martes, 21 de mayo de 2013

BUENOS DÍAS, RUISEÑOR


El Patio de mi casa es particular, cuando llueve se moja como los demás; pero para mí, este  patio es el más hermoso lugar del mundo. En él me dejo acariciar por los rayos del sol que en otoño me dan un calor suave y grato. En él juego con la nieve del invierno, creando las figuras más graciosas y dispares. En mi patio riego las rosas, gladiolos, tulipanes, claveles y demás plantas en el verano. Y en ese patio recibo, ansiosa y  alborotada  a la Primavera que me trae las fragancias intensas de las flores, o el canto del ruiseñor, que me deleita y me llena el corazón de amor y alegría.

Un día, sin saber porqué, dejo de oir esas dulces melodías. Me siento triste, vacía, porque no sólo no oigo al ruiseñor, sino que sin razón aparente me sumo en un terrible silencio que ni siquiera me permite escuchar el ruido de la máquina de cortar el césped que en otro tiempo me molestara tanto, siendo motivo de escaramuzas con  Javi, nuestro jardinero, a quien  pedía que se la llevara de mi vista. ¡El doctor afirma mi sordera, irreversible, que al parecer es provocada por una bacteria dentro del oído interno! ¡Horror, voy a morirme de pena sin poder oír nada! NO puedo hablar con nadie, el ruiseñor ya no canta, o yo no lo oigo!... 

  Han pasado dos meses; me han intervenido implantándome algo rarísimo en la cóclea y en el cerebro. Estoy convaleciente, sentada en una hamaca, en mi patio. De repente, escucho, allá en lo alto,  un pío, pío inolvidable que reconozco inmediatamente y mi corazón da un brinco: ¡El ruiseñor, es mi ruiseñor que me saluda y al que oigo gracias al implante coclear!

Me levanto de un salto, con lágrimas en los ojos,  y grito emocionada: 

¡BUENOS DÍAS, RUISEÑOR; GRACIAS A TI Y A LA VIDA SÉ QUE HE SALIDO DEL SILENCIO


Fdo.: María Jesús Cañamares Muñoz

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