domingo, 22 de julio de 2012

Una sordociega total ha logrado una carrera universitaria

El mundo en las manos.
“¿Cómo son?”, es lo primero que pregunta Gennet Corcuera a Almudena Espinosa. “Él no tiene pelo y lleva perilla, ella lo tiene largo y pelirrojo”, le contesta. “Entonces a él le llamaremos ‘calvo”, pasa la mano por encima de la cabeza. “Y a ella ‘roja”, toca sus labios repetidas veces con su índice. Toda la conversación se produce en una combinación de lenguaje dactilológico —abecedario en la palma de la mano— y el de signos de sordos. Almudena traduce el diálogo. Ella es su mediadora. En la práctica, es la voz, los ojos y los oídos de Gennet, que no ve ni oye.

Así, mano sobre mano para entenderse —Gennet necesita sentir qué movimientos, que son palabras, hace su interlocutor—, han ido juntas los últimos seis años a clase. Almudena le ha traducido las explicaciones de los profesores. Gracias a eso, y muchas horas de estudio —“dos o tres todas las tardes”, dice—, Gennet, de 31 años, es la primera titulada universitaria sordociega de España, según la Organización Nacional de Ciegos (ONCE). A mediados de junio recibió su diploma en Educación Especial por la universidad privada Don Bosco (adscrita a la Complutense). Ambas le quitan importancia al logro.

“El mérito es todo suyo, yo soy solo una herramienta”, dice la mediadora. “No soy la primera, otros tienen carreras, pero no eran de mi tipología: sordociegos totales congénitos”, puntualiza.

Al final, reconoce su esfuerzo: “Ha sido un éxito”. La principal dificultad ha sido el tiempo. “He tenido mucha paciencia. Debía estar al nivel de mis compañeros, pero mi ritmo es más lento. Aun así no he abandonado”. Gennet se ha matriculado cada año de la mitad de asignaturas de cada curso. “Para asegurarme que podía aprobarlas”, explica. Por eso ha empleado seis años en terminar unos estudios de tres. Eso no importa, ha cumplido su objetivo: “Ampliar el currículo para poder conseguir un trabajo”.

Gennet tiene además otras cualidades. Aunque no habla —porque no oye ni puede aprender visualmente a hacerlo— Gennet maneja varios idiomas: el de signos apoyado para conversar, el Braille para leer y el alfabeto normal para escribir en el teclado de su ordenador.

Sobre sus hombros su mochila siempre va llena con todos los aparatos que necesita para comunicarse: un portátil, un móvil, una línea Braille que le lee todo lo que aparece en la pantalla de ambos aparatos y una tablilla con el alfabeto en relieve por si necesita decir algo y no va acompañada de un mediador. Busca las letras con los dedos y señala “h-o-l-a” para enseñar cómo funciona. A su izquierda normalmente está Almudena.

Todo lo que sabe lo ha aprendido desde los siete años, cuando sus padres adoptivos la trajeron a España. Hasta entonces vivía en un orfanato en Etiopía, donde fue abandonada con dos años. “Desaparecieron”, se refiere así al asunto. La bibliotecaria de la escuela de la ONCE, donde le enseñaron a comunicarse y cursó los años de colegio, recuerda los primeros días de Gennet allí, cuando la pequeña solo emitía sonidos con la garganta. Poco a poco aprendió las palabras relacionándolas con los objetos que tocaba. Pero, ¿cómo comprendió conceptos abstractos como la alegría o la tristeza? “No lo sé. Recuerdo que cuando me daban un juguete que me gustaba el profesor me asociaba esa sensación con la alegría”, cuenta.

Tampoco hay un objeto palpable para entender qué es un amanecer. “Siento cuando hay luz y sé que es de día, no sé cómo explicarlo”, dice. Aun así, duerme con un despertador que vibra bajo la almohada, cuyo movimiento le indica que es hora de levantarse. A partir de ese momento desayuna en el comedor de la residencia en la que vive en el centro de Madrid, después se ducha y viste para bajar a la calle, donde la espera Almudena para acompañarla donde sea. Durante el curso han ido a la universidad, ahora en verano van a clases de informática.

Cuando regresa estudia, lava y plancha su ropa… Todo eso, lo hace sola. Lo que requiere mucho orden, memoria y puntualidad. Pero ahora, acabada la carrera, quiere más independencia.

“Sé que con la crisis es difícil encontrar trabajo, y creo que por mi discapacidad voy a tener más dificultades. Las personas normales pueden buscar más diversidad de empleos”, dice. A ella le gustaría trabajar con niños especiales. “No sé si lo voy a conseguir. Primero tendré que pasar entrevistas en empresas”, continúa. Cuando lo consiga, planea ahorrar y comprarse una vivienda. “Me gustaría probar a vivir sola, sola, sola. No quiero tener que depender siempre de una persona”, confiesa. Para eso dice que debe “asumir el control de una casa”. Como primer paso está aprendiendo a cocinar. “Me gusta mucho el pollo con ajo y cebolla”, revela. Pero el plato del que más alardea es el bizcocho que hizo hace poco. “Estaba muy rico. Cuando tengas casa me tienes que invitar a comer”, le pide Almudena.

Gennet desea “más libertad”. Agradece toda la ayuda con la que cuenta: sus padres le pagan la residencia, la ONCE la mediadora y la formación en nuevas tecnologías adaptadas a su discapacidad. “Tengo necesidades específicas y necesito más recursos”, reconoce. Pero el apoyo recibido, aunque imprescindible y de agradecer, tiene otra lectura, según ella: “A veces se me ha querido proteger demasiado, me hubiera gustado hacer más cosas”. “¿No has hecho lo que has querido?”, le interrumpe Almudena. Gennet se rinde y admite que sí. Sale con amigos, ha estudiado lo que ha elegido, viaja… “Pero quería más”, apostilla.

Ha estado en Alemania, Portugal, Francia, Italia, Miami, Venezuela y ha vuelto dos veces a Etiopía, su país natal. “Me gusta ver culturas nuevas”, aclara. Viaja con amigos o la familia, quienes le describen cómo son las ciudades. Su país preferido: “Alemania. Es más limpio y las calles espaciosas”.

Su mayor ventana al mundo, sin embargo, es Internet. “Me interesa estar conectada”. En la Red chatea, envía y recibe correos y lee.

“Sé que España juega la final de la Eurocopa”, pone de ejemplo. “Y la ola de calor que estamos sufriendo me tiene muy preocupada”, añade. También ve películas. “La mediadora me describe las escenas y me reproduce los diálogos”, explica. Así vio El milagro de Ana Sullivan, que trata sobre la vida de la maestra de Hellen Keller, una activista sordociega nacida en 1880 en Alabama. Un referente para Gennet. “He leído mucho sobre ella”.

Pero no todo es estudiar y leer en la vida de Gennet. Le gusta mucho salir de compras. “Es muy coqueta. Le gustan las camisetas cachondas”, desvela Almudena, que le traduce a la aludida lo que está diciendo de ella. La joven ríe sonoramente al percatarse de que su aspecto físico es centro de la conversación. Le gustan las faldas e ir conjuntada. No tiene el concepto del color, pero sabe cuáles pegan. “Me lo dicen”, apunta. Por la forma y textura de las prendas —“están perfectamente ordenadas en mi armario”— recuerda de qué color son y las combina adecuadamente. “Hoy llevo una falda negra con flores y una camiseta blanca”, demuestra.

Otros ven las ciudades por ella, le indican con qué ropa está guapa, le reproducen los diálogos de las películas… la confianza en los demás es fundamental.

“También me he encontrado con gente mala que no ha querido contactar conmigo, pero hay que respetarlas”. Gennet no le da importancia. “Soy cariñosa y tranquila. Mi relación normalmente es buena con todos. Aunque también me enfado”.

De vuelta a su residencia en taxi, se preocupa por cómo ha hecho la entrevista. “Muy bien”, responde Almudena. El conductor que ve la conversación pregunta: “¿Qué le pasa?”. Un segundo acompañante de Gennet, en el asiento del copiloto, responde: “Es sorda y ciega, ¿se lo puede usted imaginar? Pues se ha sacado una carrera”.

Alejandra Agudo
Publicado en: El País

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