que hablar entre compañeros de Universidad y vecinos del pueblo. Unos se burlaban de aquella entrega tan generosa, afirmando que no era nada común en la actualidad. Los más discretos admiraban a aquellos muchachos de tan férrea voluntad, comparándolos con Romeo y Julieta.

Lo cierto fue que aquella historia de amor de Lucía y Alejandro se convirtió en una leyenda en el pueblo, inspirando a otros jóvenes a vivir sus emociones sin miedo.

A ella le costó más terminar su licenciatura, añoraba a su novio noche y día sin lograr apenas concentrarse en los estudios.

Alejandro trabajaba en todo aquello que el fin de semana le ofreciera, procurando reunir dinero para escapar junto a ella alguna vez. Pero cuando llegaba el momento de la separación forzosa, los dos se hundían en un abismo del que cada vez les era más duro salir. El frío whatssap con sus vídeollamadas solo aumentaba el deseo de la unión física; las redes sociales donde los dos compartían fotografías o publicaciones les resultaban ya aburridas y acrecentaban la pena de no poder revivir aquellos momentos.

Aquel último encuentro, sin embargo, en lugar de lágrimas de aflicción les trajo torrentes de felicidad. En ambos currículums brillaba ya una carrera profesional que les permitiría afrontar el futuro juntos como siempre habían deseado. Pero además, el vientre de Lucía se iba engrosando más y más. La semilla que plantaron tras una de sus escapadas, había dado su fruto, y solo les quedaba recibir la cosecha dentro de dos meses. Ya sabían que a partir de ahí, tendrían que dar biberones, cambiar pañales y pasar noches enteras meciendo a su preciosa Esmeralda.

Y así, su amor perduró en el tiempo, trascendiendo las barreras del espacio y la edad, demostrando que cuando dos almas se encuentran, el universo conspira para que ese amor brille eternamente.

María Jesús Cañamares Muñoz