miércoles, 18 de julio de 2012

Los sentidos robados (III y final)

Miedo

Y llegó la nueva vida que ahora sostienen, con un miedo, un profundo temor que asola sus pensamientos sin tregua, el de todas las personas que padecen su mismo síndrome. «Un día, en cualquier momento y sin avisar, de golpe, puede ser mañana, dentro de un mes o de un año, pero va a llegar seguro, de pronto no veremos nada, nos quedaremos ciegos por completo». Y esta insignificante luz actual que aún les ayuda a saber quién –por el número de veces– y cuándo –por la luz intermitente encendiéndose en la casa– llama al timbre, o a reconocer que la cocina vitrocerámica está encendida, o a apreciar que comienza a perderse el día y que hay que volver a casa con pasos algo más seguros porque la noche apaga totalmente sus ojos. Todo se perderá y la vida les habrá robado por completo sus sentidos dejándolos solo al amparo de las manos y de lo ya aprendido. Comparten ese miedo que ya conocen en otros sordociegos «no queremos pasar lo que ellos sufren», ni ver ni oír nada.

Y el miedo a un amanecer ciego del todo despierta algún desconocido sentido ubicado en la inteligencia más intuitiva y emocional para querer absorber imágenes, llenar la cabeza de fotografías y recuerdos, aprender y retener los colores del mundo, sus formas para conservarlas en la memoria de un ciego que es sordo, de un sordo que es ciego. Quieren viajar, conocer, captar. Vivir.

Los traductores se convierten en sus ojos y sus oídos, y no les es suficiente con relatarles lo que ocurre, por ejemplo en un partido de fútbol. «Tenemos que describirles el lugar donde están, las banderas, las caras pintadas con ellas de los aficionados y el partido con detalle... y ellos lo viven, no sé bien cómo, pero lo disfrutan».
A estas personas, sobre todo cuando los dos sentidos los han abandonado por completo, les es imprescindible el apoyo de un asistente. La compra, los papeles del banco, la peluquería, el médico... para todo necesitan ayuda son otro mundo y no pueden comunicarse ni como un ciego ni como un sordo», explican los traductores.

Claudio. Claudio Santana de 43 años, tiene un extraño, casi extravagante, recuerdo soñado. Tendría unos 20 años cuando un mosquito le picó en el ojo y se llevó su vista. Ahora, ya solo quiere vivir para Patricia, aprende con ella a cocinar o limpiar y la angustia vence más sus pasos que los de ella: «ya no veo de un ojo y tengo miedo de que cuando no vea nada cambie, mi forma de ser, de sentir, que no sea yo, no sabré qué hacer, cómo vivir, lo tengo siempre en mente».Ya solo están las manos. Ni el tañir lejano de unas campanas ni el monótono canto de los pájaros al irse el día. Tampoco la luz del sol rompiendo las nubes. Tampoco el mar tiene color o sonido. Cuando se ha perdido la vista y además no se ha conocido el sonido, la existencia se mueve en una oscuridad silenciosa incomprensible para quienes disfrutan de ambas capacidades o de alguna. La vista y el oído son los dos sentidos de la distancia y de la interpretación del mundo. Una persona que los ha perdido o no los ha tenido nunca no suma dos discapacidades sino que se envuelve en una telaraña de incomunicación, dificultad de aprendizaje y relación, en un universo en el que el entendimiento no encuentra el rumbo.

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