domingo, 22 de diciembre de 2019

REGALANDO ILUSIÓN

MI querido amigo Javier: mis queridos seguidores:

Junto a mis mejores deseos de felicidad y prosperidad para todos en estas fiestas y el año que va a entrar, os obsequio con otro de mis relatos, el último que he escrito. ¡Y que os toque la lote a todos y a todas!

REGALANDO ILUSIÓN

  -¿Me compras lotería, Marina? Es de la asociación de sordos, A 5 euritos nada más: juegas 4 y donas uno.

  -¿Otra vez? ¡Ya estamos como todos los años!: Que si una papeleta para la asociación de sordos, 2 para la de, vecinos, el décimo del bar… ¡Y aún no me ha tocado un céntimo en mi vida! Dije el año pasado que ni uno más y ya llevo 80 euros malgastados!

  -¡Pero mujer, si es uno lo que donas!, ¿sabes el bien que puedes hacer con solo un euro? ¿Y si te toca este año? ¡Anda, no te enfades y cómprame una, solo una participación!

  -¿Y para qué traes lotería, si sabes que este es un pueblo sin ambiente, donde apenas quedamos 20 personas y todas mayores, sin ganas de nada?
  
-Pues precisamente para incentivar la ilusión, la esperanza, la solidaridad… Mira, Marina, toma, te regalo la papeleta y ojalá te toque el gordo, a ver si así aceptas ser mi pareja,  –le dijo Juan en tono seductor, tendiéndole el papel-.

 -¡Déjate de guasas, que ya se nos pasó la fiebre! Voy por el dinero, pero ¡ni uno más!, ¿entendéis? ¡Que no venga nadie con lotería!

  Él volvió a insistir en su ofrecimiento de regalársela, pero ella ya había desaparecido como un ciclón para salir al poco con los 5 euros.

  -¡Ay, no, regalada no, que entonces no toca!

 -¿También crees en supersticiones? Pues dentro de un rato volveré para que me enseñes todas las relacionadas con  la lotería de Navidad, así estaré preparado, “por si me toca”. Adiós, reina, y gracias por el donativo.

  Cerró la puerta, refunfuñando con el papel en la mano, dándole vueltas y más vueltas. “Si el caso es que un pellizquito no me vendría mal; solo quiero un poquito; no quiero ser millonaria porque a mis años, sin familia a quien dejárselo… ¡Y encima, para que esos del Estado se lleven también su parte! Pero, un segundo, un tercer premio… Podría viajar, conocer un hotel… adecentar este cuchitril donde vivo, con baldosas levantadas que algún día van a hacer que me rompa la crisma…”  Así siguió, unas veces lamentando el dinero que había gastado en lotería, y otras llena de esperanza e ilusión.

  Conforme pasaban los días, en el bar del pueblo, en la parroquia, donde don Patricio solo oficiaba misa los domingos y aprovechaba para pedir a los pocos feligreses que acudían dinero para arreglos o donativos en pro de la infancia, no se hablaba más que del sorteo de Navidad. Unos habían comprado décimos en todas las provincias españolas aprovechando cualquier viaje, o la visita de algún amigo al que se los encargaban. Otros, los adquirieron en asociaciones que frecuentaban, para intentar, después, , venderlas con el fin de recaudar fondos y colaborar con ellos. Otros, maldecían su mala suerte después de haber jugado toda su vida y no disfrutar  siquiera de un reintegro. Pero todos tenían en sus bocas la frase: “Ojalá me toque”. Marina, , con su carácter introvertido, que no inspiraba muchas simpatías, permanecía ajena a todo esto. Vivía sola, en una zona bastante despoblada.

El 22 de Diciembre, amaneció radiante, con el cielo limpio de nubes, y la temperatura invitaba al paseo. Salió a la calle para darse su caminata habitual. En las radios y televisores de los vecinos, se escuchaba a los niños del colegio de San Ildefonso, que cantaban los números emocionados y nerviosos. La Mujer llevaba en su bolsillo, “por si acaso” las participaciones que había comprado, revisándolas de vez en cuando.

  “2341”: ¡cuatrocie…. Marina ya no escuchó más. Con todas las fuerzas que su peso y edad le permitían, emprendió la carrera hacia su casa para ver la televisión y enterarse mejor. ¡Le había tocado, sí, no sabía cuánto pero le había tocado! Nada más sentarse frente al aparato, unos golpes fuertes en su puerta la hicieron reaccionar e ir a abrirla. Juan, temblando de emoción, la abrazó con dulzura, diciéndole al oído:

  -¡Te ha tocado el gordo, mujer de poca fe! Ahora, ¿qué vas a hacer?

  Los dos lloraron, rieron, se besaron, se abrazaron, y a Marina se le iluminó la mente con una idea que días después llevaría a cabo. Pero no se la contó a él. Cuando se hubo quedado sola, la plasmó en voz alta, para que todos los enseres de la casa se enteraran, sin temor a que la descubrieran.

  -A algunos de vosotros os arreglaré; otros seréis reemplazados. Viajaré, visitaré bellos lugares, hasta donde Dios me lo permita… Y reservaré un pellizquito para los vecinos del pueblo.  Cuando despierten, encontrarán  bajo sus puertas un sobre con LA correspondiente cantidad del dinero que a mí me sobra.

  Para no ser descubierta o atosigada, Marina dejó pasar varios días sin moverse de casa. Solo Juan sabía –o eso creían ellos- que se había hecho rica gracias a la lotería;  pero era un hombre discreto y nunca la delataría. Ejecutó su plan, sola, sigilosa, siempre amparada en la noche. Cuando los habitantes se levantaron por la mañana abriendo sus puertas y viendo el sobre, no pudieron contener el asombro ni la alegría. Marina viajó, se enriqueció con experiencias y sensaciones nuevas.  Y a su último viaje, fue con el alma en paz,  y el corazón henchido de felicidad, sabiendo que había devuelto ilusión y vida a las nobles gentes de este rinconcito de la serranía manchega.