domingo, 15 de julio de 2012

Los sentidos robados (II)

Patricia. Patricia Zorita tiene 40 años y nació en La Bañeza (León). Fue la sordera la que trajo sus pasos a Valladolid en busca de un colegio especializado en el que estuvo interna. Nunca oyó y la ceguera comenzó a llenar primero sus noches, una oscuridad «en la que me agarraba a mis padres, para cualquier cosa, tenía una gran inseguridad».

Distintas ciudades, numerosos médicos, nuevas pruebas... sus padres no querían rendirse pero «tenía esta variedad de la retinosis pigmentaria y era progresiva». Pese a todo Patricia, que no ha perdido fuerza emocional alguna, logró acabar sus estudios de informática y administración. «Lo pasé mal, muy mal». Ni profesores ni compañeros conocían a lo que se enfrentaban y, al silencio y oscuridad de sus días, se sumó la incomprensión de un mundo que la aprisionaba. A punto de dejarlo «muchas veces»; pero no es mujer de abandonar nada, solo hay que sentirla, siguió hasta conocer los secretos de la informática que, si no le han dado una oportunidad laboral, sí al menos un lugar de comunicación con otras personas mientras disfrute de ese resto de vista. Entre sus recuerdos adolescentes, cuando «me llamaban torpe porque en el gimnasio del colegio tropezaba con algo, 'no lo he visto, no lo he visto', decía, pero no por despiste como lo dicen los demás, es que yo no lo había visto». Y ahora se pregunta «¿tanto sacrificio para qué?; incluso «empecé a hacer prácticas en la ONCE pero era poco eficaz, prometí adaptarme, mejorar, pero nada... fue mi única experiencia profesional».

La pensión de invalidez resolvería torpe pero como único asidero su vida, y también la de Claudio. A él, un malagueño afincado entonces en el País Vasco, «lo conocí hace cinco años a través de una actividad de la asociación Asocyl. A partir de ahí, o iba yo a Bilbao o él venía a Valladolid y nos comunicábamos por internet».

Desde el principio, confiesan ambos, desde el principio... aclara Claudio que buscó información sobre cómo hacer aquello de estar siempre con ella. Porque en su mundo, el conocimiento de las costumbres sociales, culturales... no son rutina, no son conocimientos asumidos. Es extraño. Por eso, Claudio compró con ayuda un anillo que le ofreció cambiar a Patricia «por cualquier cosa si no le gustaba»; pero sí supo decirle que él ya solo quería estar con ella. Y ella, muy claro: «nos casamos», concluyó.

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