viernes, 23 de septiembre de 2022

A BOCADOS

Este relato que os presento de mi autoría lo mandé a un concurso
gastronómico convocado por la revista CON MUCHA GULA. No resultó premiado y aquí os lo dejo con mucho cariño y mejor apetito. ¡Que aproveche!

 A BOCADOS

 ¡Decidido!: Mi próxima y sabrosa ruta la haría por Cuenca y su provincia. Una ciudad encantada y encantadora.

 Estaba dispuesta a disfrutar a tope y comérmela a bocados con mucha gula.

Partí a las 7 de la mañana de un Madrid asfixiante. Y al llegar a mi destino, lo primero que hice fue encaminarme a la cafetería de la plaza del mercado para tomar un buen café con churros recién hechos que me supieron a gloria. Al entrar en el establecimiento, me llamó mucho la atención la conversación que mantenían dos clientes:

             – ¡Vaya fresquete que hace, copón, y sin caer una gota!

             –A mí lo que me jode es esperar tanto tiempo para que me sirva este guacho, que no deja de cascar y se van a poner los churros más blandos que un chicle. Parece que si mueve el mondongo le da un apechusque.

             -Ya lo he llamao yo tres veces, y el samugo ni mirarme. ¡La madre que lo parió!

             El aludido me sirvió mi café con dos porras grandísimas que consumí de inmediato. Ya me iba a levantar para pagar la cuenta, cuando volvió ofreciéndome una copita de Resoli. Nunca había probado esa bebida, típica de la ciudad y quise antes saber su composición. La

botella que la contenía llevaba talladas Las Casas Colgadas, y el camarero me explicó que la bebida se componía de agua, café, anís o aguardiente, corteza de naranja, canela y clavo. La curiosidad me picó y bebí un sorbo. ¡Delicioso!, no pude evitar acabar la copa, y, agradecida, di propina al chico y salí con la sonrisa en los labios recordando aquella conversación tan peculiar de los conquenses.

Con el estómago cumplidamente complacido, seguí mi camino en busca de un hotel donde alojarme, pues no tenía intención alguna de volver a Madrid el mismo día. La ciudad estaba llena de luz y alegría dada la estación primaveral en que nos encontrábamos.  No me fue difícil encontrar hospedaje en el Hotel Parador De Cuenca, que se ubica en la Hoz del río Huécar y antiguamente fue un convento. Dejé mi equipaje y salí para observar la panorámica espectacular de sus alrededores mientras esperaba,  junto con otros pasajeros, el coche que nos llevaría por esa ruta.

Llegó a la media hora y nos dirigimos a Caracenilla para probar sus variados y exquisitos quesos hechos en la quesería La ermita.

Queso omega curado; de oveja al romero; de oveja con aceite; tierno; de mezcla; queso de cabra; allí todo tiene cabida. Todos entraron en mi paladar y se deslizaron por mi estómago. Sin duda el que más me satisfizo fue el tierno y de ellos compré.

 Seguimos la ruta y desembocamos en un puente romano muy bien conservado. Las vistas paisajísticas no podían ser más bellas.

 El autobús nos transportó a un mesón para comer, o almorzar, como llaman allí a la comida del mediodía. Un local acogedor en el que pudimos probar manjares típicos de esta ciudad. El primer plato que nos presentaron me revolvió las tripas. Se llamaba zarajos, y cuando supe que se trataba de carne y tripas de cordero, no pude disimular mi rechazo. Venían pinchados en un palito. El camarero, sonriendo, me invitó al menos a probarlos.

 -Señorita, no le haga ascos, no lo mire, llévelo directamente a la boca y verá como son exquisitos.

 Obedecí con la náusea a punto de estallar. Pero ciertamente, su sabor era delicioso. Nada tenían que ver el aspecto con el gusto. No había acabado de coger el último zarajo, cuando en la mesa depositaron otros platos con morteruelo. Parecía puré pero nos explicaron que es una pasta con carne de perdiz o codorniz, tan abundantes en los montes conquenses, más hígado de cerdo, todo ello cocido y aderezado con pan rallado que luego era triturado formando dicha pasta.  Unas chuletas de cordero a la brasa siguieron llamando a mi estómago, que no pudo resistirse a la tentación de comerlas. Notaba la pesadez de una comida fuerte que no estaba hecha para mí, sin embargo, cuando llegamos a los postres y me presentaron una torta de alajú, hecha a base de almendras, pan rallado tostado, especia fina, miel y obleas, cuya receta data de la época andalusí según nos dijo la guía turística, la boca se me hizo agua y la voluntad añicos. No pensé que en unas horas pudiera caberme tanto manjar en el cuerpo, ni tan variado.

 Volvimos al autocar con fuerzas renovadas, e hicimos parada en el casco

antiguo de Huete para ver la histórica Iglesia de San Pedro y vimos sus los túneles que tiene bajo tierra. Paseamos charlando animadamente sobre las antiguas murallas de la localidad y subimos hasta lo más alto de Santa María de Atienza para divisar una increíble panorámica de toda la zona.

  Empezábamos a cansarnos; había sido un viaje intenso, sin desperdiciar minuto. Pero la guía anunció que faltaba lo mejor, a su parecer. Y el coche paró en las Bodegas Pago Calzadilla, donde nos ofrecieron una cata de sus variados vinos. Pensé que esa noche dormiría en el automóvil, sin ser capaz de llegar hasta mi hotel, tal era el revuelto que llevaba en mi cuerpo. En dichas bodegas hacía frío y yo no me había provisto de prendas de abrigo. Imitando la jerga conquense, miré a la enóloga y le dije con sorna:

         -¡Aquí hace fresquete!

         -No se apure usted que pronto se calienta el motor.

 Las bodegas y el viñedo estaban ubicadas en una zona rodeada de montañas en mitad de la Alcarria, con suelo algo pobre pero un viñedo muy rico y bien cuidado. Los licores se elaboran de forma artesanal, Recogen la uva de las cepas metiéndolas en cajas y rápidamente las introducen en cámaras frigoríficas para que fermenten. Es un trabajo duro y que requiere mucha profesionalidad, nos dijeron. Compramos cada quién lo que más nos apeteció: tintos, blancos, rosados, espumosos…  y, muy agradecidos por la amabilidad de sus dueños, nos despedimos para regresar a Cuenca.

Al pisar el suelo de la ciudad, noté las piernas adormecidas y la cabeza flotando en el espacio; no estaba acostumbrada al alcohol y había mezclado bastante entre el vino de la comida, el resoli del desayuno y la cata en las bodegas. Así que, pensándolo bien, dejaría para mañana la visita a la ciudad encantada, el ventano del diablo, el río Cuervo y lo que el día diera de sí. Ya no tenía fuerzas para permanecer despierta pero me sentía contenta de haber podido disfrutar de esa ruta gastronómica tan deliciosa.

Me di una ducha de agua templada, cubrí mi cuerpo con un camisón, y me metí en la cama. Al instante, un gran relax me embargó entera, haciéndome sentir en el Paraíso Celestial.




domingo, 11 de septiembre de 2022

PREGÓN DE LAS FIESTAS EN HONOR AL SANTÍSIMO CRISTO. Jábaga 9 de Septiembre de 2022

 


Buenas noches. Sr. Alcalde, José Luis Chamón, concejales y concejalas,  familia, vecinos, amigos:

 Antes que nada, quiero expresar mi agradecimiento total a María, Sara y Rebeca, por decidir contar conmigo para esta difícil tarea, que es un pregón, y también por darme  la oportunidad para expresar una vez más, mi amor por el pueblo que me vio nacer y en el que espero acabar mis días. Honestamente no me explico porqué estas tres chicas se han ido a fijar en mí como pregonera. Quizá porque saben que, si tengo un poco de ayuda, a mí no se me pone nada por

delante y me pongo al mundo por montera. O a lo mejor, cuando decidieron ir detrás de mí, estaban animadas por alguna cervecilla y su vista era más o menos como la mía. Bueno, ellas sabrán. El caso es que este pregón es una gran responsabilidad, por no decir una faena, porque para hacerlo bien hay que valer… Y la verdad es que me gustaría llegar al menos a la altura de las sandalias de todos los pregoneros y pregoneras que me han precedido, que son la caña.

 Pero también es verdad que, A pesar de lo complicado del panorama actual ahora mismo, estas cosas ayudan mucho a levantar cabeza.

 Estas jóvenes, que, junto con Sofía y Alba retomaron la marcha de la asociación de vecinos tras 2 años de pandemia, , han sido muy valientes, dedicándose, ,  pesar de muchos contratiempos, a trabajar sin descanso para prepararnos las mejores fiestas. Prueba de ello es la semana cultural que organizaron del 8 al 14 de Agosto, con actividades para todos los gustos y edades. ¡Olé por vosotraaaas!

Las fiestas del Cristo de este año, tienen que ser muy especiales, pues hay motivos para ello; porque además de honrar  a esta imagen sagrada, nos debemos sentir orgullosos de haber llegado también a celebrar las bodas de oro de nuestra mancomunidad, ostentando la presidencia de honor de los actos, nada más y nada menos que ¡sus Majestades los Reyes de España! Y es que este alcalde nuestro, con lo chiquitillo que es, ¡ay que ver las cosas que alcanza! 

Pero no hay que esperar que nos den todo hecho. En lugar de decir: que lo haga el alcalde, que para eso está; que guisen otros, yo pongo la boca… hay que ser  los primeros en ofrecer lo que podamos..  Así es como marchan estas cosas. Si queremos que venga gente a vivir al pueblo, hemos de darles motivos, servicios, diversión, en lugar de quedarnos a la espera de que lo hagan otros.

Esta barca que es la asociación de vecinos, ha estado varias veces a la deriva, por falta de  timoneles y timonelas. Ha sido una pena porque se ha perdido mucho tiempo y casi, casi, se han echado por tierra todas las fiestas de antes. Hace dos años, estas jóvenes que he nombrado anteriormente decidieron agarrar de nuevo los remos y de  momento, van en la misma dirección, por el buen camino. Recientemente, esta Junta se acaba de renovar, y 3 mujeres nuevas, van a sustituir a Alba, Sara y Sofía. Yo quiero desearles a Mónica, Yolanda y Alicia todo lo mejor y animarlas a seguir, junto a maría y Rebeca, luchando en la barca contra viento y marea. Pero si no les empujamos y las relevamos, podrían acabar anclando la nave de nuevo, como les sucedió a tantos vecinos que quisieron hacer algo por el pueblo. y, creedme que los que perderemos seremos los propios vecinos.

Esta tradicional fiesta se remonta a los años 40 aproximadamente. Nuestros padres y abuelos, con menos recursos que nosotros, lo pasaban en grande. Con sus propias manos preparaban barreños de zurra que a más de uno le adormecía los sentidos.

 Acompañaban a la zurra las tortas amasadas por las

mujeres en el salón del baile y que cocían en el horno del pueblo. ¿Y el baile, qué? Pues el baile estaba amenizado por el acordeón de Bienve, el del molino, que venía desde Cólliga o Colliguilla,  y con un solo instrumento tenía a mozos y mozas toda la tarde danzando por el salón, y si había ocasión de ligar, , pues nadie la desperdiciaba, seguro. Hoy en día, nos dan todo servido: las tortas en las panaderías, la música con alguna disco móvil o un grupo musical… Pero hay que organizarlo todo, ya lo sabéis.

Las fiestas del Cristo no son solo comida, bebida y baile. Hay un acto religioso para el que nuestro actual párroco, don Patricio, tiene que preparar una misa especial, con homilía para la ocasión.

Hay también procesión, con la imagen que pesa lo suyo, recorriendo el pueblo en andas aún más pesadas, que han de sostener los brazos de hombres altruistas y que se ofrecen de forma voluntaria para sacar al Cristo a que le corra el aire una vez al año. Y esos hombres no se llevan nada a sus casas, a no ser cansancio y dolor de espalda. Por eso, merecen toda mi gratitud y respeto, porque sin ellos no tendría

razón de ser esta fiesta. Así pues, os pido por favor, que haya refuerzo. Pensar que algunos de los hombres que vienen sacando la imagen desde años atrás, ya tienen cierta edad y sois los jóvenes, si queremos fiesta, los que tenéis que prestaros al relevo.

 Y como tengo tan buen olfato, (que a falta de vista y oído, buena es la nariz), voy a ir terminando, porque ya me huele al humillo de las lumbres, donde seguramente, se asarán las sardinas, que, regadas con  abundante vino o cerveza de la buena, darán cumplido gusto a los estómagos.

Os invito, pues, a disfrutar de todos y cada uno de los actos que componen estas fiestas, y olvidaros de momento de pandemias, guerras, recortes y cosas negativas..

 Amigos, vecinos: ¡al mal tiempo buena cara!

Estoy segurísima que este pregón no es el mejor del siglo. Pero sí es muy sincero el sentimiento y la ilusión con que lo he hecho. Espero de corazón, haber cubierto las expectativas de todos y de todas. Pero si no ha sido así, pues, como diría aquél: ¡El año que viene, más!

Y para despedirme: mi paz os dejo, mi paz os doy; ¡que os den morcilla, que yo me voy!

 ¡Viva el Cristo! ¡Viva el pueblo de Jábaga!

¡Viva el Cristo; viva el pueblo de Jábaga!

Fdo.: María Jesús Cañamares Muñoz.



lunes, 5 de septiembre de 2022

LA FARSA DEL AMOR

Sucedió en Paracuellos de la Vega, hace ya varios años. Y todavía lo recuerdo como si acabara de acontecer.

Antes de que comenzara la siega de la mies, mi primo había anunciado su boda. Yo recibí aquel anuncio con escepticismo y sin ilusión. No tenía claro si lo mejor sería unirse a Patricia, o seguir bajo las faldas de mi tía. Las dos tenían unos caracteres fuertes, les encantaba organizar las vidas ajenas, eran criticonas y trataban de manejarlo como si fuese una marioneta. El muchacho se parecía a su padre: dócil, cariñoso, responsable… Y amaba a su madre pero también a la que había elegido como futura esposa. Mil veces quedó entre las dos en alguna de sus trifulcas, y siguiendo mi consejo, las dejó enzarzadas sin decantarse por ninguna. Pero en esas ocasiones, Patricia pasaba a la furia y no se dejaba ver en varias semanas, hasta que él, condescendiente y humilde como siempre, le rogaba una cita para la reconciliación. Ocurría una y mil veces, y yo les animaba a optar por la decisión definitiva.

-Así no podéis vivir siempre. O decidís uniros, o separaros. Sabes que si te unes a una, deberás separarte de la otra, pero tienes ya 35 años y la vida pasa rápidamente.

Por fin parecían decididos a dar el paso...

Mi tía se negó a ser la madrina, delegando el privilegio en la menor de mis hermanas, pues solo dio a luz a un hijo. No me pareció buen comienzo esta postura pero nada pude hacer para evitarla. Era una mujer férrea en sus decisiones y no se le podía rebatir porque para todo tenía argumentos. Ella, como todas las madres, prefería lo mejor para su hijo. Y según decía, lo mejor era una carrera profesional que le permitiera vivir desahogadamente, y una esposa “fina”, con estudios y modales, no como ésta, “de pueblo”, sin porvenir alguno… Pero mi primo era de raíces muy arraigadas y tenía bien claro que no saldría de su lugar de origen ni de esos campos queridos y cuidados por sus manos.

El padrino, sin embargo, acompañaría en ese día tan especial con todo
orgullo, a su hija mayor. Mi primo y él se compenetraban a la perfección, ayudándose mutuamente en las tareas agrícolas. Pasaban largas horas jugando al tute en el bar del pueblo. Aquilino vio con buenos ojos aquel casamiento, que seguramente, le daría después varios nietos a los que consentir y malcriar a sus anchas. O eso pensaba él…

Su mujer, la señora Rosario, siempre se mantuvo bajo un respetuoso silencio, porque entre mi tía y ella había buena sintonía, pero le dolía en lo más hondo de su ser, la animadversión que ésta sentía hacia su hija sin razón aparente.

Patricia era de complexión fuerte, robusta, entrada en carnes. Con nariz puntiaguda, ojos pequeños y cara ancha. Sus manos denotaban buena disposición para trabajar en entornos rurales y tareas domésticas. Mi tía decía, con sorna, que le daba un susto al miedo debido a su fealdad física.

El noviazgo de Carlos y Patri transcurría tranquilo, sin prisas, con mil altibajos. Nos unía a los tres una estrecha relación desde niños, y muchas veces era yo su confidente o paño de lágrimas.

Habían decidido dar el paso, y teníamos que prepararles la despedida de solteros. Las amigas, hermanas y primas de la novia, la celebraríamos en el salón de actividades del centro de día. Adoración, la alcaldesa, nos lo cedió sin vacilaciones, a condición de dejarlo tan pulcro como nos lo entregó. Por la tarde teníamos preparada para la joven una sesión de relax a cargo de la especialista que contratamos, y una gran exposición de vídeos y fotos desde que ella nació, hasta la actualidad. Con sus más íntimos amigos, familiares, e incluso, con su futuro marido. Fotos y vídeos que la transportarían a sus vivencias de niñez y juventud. Gran trabajo nos costó aquel montaje, pero estábamos seguras de que sería algo imborrable en la memoria de la chica.

Los amigos y parientes de mi primo decidieron hacer la despedida en un lugar secreto del que jamás nos informaron. Por la noche, todos juntos, bailaríamos al son de una disco móvil que llegaría al salón para acabar la fiesta. Ninguno sospechaba –o al menos no lo hicieron notar- que sabían lo que les estábamos preparando. Pero nosotras sí conocíamos que a Patricia no le gustaba nada el lujo ni los alborotos, así que decidimos una despedida lo más sobria pero bonita posible.

A la hora acordada, decoramos una carreta con peluches, globos y un gran cartel donde estaban fotografiados los futuros esposos. Nos dirigimos a casa de la novia para subirla en ella y pasearla, entre risas y vítores, hasta la ermita de la Virgen de Gracia. Al abrirnos la puerta y ver todo aquello, la chica no pudo evitar correr hacia la casa con el rostro completamente colorado. De poco le sirvió, porque entre todas, la sacamos a la fuerza y en volandas. Le vendamos los ojos y aseguramos que la llevábamos a un convento. Quedó en el vehículo envuelta en todos aquellos simulacros de órganos genitales masculinos. Ella lo supo a través del tacto, porque privada de visión, no hacía más que extender las manos y tocar todo aquello.

Al llegar, lo primero que hicimos fue encaminarnos hacia el caño del Humilladero para refrescar nuestros cuerpos. Le quitamos la venda y la dejamos en la más absoluta indecisión. Ella intuyó que debía zafarse de nosotras si no quería ser empapada de agua. Era la chica muy ligera de piernas a pesar de sus kilos demás, por lo que no fue nada fácil seguirla a la carrera por aquellos campos llenos de follaje y arbustos.

Ya cansadas de correr y retozar, nos dirigimos hasta la Virgen de Gracia, para pedirle que la futura esposa fuese muy fértil y dichosa. Ella sentía un fervor ardiente por nuestra Imagen y rezó durante varios minutos. Me daba la sensación de que más que por su felicidad, oraba para que mi tía se quitase del medio y no fuera un constante obstáculo en su matrimonio. Quizá la Virgen de Gracia hiciera ese milagro… ¡quién sabe!

El mediodía llegó, y con las dos de la tarde marcadas en el reloj, deshicimos el camino hacia el pueblo para comer. Las mesas ya estaban adornadas con panes eróticos, manteles y servilletas de dibujos igualmente excitantes. La comida fue frugal, no queríamos empachos que luego impidieran a patricia gozar de su tarde de relax y emociones, además, andábamos con el tiempo muy justo.

En la sobremesa hubo bromas para todos los gustos, brindis y buenos deseos para los futuros cónyuges. Pero me pareció que Patricia no se acababa de sentir bien. Comió muy poco, apenas habló y miraba constantemente su teléfono móvil, que, al parecer, no sonó una sola vez en el transcurso del día. Normalmente, entre mi primo y ella se cruzaban al menos cuatro llamadas diarias, pero hoy, ni una sola vez hablaron. No quise preguntar nada para evitar que las demás notaran nuestra desazón y traté de animarla e invitarla a la sesión de relax que ya era inminente.

Las nueve de la noche marcó el reloj del salón cuando acabó el
constante chorro de diapositivas y vídeos que a todas nos hicieron recordar tiempos de mucha felicidad, y llorar emocionadas. Nadie tenía hambre y decidimos preparar el salón para el baile, retirando mesas y sillas. En dos minutos, solo quedaba una de las mesas en la que dejamos las viandas que habíamos pretendido cenar. Unos cuantos panes que habían sobrado de la comida, fiambre, sándwiches variados y algunas latas o litronas con espumosa cerveza.

Las horas seguían pasando, la música sonando, y allí no aparecía varón alguno, por lo que bailamos solas dos, tres, diez melodías. En el ambiente había inquietud y extrañeza porque no era así como pensábamos acabar el evento. Nadie decía nada pero los manjares y bebidas estaban intactos en su lugar.

Por fin, sobre las dos de la madrugada, se oyeron voces masculinas, y mucho ruido. No podíamos pensar sino que los hombres traían unas copas demás y alguna broma de muy mal gusto para nosotras. Para Gema. Pero alguien se nos adelantó impidiéndonos el paso. ¡Era el novio! Venía hacia mí, con cara de súplica. Mi corazón pareció partirse en mil pedazos. En un susurro, él me explicó:

-Prima, se acabó. No voy a casarme.

-¿Cómo? ¿Pero qué estás diciendo? ¿Ha sucedido algo?

Me abrazó y respondió sereno:

-Ha sucedido. He descubierto que el amor es una farsa. NO existe el amor eterno, y prefiero no jurarlo, ni por Patricia, ni por mi madre, ni por nadie.

No supe, no pude responder. Un nudo que me ahogaba se formó en mi garganta. Pero mi primo acudió a socorrerme. Se dirigió a todos, y contó su descubrimiento. La novia no se inmutó, en contra de lo que yo esperaba. Y con toda tranquilidad, resignada más que dolida, nos dijo:

-Los descubrimientos también se celebran, así pues, ¡que siga la fiesta!

 María Jesús Cañamares Muñoz

viernes, 2 de septiembre de 2022

DONDE ME LLEVEN MIS ZAPATOS.

Una vez más, empezamos el día discutiendo. Ya eran 12 años de
ataduras y servilismo. Pero no podía quejarme porque siempre  soltaba la misma ristra de refranes que me sacaban de mis casillas:

Zapatero, a tus zapatos.

Y yo, humillada ante sus _amiguetes_, me veía relegada a la cocina para prepararles puntualmente su comida.

Cuando ya tenían los platos llenos, mi marido no dudaba en mandarme de nuevo a cualquier sitio menos a su lado. Los amigos le amonestaban, pidiendo mi presencia allí pero él  respondía siempre con otro de sus refranes favoritos:

Molesta como piedra en el zapato.

Y en nuestras trifulcas casi diarias, no dudaba en decirme aquello de que no le llegaba  ni a la suela de sus zapatos, enalteciéndose como si fuese un gran señor, mientras que yo, a su lado, era una personita insignificante que solo valía para tareas domésticas o caprichos corporales.

Mil veces me planteé escapar de su lado, incapaz de soportarlo por más tiempo. Y cuando se lo decía, recibía la amenaza por respuesta.

Pero él sí se ausentaba muchas noches de la casa sin dar explicaciones.

Volvía a veces ebrio y al día siguiente desaparecía de nuevo sin dejar rastro. Cada vez llegaba menos dinero a mis manos y no sabía en qué otro lugar se quedaba, aunque comencé a sospechar…

Y una de aquellas noches, en las que el sueño se negaba a ayudarme, desde mi alcoba matrimonial escuché siseos, y hasta gemidos. Pensé que sería el perro llamando al del vecino. Pero cada vez esos gemidos iban en aumento.

Me levanté de la cama, cubrí mis pies con las chanclas y el cuerpo con una bata. Con sigilo me dirigí al lugar de donde escuchaba aquellos sonidos. Y…

¡Allí estaban, en el dormitorio que habíamos reservado para las ocasiones en que nos visitaran las familias o amigos! Sí, claramente pude distinguir, a la tenue luz de una linterna diminuta, dos figuras que retozaban en la cama al ritmo de risas y gritos de gozo. No lo dudé. Eran ellos: mi marido y su amante de turno.

Los increpé a ambos empleando todo el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española.

– ¿Qué es esto? ¿Por qué está aquí esta descarada? –inquirí con toda mi furia.

Ella soltó una carcajada y respondió tranquilamente:

 Zapato de tres, de la primera que llega es.

Siguieron su periplo sexual como si yo no fuera nadie.

Azotada cruelmente por el dolor y la rabia marché de nuevo a mi habitación. Imploré al Cielo que me iluminara con alguna idea para salir de este infierno.

Y cuando los ojos se me secaron, la luz acudió a ellos. Antes de que saliera el sol y se complicara mi huida, me dispuse a preparar una pequeña maleta con la ropa más precisa. Cogí mi móvil y la documentación, eché la última mirada a la que fuera mi casa durante tantos años, y, decidida a no volver la vista atrás, salí corriendo lo más veloz que pude para alcanzar la carretera que me alejara de esas personas que tanto daño me estaban haciendo.

No había andado ni 3 kilómetros, cuando detrás de mí, sonó una potente voz masculina, que me sobresaltó. Volví los ojos y encontré la mirada turbia e iracunda de mi esposo. Sus palabras resonaron en el campo como los truenos de una gran tormenta:

– ¿Adónde vas, desgraciada? Vuelve a tu sitio que es lo que debe hacer una mujer de su casa.

Me negué, tratando de soltarme de aquellas garras que me sujetaban los brazos fuertemente. Lo empujé hasta hacerle tambalearse y cayó al suelo, dando su cabeza contra una piedra.

Bramó, me maldijo, y yo seguí negándome a volver a su lado. Entonces recordé otro refrán que no vacilé en espetarle:

A la fuerza, ni el zapato entra.

Eché a correr de nuevo, dejándole blasfemar a gusto pero mirando a todas partes por si me seguía. Creo que más que correr, volaba, porque ni siquiera me di cuenta de que esa mañana no me pesaban los pies como otras veces. Cuando dejé de oír sus gritos me tranquilicé. Frené el paso y al borde de la carretera me paré para tomar aliento y un poco de agua fría que llevaba en la mochila. Nadie pasaba por allí y mi temor era no poder alejarme demasiado del lugar.

Pensé en subir al primer auto que me llevara a otro lugar. Pero me daba terror tanto si el chófer era conocido, como si no lo era. Siendo del pueblo, seguramente diría hacia dónde me había dirigido y pronto me encontraría mi marido. Si era un desconocido quien me ofrecía ayuda… ¿Dónde iría a parar? NO tenía experiencia de la vida; nunca salí de mi aldea natal. Allí me crie y casé; allí empezó mi sufrimiento al lado de un hombre sin corazón. Y precisamente, de ese lugar quería huir para siempre.

Las horas pasaban angustiosas para mí, sin ver un alma por los alrededores. Hacia las seis de la tarde, escuché un ruido de motor cada vez más próximo. Me asusté pensando si sería nuestro coche. Pero al tenerlo ante mis ojos vi que era el de una patrulla de policía. Se bajaron y me interrogaron para averiguar dónde iba.

–¿Podemos ayudarle en algo, señora?

Dudé si contarlo todo o rechazar su ofrecimiento. Temía que me estuvieran siguiendo haciendo cumplir las órdenes de búsqueda de aquel hombre que se empeñaba en poseerme a toda costa.

–Pues… no, gracias, no necesito más que una cosa, y ahí creo que ustedes pueden intervenir en mi favor. Pero temo a mi marido –les dije temblando: Deseo alejarme de él para siempre, por lo tanto, les ruego que no me busquen más.

Uno de los policías escribió algo en su Tablet, y después me aseguró que no iban en mi busca, sino en acto de servicio. Volvieron a ofrecerme su ayuda, y yo se lo agradecí pero desistí.

El otro agente, que hasta ese momento no había despegado sus labios, preguntó:

–Señora, ¿no sería mejor venir con nosotros y poner denuncia en la comisaría si tan mal le trata su marido? ¿Qué va a hacer, sola y sin protección alguna? ¿Dónde piensa ir a pasar la noche?

¡Donde me lleven mis zapatos! –respondí, tajante y segura de mí misma-. Son viejos y están desgastados pero confío en que todavía sirvan para alejarme de aquí definitivamente.

María Jesús Cañamares Muñoz