viernes, 21 de octubre de 2022

UN, DOS TRES: RESPONDA OTRA VEZ

Yo tenía 17 años y mi pareja de juego uno más. En el colegio Espíritu Santo, situado en Alicante, se iba a celebrar un año más, el final del curso escolar. Los que hubiesen cumplido la mayoría de edad dejarían el Centro y, las despedidas dolorosas para algunos, estaban a la vuelta de la esquina.

Una de las actividades de ocio para los sábados era el juego denominado Un, dos, tres, imitando al que dirigía en la televisión Mayra Gómez.

Algunas de mis compañeras hacían de azafatas, otras, de tacañonas. Había Ruperta o calabaza, además de premios atractivos. Me costó encontrar a alguien que quisiera colaborar conmigo, pero al fin, José se animó.

El día de nuestra participación él estaba muy nervioso, por lo que los aciertos fueron pocos. Sin embargo, en las pruebas para optar a los premios, su capacidad de elección resultó magnífica. Yo en cambio, estuve a punto de ganar la Ruperta por escoger el sobre inadecuado que mi pareja rechazó desde el primer momento. ¡Menos mal que cedí y le dejé la opción!

Las azafatas y el presentador intentaron por todos los medios

confundirnos empleando todas sus argucias para evitar que nos lleváramos el premio mayor. Pero Pepe fue mucho más inteligente que ellos y, al final, se decantó por un paquete voluminoso, el cual le atraía, además de estar muy bien envuelto.

Con escepticismo y emoción, fuimos desenvolviendo aquella caja cubierta por una gran cantidad de papel y celofán, hasta quedar así reducida al tamaño de una bombonera. Supusimos que el premio eran los típicos chocolates exquisitos y famosos fabricados en Villa Joyosa.

La sorpresa nos dejó atónitos cuando del fondo del paquete salió un papel escrito en braille, que decía: “Excursión a la Isla de Tabarca para cuatro personas”.

Nos abrazamos llenos de alegría ante la aventura, y elegimos a nuestros acompañantes: una pareja de novios que nos cuidaba en el internado, y que a falta de nuestra visión, nos prestarían su ayuda para disfrutar de aquel fantástico premio. Ellos se alegraron tanto como nosotros al comunicarles nuestro deseo.

Una mañana de finales de Junio, a primera hora, partimos los cuatro desde el puerto de Alicante.

El mar estaba tranquilo, sin embargo, el movimiento del barco se hacía notar, y a mí me daba pánico la posibilidad de quedar sumergida en el agua. Los tres reían al apreciar mis temores, pero yo deseaba salir de allí cuanto antes.

Una larga hora nos llevó el viaje hasta que por fin desembarcamos. Tabarca es la única isla habitada de la Comunidad Valenciana, situada frente a la ciudad de Alicante, y cerca del cabo de Santa Pola. Es un pequeño archipiélago compuesto, además de Tabarca, por los islotes La Cantera, La Galera y la Nao.

Lo primero que la guía turística nos explicó nada más pisar tierra fue que sus costas albergaron en el pasado un refugio de piratas berberiscos. En el siglo XVIII, Carlos III ordenó fortificar y levantar en ella un pueblo en el que alojar a varias familias de pescadores de Génova, cautivos en la ciudad tunecina de Tabarka. Las murallas que rodean su núcleo urbano han sido declaradas Conjunto Histórico Artístico y Bien de Interés Cultural.

Decidimos primero darnos un baño en aquellas playas transparentes que lucían la bandera azul y estaban llenas de visitantes. Mis acompañantes se hicieron la competencia mostrando sus habilidades náuticas. A mí me fue imposible por el miedo y, porque sabía que el sol se ensañaría con mi piel blanca, quemándola nada más exponerla a los potentes rayos. Así pues, decidí esperarlos bajo la protección de una sombrilla, dejando que las olas, con su música relajante, me adormecieran los sentidos. ¡Era una sensación de paz y bienestar que pocas veces había experimentado en mi vida!

Varios bañistas, al verme sola, se ofrecieron para acompañarme al agua, traerme algún refresco, o simplemente, charlar mientras José y los auxiliares volvían a mi lado. Debían estar pasándolo bien, pues los minutos corrían sin que hicieran acto de presencia. Ya me empezaba a preocupar por su suerte y por mi soledad. Me sumergí en el mar dos o tres veces aceptando el ofrecimiento de una joven socorrista de Cruz Roja muy solidaria. Disfruté del aire marino, el agua tibia y la suave arena de la playa. Volví al cobijo de mi sombrilla, hasta que por fin, aparecieron los tres eufóricos y rendidos por el ejercicio de la natación.

El gusanillo del hambre no se hizo esperar. Buscamos “EL TIO
COLLONET”, un acogedor restaurante y, degustamos el típico plato de la isla: caldero. Su nombre, tan curioso, se debe a que hace muchos años, este manjar se preparaba en calderos de hierro fundido. Sus ingredientes básicos son el arroz y el pescado.

En la sobremesa hubo charla, risas, brindis y mucho amor. Nuestros acompañantes se prodigaron todo tipo de atenciones, y Pepe no dejó ni un segundo de mostrarme su cariño. Entre nosotros siempre existió un compañerismo y camaradería excelente, pero no podíamos imaginar que iríamos juntos hacia una aventura digna de ser recordada.

Antes de que el sueño de la tarde nos invadiera, y aprovechando al máximo el día, marchamos a visitar el Museo de Tabarca, denominada también Isla Plana o Isla de San Pedro.

Dicho Museo, posee dos salas:

·La sala I, acoge documentación gráfica retro iluminada que muestra, a través de fotografías antiguas a las gentes, paisajes y costumbres. De esa isla, nos mostraron un audiovisual basado en las relaciones del hombre y el mar a lo largo de la historia.

Pudimos conocer el patrimonio que acoge Nueva Tabarca a través de la vitrina. Aunque a mi compañero y a mí no nos permitieron tocar nada, la otra pareja pudo ver una isla entre cristales.

·La Sala II, muestra los notables aspectos patrimoniales que posee Tabarca: su geografía y geología; la biodiversidad de sus aguas, así como el patrimonio etnográfico e histórico que le caracterizan.

Dentro de esa habitación se ubica también un espacio multiusos para prácticas de escolares, charlas y conferencias.

Cuando por fin recorrimos el museo y pensábamos buscar un sitio donde pernoctar, Eduardo descubrió la sorpresa que nos tenía preparada en agradecimiento a nuestra invitación para que nos acompañara. Dicha sorpresa consistía en una excursión por el fondo del mar. En el puerto, varios submarinos amarillos se exhibían esbeltos y nos invitaban a pasearnos bajo las aguas del Mediterráneo. Solo de pensar en lo que unos ojos sanos podrían encontrar allí me daba escalofríos. Pepe conservaba un pequeño resto visual, no sabía hasta dónde podría llegar a ver. Yo, quedaría privada de conocer aquellos horizontes, pero Paqui se encargaría de describírmelos lo mejor que supiera. Así pues, subimos a uno de esos pequeños barquitos y emprendimos la exploración:

Peces de mil colores, algún coral y especies vegetales marinas, entre otros. Toda una obra de arte creada por la Naturaleza se nos presentó a través de un corto recorrido. Y cuando el barco volvió a emerger a puerto, dimos por finalizado aquel divino viaje que quedaría grabado para siempre en la memoria de cada uno de nosotros.

Cansados pero felices, pasamos la noche en el Hotel Boutique con unas fantásticas vistas al mar y un servicio inmejorable.

Ahora, 40 años después, la isla de Tabarca y las emociones vividas por los cuatro aventureros, me llevan a pensar que aquello fue, para nuestros auxiliares, una “breve luna de miel”, y para nosotros, la experiencia y el premio más maravillosos que el Colegio nos proporcionó jugando al Un, dos tres: responda otra vez.

María Jesús Cañamares Muñoz



domingo, 9 de octubre de 2022

EL NOVIAZGO DE MI PRIMO

 Mi primo era raro, rarísimo. Yo lo sabía y se lo recordaba mil veces.

Mi tía hizo de él un ser aniñado e inútil, y cuando ella falleció, el joven se

sumió en una profunda depresión de la que ni médicos ni familia fuimos capaces de sacarlo.

Un día, nos anunció solemnemente que comenzó un noviazgo, cosa extraña en alguien como él, sin embargo, esa relación era un misterio para nosotros.

Yo lo adoraba y por más que me esforcé por entender esa cabecita, con ideas tan dispares, nunca lo conseguí.

El compromiso era de lo más insólito, ni siquiera se conocían en persona y él no desveló la forma de comunicarse con su dama.

Yo solo sé, que a diario me llamaba para contarme lo que ellos hablaban. Unas veces, le invitaba a visitarla, prometiendo mucho amor, paz y

descanso, le quitaría todos los sufrimientos que ahora lo aquejaban; otras, sus diálogos se basaban en amenazas y extorsión, ella iría a verlo de repente, lo arrastraría consigo quisiera o no. El temor lo hacía temblar de pies a cabeza, corría hasta mi casa y se refugiaba en mí. Cerrábamos puertas y ventanas herméticamente y, cuando se calmaba, me sentía impotente para hacerle volver con su padre. ¡Cuántas veces dormíamos juntos en mi cama, sosteniendo su mano entre las mías y los miedos desaparecían! A media noche gritaba convulso y decía que ella le volvía a amedrentar con sus provocaciones.

Al dolor por la pérdida de su madre se sumaron pronto las molestias físicas.

Una mañana radiante, en que trabajaba la tierra, el corazón quiso dejar de funcionar y otros campesinos, que se encontraban cerca, lo llevaron al hospital donde le diagnosticaron infarto de miocardio. Podría haber sido fulminante, pero, por esta vez, lo salvaron los especialistas, previniéndole de lo que podría suceder en un futuro. Mi primo fue desde entonces víctima también de la obsesión. Cada pequeña punzada que sentía, fuera donde fuera, se imaginaba el final. Mientras, su relación de noviazgo se convirtió en unos vínculos más tortuosos, con idas y venidas, y más penas que alegrías.

Una tarde, mi móvil comenzó a sonar de forma insistente. Era Él.

Seguramente me usaría de nuevo como paño de lágrimas. Cuando acepté la llamada, lo noté tan eufórico como rabioso.

–Voy a quedar con ella esta noche y de una vez por todas solucionaremos esta relación tan tormentosa. La enfrentaré sin miedo y con todo el valor de que pueda hacer acopio. ¿Qué se habrá creído?

Quise acompañarle para conocer a la novia y defenderlo de sus chantajes, si hiciera falta. Él se negó rotundamente; quedaron en su casa y me confesó que sentía unos latidos agudos a la altura del pecho izquierdo. Insistí en ir con él, pero siguió oponiéndose, ya que quería estar a solas con ella.

Por la noche fue imposible conciliar el sueño, pensando en aquella cita, el dolor de pecho y lo que habría pasado entre ellos.

En cuanto salió el sol me dirigí a la vivienda de mi primo, abrí la puerta con la llave que yo tenía y lo primero que vi fue el cuerpo agonizante del muchacho, con la mano en el costado y una caja de Tranxilium completamente vacía a su lado.  Lo zarandeé, le azoté el rostro y un hilo de voz salió de su boca desencajada:

 –Ya la encontré. Con sus garras segó mi vida. ¡Qué fea es!

María Jesús Cañamares Muñoz