miércoles, 6 de diciembre de 2023

¡OÍDOS AL RESCATE!

En el ajetreado pueblo de Sonoville, rodeado de
colinas verdes y campos florecientes, nacieron, se criaron y se divirtieron un grupo de amigos muy peculiares.
Se hacían llamar "Los Sordicornios". No, no eran unicornios sordos, ¡sino hipoacúsicos con gran sentido del humor y una chispa inigualable! Tenían dificultades para escuchar. Pero en lugar de dejar que esto los limitara, habían encontrado formas ingeniosas de disfrutar la vida al máximo y compartir proyectos e ilusiones. Se ayudaban de audífonos o implantes cocleares que les permitían también estudiar o interactuar con el mundo de los oyentes aunque no exentos de dificultades.

Cada uno de ellos poseía dotes especiales para la comedia y una risa contagiosa que alegraba los corazones de todos los habitantes del pueblo. Aunque su audición era limitada en comparación con la mayoría de las personas, los hipoacúsicos habían

desarrollado una sensibilidad increíble para captar las sutilezas del mundo que les rodeaba. Podían sentir el latido de la tierra bajo sus pies, la melodía del viento entre las hojas de los árboles y la sinfonía de las olas rompiendo en la playa. No necesitaban escuchar las palabras para entender las emociones; podían percibir el amor en un abrazo, la tristeza en una mirada y la alegría en una risa.

A veces, algún ignorante les gastaba bromas inoportunas, y, lejos de enfadarse cuando les llamaban malpensados, ellos devolvían la broma con mucha más gracia y picardía, diciéndoles: “NO hay más sordo, que el que no quiere oír”.

En el centro de todas sus travesuras se encontraba Lola, la líder del grupo. De cabellos dorados como el sol, con la sonrisa siempre a flor de labios.

Era hiperactiva, con una creatividad desbordante, aficionada a las bromas sin límites y a inventar aparatos o técnicas que pudiesen ayudarles en su vida cotidiana. Junto a ella estaban Carlos, un chaval de rostro amable, pelo rubio y grandes ojos de mirada
penetrante. Era experto en imitaciones, que podía
recrear cualquier sonido con precisión asombrosa; Marta, avezada en lip-reading, que entendía lo que decían las personas incluso cuando no se daban cuenta de que eran observadas; Marta era la típica niña mimada y llorona que a veces los sacaba de sus casillas porque de repente, sin razón alguna, abandonaba el lugar de reunión dejándolos sin su dulce compañía. 

Todos pensaban que Marta estaba locamente enamorada de Pablo, pero era un amor platónico y sin posibilidades de nada, pues él suspiraba por Lola, algo que también se evidenciaba entre todos. Y por último, Pablo, el “chico bien”, de porte elegante y mente muy despejada. El genio de las señas que podía contar historias enteras y divertidas usando únicamente sus manos. Entre todos había una gran empatía, una
perfecta camaradería que asombraba a la gente del lugar. Sobretodo viéndolos signarse sin poder descifrar sus mensajes. Solo ellos sabían lo que se decían con gestos y risas.

La lengua de signos era su idioma materno y estaban dispuestos a enseñarla a quien quisiera aprenderla
pero a los vecinos que oían bien les resultaba algo casi imposible de manejar. Solo algún alumno de la escuela se apuntó a estas clases que, de forma altruista, impartía Pablo en la parroquia.
Lola presumía aquella tarde de su último invento, y los llamó por whatssap para probarlo juntos. Se trataba de un "Teléfono de Vibraciones".

El dispositivo contaba con mango en un extremo y un sensor en el otro. Cuando alguien hablaba en el sensor, las palabras se convertían en vibraciones que se transmitían a través del mango. Era una forma perfecta de comunicarse, y tuvo gran éxito entre los amigos.

Un día, en el mercado de Sonoville, los Sordicornios estaban reuniéndose para planear su próxima gran hazaña cómica. Se habían enterado de que el
alcalde organizaría un concurso de talentos con el objetivo de recaudar fondos para el nuevo hospital del pueblo.

¡Era la oportunidad perfecta de mostrar al mundo su destreza y, al mismo tiempo, hacer reír a todos hasta que les dolieran las barrigas!

Después de horas de discusiones, finalmente se decidió que Carlos realizaría una actuación consistente en imitara a animales que dejaría a todos boquiabiertos.

Marta se encargaría de traducir las palabras de los jueces con su habilidad de lectura de labios y sorprendería a todos al revelar lo que realmente estaban pensando. Pablo cerraría el espectáculo con una historia épica contada únicamente con sus elegantes movimientos de manos.

La noche del concurso llegó y el teatro rebosaba de asistentes y emoción. Los Sordicornios, listos para hacer su entrada triunfal. Carlos salió al escenario y comenzó su imitación de animales. Los sonidos de elefantes, leones y vacas llenaron el aire mientras la audiencia estallaba en sonoras carcajadas.

Marta capturó las expresiones de los jueces y reveló sus comentarios más hilarantes. ¡La gente no podía creer lo que estaba escuchando!

Llegó el turno de Pablo. Con gracia y maestría, contó la historia de un caballero valiente que luchó contra dragones usando solo sus manos. Las luces se oscurecieron y un proyector iluminó el escenario con sombras que representaban la historia. El público estaba hipnotizado y reía a pleno pulmón ante la creatividad de Pablo. Ellos sabían, porque lo notaban en las miradas de la muchedumbre, que aquella noche sería recordada por todos como una noche mágica donde se aprendió mucho acerca de la hipoacusia.

Finalmente, los Sordicornios se recuperaron en el escenario para su gran final. Tomaron una gigantesca pancarta que decía "¡Los Sordicornios hacen
del mundo un lugar más ruidoso y divertido!" y la sostuvieron en alto mientras recibían una ovación de pie.

El alcalde, riendo sin poderse contener, les entregó el premio principal: un megáfono muy grande que decía "Héroes del Humor". Realmente, el Edil nunca imaginó tener entre sus vecinos a alguien que, teniendo dificultades auditivas y de Lenguaje, pudiera ser capaz de hacerles pasar unas horas tan amenas.

Con su nuevo megáfono, los Sordicornios se cerraron en leyendas locales. Organizaron espectáculos cómicos en todo el pueblo y con ellos recaudaron fondos para causas benéficas. Sus voces resonaron aún más fuerte por las calles de Sonoville, recordándole a todos que el humor podía unir a las personas sin importar sus diferencias.

Y así, en medio de risas y ocurrencias, los chicos demostraron también que la amistad y la diversión pueden vencer cualquier obstáculo. En un mundo lleno de sonidos y silencios, encontraron una forma única de conectar con los demás y hacer de su comunidad un lugar más alegre. Porque al final del día, la risa era el idioma universal que todos podían entender, sin importar la cantidad de decibeles en el camino.

María Jesús Cañamares Muñoz



No hay comentarios:

Publicar un comentario