domingo, 8 de enero de 2012

VIVENCIAS EN UN BUS . NOVELA CORTA ( XXXIX)

XII

  Éste es, queridos lectores, el último y más penoso capítulo de esta serie de vivencias que les llevo narrando. Todo llega y todo pasa, y ya estoy apunto de empezar una nueva vida, un nuevo reto que afrontaré, como todo el mundo, con todas sus consecuencias.
  He anunciado mi despedida para hoy, y todos los viajeros habituales del bus han venido para decirme el adiós que nunca quise que llegara pero que tuvo que llegar.
  Hoy vamos a ir por la ciudad, yo subo en la parada de la Plaza de España, donde ya casi todos me aguardan.
He traído unos dulces y unos refrescos (sin alcohol, claro, porque todavía me dura el recuerdo de la borrachera de hace unos días) para obsequiar a todo el que me acompañe en este día triste y nublado del mes de octubre.
¡Pero mi sorpresa es mayúscula!: un ramo de flores divino, me es entregado justo en la puerta del bus, con una tarjeta que reza lo siguiente:

  “En nombre de todos los aquí presentes, incluidos los perros-guías, y con todo nuestro cariño y gratitud”.

  La emoción no me deja articular palabra. Yo vine aquí con el propósito de experimentar como cronista, con la sola idea de divertirles contándoles las vivencias de este coche del señor Antonio. Vine sin esperar nada a cambio, ¡y me encuentro con este tremendo ramo de flores divinas: rosas rojas, dalias, claveles y tulipanes de varios colores.

  Voy besando a cada uno de ellos y dándoles las gracias llena de lágrimas en los ojos. Al llegar a Ton, no lo puedo remediar: me paro en seco y le tiendo la mano, pues a su lado está Irma, que a mí me parece que tiene la cara un tanto amohinada, y no quiero que por mi causa haya bronca. Pero el demonio del chofer, a quien para es al coche, me agarra de un brazo y me levanta la cara con la otra mano, riendo a carcajada.

  --¿Para mí no hay beso, señorita Pipi?
  ¿Cómo que Pipi? Yo no me llamo así. Lo miro entre guasona y un poco rabiosa.
  --¡Perdón, pero...!
  --¿Pero qué?
  --En mi agenda no está programado molestar a Irma, -fue lo único que se me ocurrió decir-.
  Ella se me acercó cariñosa y me dijo con la mejor de sus sonrisas:
  --No hay problema. Yo no soy celosa, y sé que lo has pasado mal con nosotros. NO creas que no lo lamento, pero si quieres, dale el beso que te pide aunque a mí me dejes con el aguijón de la avispa clavado en el alma y no me mires siquiera.
  ¡Qué horror, qué vergüenza la mía!, ella había descubierto todo. NO supe cómo salir del atolladero. Dí un ligero “coscorrón de labios” a Ton, y abracé a Irma con verdadera efusión.
  --NO te lo puedo ocultar. Fue una fascinación desde el primer día que subí aquí. NO quería dejarme llevar por mis sentimientos pero ya ves que en el corazón no manda nadie, ni siquiera la más férrea de voluntad. Pero ya pasó. Tú lo lograste antes que yo y eso no tiene vuelta atrás. Yo ya me voy, sólo os deseo toda la felicidad del mundo y que esta pequeñina –dije dirigiéndome a Silvia y cogiéndola en mis brazos- sea toda una señorita de bien.
  Besé a la niña como si de mi hija propia se tratara, sabiendo que a mi lado estaba el padre, del que me había enamorado locamente. Silvia me devolvía con sus manecitas las muestras de cariño, agarrando mi cara más bien con las uñas, y haciéndome caricias a su manera. ¡Cómo me habría gustado ser su madre!
  Acabadas las despedidas, paramos un momento para degustar los refrescos. Manuel Vergara se me acercó y me dijo al oído:
  --¡Espero no ser el payaso del circo esta vez, vamos!
  --No se preocupe, no tienen alcohol, -le dije riendo-. Pero de todos modos, ¡mire que nos hizo pasar un rato divino!
  --¡Sí, pues mi Paquiya también se me puso divina el día siguiente, todo el día enfurruñá y sin hablarme, menos mal que ya se le pasó!
  Ana y don Blas, junto con sus hijos los Pacos de Barcelona y con Rubén y Auxy, me entregaron una placa en recuerdo de mi labor como cronista. Ana estaba radiante de felicidad junto a don Blas, que la estrechaba constantemente junto a su pecho. Los señores Rodríguez Moreno me brindaron su casa en Barcelona por si algún dí atenía necesidad de ella, y poco a poco, todos fuimos bajando del bus con caras de pena pero con los mejores recuerdos vividos todos juntos.

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