miércoles, 6 de marzo de 2013

REPORTAJE: VIDAS AL LÍMITE (1)



El mundo en sus manos

JUAN JOSÉ MILLÁS 03/02/2008

Daniel Álvarez no sabe cómo es el mundo que le rodea. Jamás ha visto el rostro de su mujer o de su hija. Ni siquiera ha escuchado su voz. Es ciego y sordo, pero ha logrado llevar una vida normal. Trabaja en la ONCE y es presidente de la Asociación de Sordociegos de España. Viaja, asiste a congresos internacionales y juega con su hija. Sus cinco sentidos están localizados en sus manos. Atrapado dentro de su cuerpo, sin conexión con el exterior, ha aprendido a valerse por sí mismo y se comunica con los demás por medio del tacto. Él inaugura Vidas al límite, la nueva serie de Juan José Millás para El País Semanal.

He aquí el relato de una peripecia personal extraordinaria, la de Daniel Álvarez, que, sordo desde los cuatro años y ciego desde los treinta, ha logrado construirse una identidad y una vida que llamaríamos normales, si "lo normal" no nos pareciera tan opaco. Casado con Helen y padre de Natalia, una niña de cinco años, Daniel despliega una intensa actividad profesional que le obliga a viajar con alguna frecuencia dentro y fuera de España. Jefe de la Unidad Técnica de Sordoceguera de la ONCE (que ocupa a 16 personas), además de presidente de la Asociación de Sordociegos de España, posee la medalla Anna Sullivan, que es la condecoración más prestigiosa y antigua en reconocimiento al esfuerzo realizado a favor de las personas sordociegas.

Aunque Daniel está siempre en el interior de su cuerpo (como cualquiera de nosotros, por otra parte), el hecho de que ni oiga ni vea nos obliga a tocarle (como el que llama a una puerta) para hacerle saber que estamos ahí. Hay personas especializadas en tocar a los sordociegos, intérpretes que deletrean sobre la palma de su mano las palabras del interlocutor con un sistema llamado dactilológico, que Daniel ha perfeccionado con elementos procedentes de la lengua de signos, alumbrando un método nuevo al que denomina Dactyls. Existe otra forma de comunicarse con él: a través del correo electrónico, pues posee un ordenador adaptado que tiene, bajo el teclado convencional, una línea braille que traduce a este idioma el texto que aparece en la pantalla visual.

Gracias a este avance tecnológico, pudimos mantener una correspondencia por la que averigüé que había nacido, mediado el siglo pasado, en Olivenza (Badajoz), donde sus padres tenían un negocio de zapatería. Como tres de sus hermanos (son cinco), perdió el oído a causa de la estreptomicina, que en los años cincuenta se administraba sin control. Tanto sus hermanos como él son orales, lo que significa que, pese a no oír, aprendieron a hablar. A Daniel no resulta fácil entenderle a menos que estés muy familiarizado con su dicción, que ha perdido con el paso de los años una calidad que recuperaría recibiendo clases de logopedia para las que dice no tener tiempo. Al no oírse a sí mismo, su voz sólo está dirigida por su cerebro, de modo que ignora si habla alto o bajo, deprisa o despacio. Él afirma humorísticamente que las reuniones con los jefes le han estropeado el habla, porque siempre tienen prisa.

Aprendió a leer y escribir en un colegio de monjas de su pueblo, pero tomó la primera comunión sin haber aprendido a rezar, pues no era capaz de entender por labiolectura a la profesora, que, además de ser muy mayor, lo sentaba a su lado. Daniel movía los  ...

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