viernes, 6 de enero de 2012

VIVENCIAS EN UN BUS . NOVELA CORTA ( XXXVII)

Tras la solemne ceremonia, oficiada por el Párroco, Don Manuel Alejandro, nos dirigimos al bus de nuevo para celebrar la comida en el hotel TRES ANCLAS de Gandía. Don Manuel Alejandro también es invitado.

  El hotel es de lujo, claro que los dos peques lo merecen.

  Es tremenda la cantidad de manjares que hemos engullido: que si canapés de mil clases, que si paella, que si pescado marinado, que si tarta de no sé cuántos sabores, que si vino de aquí y de allá, cava... licores...

Pero lo gordo viene a partir de la última copa. En el salón han quitado las mesas y han venido una tuna para amenizar un baile, baile al que todos –incluida una servidora- hemos de asistir so pena de que nos arrastren a la fuerza los cuatro burros que más han bebido.

  Venga besos, venga baile... Toda una barahúnda de chistes, gritos y vivas se acumula en mis oídos y repercute en mi cerebro casi obnubilado por las copitas demás que al igual que el resto de asistentes he ingerido.

  Lo que más preocupa a todos es Toni. Sabiendo que tenía que conducir el bus hacia Valencia, ¡oh, pecadora tentación la de beber y comer a destajo!, también se ha sumado a la juerga general. Irma tiene un careto que da miedo mirarla, no le habla una sola palabra. He de reconocer, a pesar de la tirria que le tengo, que ahora tiene motivos sobrados para estar de morritos con su querido. Sobretodo porque ella tampoco se ha deslucido en lo que a tragos se refiere, y entre los dos no son capaces de poner un solo pañal a Silvia.

Parece que el único cuerdo, el que no ha probado una gota de alcohol es el cura, quien, a una hora prudente, nos avisa a todos de que él tiene que marchar. NO sé si lo hace por verdadera necesidad de irse, o por provocar la marcha de todos.

Entre los más jóvenes (Rubén y Auxy, los Pacos de Barcelona hijos de don Blas, Cris, Xeby, Paco fuster y Lena, y Ana Nelys) se forma una banda que nos tiene a todos cantando y tocando palmas hasta media hora. Don Manuel Alejandro advierte que si no nos marchamos todos en el bus, él se tiene que ir sea como sea.

¿Pero quién se levanta, santo Dios? A todos se nos cae la cabeza. Los niños más pequeños lloran y piden siesta. ¡Esto es un verdadero caos!

  Toni, más triste que calentito por los tragos, anuncia que él no puede llevar el coche de ningún modo. Le ofrece a Jaime el volante, pero éste, inmediatamente, se niega a afrontar la responsabilidad, pues se siente francamente mal.

  Pasan las horas y nadie sabe sacar a los demás de esta compleja situación. El bus no lo puede llevar ninguno de los dos chóferes, muchos de los viajeros son ciegos totales y el resto no sabe qué hacer, sólo sabemos que allí no podemos seguir porque acabarán echándonos obligatoriamente.

  Todos nos preguntamos quién pagará las habitaciones reservadas en el hotel en caso de que nos quedemos a pasar la noche en él. Nadie contesta. Nadie sugiere nada, pero todos pensamos lo mismo: No  podíamos arriesgarnos a dormir en el vehículo, ni mucho menos a pasar por un accidente aún peor que el que tuvimos en el momento de dar Irma a luz a Silvia.
 
   El camarero se acerca a Don Manuel Alejandro y le pregunta qué hacemos ya en el salón, cuando deberíamos de haberlo abandonado hacía rato. El pobre Párroco, atorado, le cuenta un poco la situación, eso sí, sin decir que el chofer del coche es Toni. El camarero sale, y al rato viene acompañado de otro caballero de mediana edad, quien pregunta:

  --¿Van a quedarse aquí en el salón a dormir la mona, señores?
  Don Blas y don Tomás, algo más serenos, le responden:
  --Verá usted..., es que... nos hemos pasado, nos hemos salido un poco de madre... ¿NO tendría usted habitaciones para dejarnos pasar la noche?
  --¿Gratis? –pregunta el caballero entre guasón y preocupado- ¿quieren ustedes llenarme las camas de vomitados y demás regalos? ¡salgan todos inmediatamente de aquí, o se las verán con la policía!
  ¡la policía!, eso era lo que más temíamos. Si se sabía que Toni era el chofer y que a estas horas ya debía de estar en Valencia con toda la tripulación, a buen seguro que se quedaba sin carnet y sin coche, y eso no lo podíamos permitir. Pero no teníamos ni idea de cómo ocultarlo.
Don Blas, dirigiéndose al caballero amenazante, le sugirió.
  Caballero: si no tiene suficientes habitaciones para todos, no se apure; reserve las que pueda y en cada una dormiremos 3 o 4 personas como podamos, mañana se le pagará y además, si no da cuenta de lo sucedido, aún se le pagará mejor.
  NO parecía muy convencido el tipo, y menos al oír a don Blas hablar con la lengua medio trabada. Al cabo de un buen rato, nos anunció que sólo había cinco habitaciones, que en algunas había puesto tres camas y que nos cuidáramos mucho de no ensuciar más que lo preciso.
  --Y, cuidadín con armar ruidos, -nos dijo- de lo contrario, ya saben lo que viene.

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