lunes, 5 de septiembre de 2022

LA FARSA DEL AMOR

Sucedió en Paracuellos de la Vega, hace ya varios años. Y todavía lo recuerdo como si acabara de acontecer.

Antes de que comenzara la siega de la mies, mi primo había anunciado su boda. Yo recibí aquel anuncio con escepticismo y sin ilusión. No tenía claro si lo mejor sería unirse a Patricia, o seguir bajo las faldas de mi tía. Las dos tenían unos caracteres fuertes, les encantaba organizar las vidas ajenas, eran criticonas y trataban de manejarlo como si fuese una marioneta. El muchacho se parecía a su padre: dócil, cariñoso, responsable… Y amaba a su madre pero también a la que había elegido como futura esposa. Mil veces quedó entre las dos en alguna de sus trifulcas, y siguiendo mi consejo, las dejó enzarzadas sin decantarse por ninguna. Pero en esas ocasiones, Patricia pasaba a la furia y no se dejaba ver en varias semanas, hasta que él, condescendiente y humilde como siempre, le rogaba una cita para la reconciliación. Ocurría una y mil veces, y yo les animaba a optar por la decisión definitiva.

-Así no podéis vivir siempre. O decidís uniros, o separaros. Sabes que si te unes a una, deberás separarte de la otra, pero tienes ya 35 años y la vida pasa rápidamente.

Por fin parecían decididos a dar el paso...

Mi tía se negó a ser la madrina, delegando el privilegio en la menor de mis hermanas, pues solo dio a luz a un hijo. No me pareció buen comienzo esta postura pero nada pude hacer para evitarla. Era una mujer férrea en sus decisiones y no se le podía rebatir porque para todo tenía argumentos. Ella, como todas las madres, prefería lo mejor para su hijo. Y según decía, lo mejor era una carrera profesional que le permitiera vivir desahogadamente, y una esposa “fina”, con estudios y modales, no como ésta, “de pueblo”, sin porvenir alguno… Pero mi primo era de raíces muy arraigadas y tenía bien claro que no saldría de su lugar de origen ni de esos campos queridos y cuidados por sus manos.

El padrino, sin embargo, acompañaría en ese día tan especial con todo
orgullo, a su hija mayor. Mi primo y él se compenetraban a la perfección, ayudándose mutuamente en las tareas agrícolas. Pasaban largas horas jugando al tute en el bar del pueblo. Aquilino vio con buenos ojos aquel casamiento, que seguramente, le daría después varios nietos a los que consentir y malcriar a sus anchas. O eso pensaba él…

Su mujer, la señora Rosario, siempre se mantuvo bajo un respetuoso silencio, porque entre mi tía y ella había buena sintonía, pero le dolía en lo más hondo de su ser, la animadversión que ésta sentía hacia su hija sin razón aparente.

Patricia era de complexión fuerte, robusta, entrada en carnes. Con nariz puntiaguda, ojos pequeños y cara ancha. Sus manos denotaban buena disposición para trabajar en entornos rurales y tareas domésticas. Mi tía decía, con sorna, que le daba un susto al miedo debido a su fealdad física.

El noviazgo de Carlos y Patri transcurría tranquilo, sin prisas, con mil altibajos. Nos unía a los tres una estrecha relación desde niños, y muchas veces era yo su confidente o paño de lágrimas.

Habían decidido dar el paso, y teníamos que prepararles la despedida de solteros. Las amigas, hermanas y primas de la novia, la celebraríamos en el salón de actividades del centro de día. Adoración, la alcaldesa, nos lo cedió sin vacilaciones, a condición de dejarlo tan pulcro como nos lo entregó. Por la tarde teníamos preparada para la joven una sesión de relax a cargo de la especialista que contratamos, y una gran exposición de vídeos y fotos desde que ella nació, hasta la actualidad. Con sus más íntimos amigos, familiares, e incluso, con su futuro marido. Fotos y vídeos que la transportarían a sus vivencias de niñez y juventud. Gran trabajo nos costó aquel montaje, pero estábamos seguras de que sería algo imborrable en la memoria de la chica.

Los amigos y parientes de mi primo decidieron hacer la despedida en un lugar secreto del que jamás nos informaron. Por la noche, todos juntos, bailaríamos al son de una disco móvil que llegaría al salón para acabar la fiesta. Ninguno sospechaba –o al menos no lo hicieron notar- que sabían lo que les estábamos preparando. Pero nosotras sí conocíamos que a Patricia no le gustaba nada el lujo ni los alborotos, así que decidimos una despedida lo más sobria pero bonita posible.

A la hora acordada, decoramos una carreta con peluches, globos y un gran cartel donde estaban fotografiados los futuros esposos. Nos dirigimos a casa de la novia para subirla en ella y pasearla, entre risas y vítores, hasta la ermita de la Virgen de Gracia. Al abrirnos la puerta y ver todo aquello, la chica no pudo evitar correr hacia la casa con el rostro completamente colorado. De poco le sirvió, porque entre todas, la sacamos a la fuerza y en volandas. Le vendamos los ojos y aseguramos que la llevábamos a un convento. Quedó en el vehículo envuelta en todos aquellos simulacros de órganos genitales masculinos. Ella lo supo a través del tacto, porque privada de visión, no hacía más que extender las manos y tocar todo aquello.

Al llegar, lo primero que hicimos fue encaminarnos hacia el caño del Humilladero para refrescar nuestros cuerpos. Le quitamos la venda y la dejamos en la más absoluta indecisión. Ella intuyó que debía zafarse de nosotras si no quería ser empapada de agua. Era la chica muy ligera de piernas a pesar de sus kilos demás, por lo que no fue nada fácil seguirla a la carrera por aquellos campos llenos de follaje y arbustos.

Ya cansadas de correr y retozar, nos dirigimos hasta la Virgen de Gracia, para pedirle que la futura esposa fuese muy fértil y dichosa. Ella sentía un fervor ardiente por nuestra Imagen y rezó durante varios minutos. Me daba la sensación de que más que por su felicidad, oraba para que mi tía se quitase del medio y no fuera un constante obstáculo en su matrimonio. Quizá la Virgen de Gracia hiciera ese milagro… ¡quién sabe!

El mediodía llegó, y con las dos de la tarde marcadas en el reloj, deshicimos el camino hacia el pueblo para comer. Las mesas ya estaban adornadas con panes eróticos, manteles y servilletas de dibujos igualmente excitantes. La comida fue frugal, no queríamos empachos que luego impidieran a patricia gozar de su tarde de relax y emociones, además, andábamos con el tiempo muy justo.

En la sobremesa hubo bromas para todos los gustos, brindis y buenos deseos para los futuros cónyuges. Pero me pareció que Patricia no se acababa de sentir bien. Comió muy poco, apenas habló y miraba constantemente su teléfono móvil, que, al parecer, no sonó una sola vez en el transcurso del día. Normalmente, entre mi primo y ella se cruzaban al menos cuatro llamadas diarias, pero hoy, ni una sola vez hablaron. No quise preguntar nada para evitar que las demás notaran nuestra desazón y traté de animarla e invitarla a la sesión de relax que ya era inminente.

Las nueve de la noche marcó el reloj del salón cuando acabó el
constante chorro de diapositivas y vídeos que a todas nos hicieron recordar tiempos de mucha felicidad, y llorar emocionadas. Nadie tenía hambre y decidimos preparar el salón para el baile, retirando mesas y sillas. En dos minutos, solo quedaba una de las mesas en la que dejamos las viandas que habíamos pretendido cenar. Unos cuantos panes que habían sobrado de la comida, fiambre, sándwiches variados y algunas latas o litronas con espumosa cerveza.

Las horas seguían pasando, la música sonando, y allí no aparecía varón alguno, por lo que bailamos solas dos, tres, diez melodías. En el ambiente había inquietud y extrañeza porque no era así como pensábamos acabar el evento. Nadie decía nada pero los manjares y bebidas estaban intactos en su lugar.

Por fin, sobre las dos de la madrugada, se oyeron voces masculinas, y mucho ruido. No podíamos pensar sino que los hombres traían unas copas demás y alguna broma de muy mal gusto para nosotras. Para Gema. Pero alguien se nos adelantó impidiéndonos el paso. ¡Era el novio! Venía hacia mí, con cara de súplica. Mi corazón pareció partirse en mil pedazos. En un susurro, él me explicó:

-Prima, se acabó. No voy a casarme.

-¿Cómo? ¿Pero qué estás diciendo? ¿Ha sucedido algo?

Me abrazó y respondió sereno:

-Ha sucedido. He descubierto que el amor es una farsa. NO existe el amor eterno, y prefiero no jurarlo, ni por Patricia, ni por mi madre, ni por nadie.

No supe, no pude responder. Un nudo que me ahogaba se formó en mi garganta. Pero mi primo acudió a socorrerme. Se dirigió a todos, y contó su descubrimiento. La novia no se inmutó, en contra de lo que yo esperaba. Y con toda tranquilidad, resignada más que dolida, nos dijo:

-Los descubrimientos también se celebran, así pues, ¡que siga la fiesta!

 María Jesús Cañamares Muñoz

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