Cuando estos niños tienen algún resto auditivo o visual, por
pequeño que sea, se le saca el máximo partido. Me explicaron que lo fundamental
era establecer la comunicación con ellos, no importaba cómo. Una vez
establecida esa comunicación, se les podía ir dirigiendo poco a poco hacia una
enseñanza reglada.
"Los sordociegos de nacimiento -insistiría Daniel-
aprenden a base de tocar, tocar y tocar el mismo objeto muchas veces. Cuanto
más tarde nos llegan, más difícil es su recuperación. No es raro, por otra
parte, que los lleven a colegios de deficientes mentales, lo que es un modo de
determinarles para el resto de su vida.
Pasamos la mañana visitando las distintas dependencias de la
unidad y luego nos fuimos a comer. A la comida se incorporó también Helen.
Daniel se sentó entre Yolanda de los Santos y su mujer, que se turnaban para
explicarle, una en cada mano, cómo era el restaurante y nuestra situación en
él. Helen, para ejemplificar el rechazo que la diferencia, en general, provoca
en los otros, contó que a su abuelo, cuando tuvo noticias de su boda con
Daniel, lo primero que se le ocurrió fue que se casaba con un cadáver. En
cuanto a su hermana, pensó que iba a ser un hombre calvo, barrigón y feo. Todo
ello contribuyó a que no fuera una decisión fácil. Me hizo notar también que no
es lo mismo querer a alguien que convivir día a día con la sordoceguera. Por
eso vivieron juntos un año antes de pasar por el juzgado.
"Aun así -añade-, perdimos algunos amigos por el
camino, porque yo me negué a ser sólo su intérprete. Quien quiera comunicarse
con Daniel, ha de hacerlo directamente con él.
"Pero tú eres un poco rara, ¿no?" -me atrevo a
apuntar.
"Quizá sí. A veces, cuando vamos juntos a recoger a
Natalia al cole, algunos padres se apartan. Por lo general, pienso que ellos se
lo pierden, pero lo cierto es que a veces me siento una isla con él.
Mientras hablo con Helen, Yolanda traduce a Daniel nuestra
conversación. No dejan un solo segundo de informarle de cuanto ocurre fuera de
él, ya sea que ha venido el camarero para preguntar si todo está bien o lo que
hay en el plato de cada uno. Quince segundos sin tocarle son 15 segundos de
aislamiento absoluto, de vacío. Daniel, por otra parte, es un conversador muy
activo. Me cuenta que en EE UU y los países nórdicos hay comunidades de
sordociegos donde todo está preparado para que lleven una vida normal,
autónoma, de modo que lo mismo acuden al supermercado que a los centros de
reunión completamente solos.
En España no existe ninguna comunidad de ese tipo, lo que,
añadido al problema de que se trata de colectivo muy disperso, hace las cosas
más difíciles.
En esto, observo que Yolanda escribe sobre su mano algo que
no se corresponde con lo que hablamos.
"Le acabo de decir -me explica- que tiene el carpaccio
en las nueve menos cuarto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario