domingo, 5 de agosto de 2018

Ayer fue un día lleno de emociones fuertes para mí.



Algunos dirán: ¿y a mí, qué me cuentas? Vale, pero otros tantos convendrán conmigo en que esto no se vive todos los días, y cuando sucede merece ser contado o compartido.

Por una parte, ayer hizo un año que me conectaron mi segundo implante coclear. Y aunque los resultados no van tan deprisa como con el primero, he de seguir dando gracias a Dios, al Doctor Denia y Nadia por
ponerme en las manos del equipo de implantes del hospital madrileño Ramón y Cajal, y a mi hermana que fue la que en ambas ocasiones se tragó todo el marrón del acompañamiento a las pruebas, las noches en el hospital ayudándome, las curas que me las ha hecho ella solita, el rollazo de leerse las instrucciones para poderme explicar el manejo de los aparatos, el sacrificio de quedarse todos en casa mientras yo lo he necesitado...

NO puedo por menos de dar las gracias a todos por haberme posibilitado
el oir mejor.

Y siguiendo con las emociones, ayer disfruté de un día inolvidable de reencuentros con un amigo de mi infancia al que hacía más de cuarenta
años que no veía.

Dicen que los verdaderos amigos son aquellos que están en lo bueno y lo menos bueno, y así es porque este reencuentro se lo debo a otros grandes amigos que, cada uno a su manera, lo han hecho posible. Vicente Parra y Amparo, su mujer, no pararon en
todo un año hasta lograr traer a Jábaga a Suso y su esposa, pues sabían las ganas que yo tenía de verlos y recordar aquellos tiempos tan felices. Y Carlos y Mari Luz, amigos comunes de todos nosotros, nos brindaron su casa, donde comimos, charlamos y reimos durante ocho horas que jamás olvidaré. 

¡Gracias a todos por este regalo tan precioso!

Os quiero.

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