lunes, 28 de noviembre de 2022

LA VOZ DEL SILENCIO

 El dulce sueño que me envolvía se vio alterado, de pronto, por la alarma de mi iphone, que hacía días había puesto para que me avisara de… no recordaba qué. Mi cuerpo,  al notar las incesantes vibraciones, sufrió una sacudida que me hizo saltar de la cama adormilada todavía, No

escuchaba nada, pero sí sentía esas vibraciones cada vez más rápidas. Con ayuda de una línea braille busqué el botón parar. Con el tacto leí en el display del aparato:  “entrevista de trabajo a las 13 horas. Lugar, hotel  “Sol Madrid”.

¡Ah, ya, ahora me acordaba! Había llamado a tantas puertas que ni siquiera sabía para qué clase de ocupación me llamaban a entrevistar. No tenía la menor esperanza de encontrar una colocación digna. Y todo, porque soy sordociega. Eso sí, una sordociega sin complejos.

Me vestí rápidamente, y antes de salir, envié un whattssap a FASOCIDE para pedir el servicio de guía-interpretación, algo imprescindible en estos casos en que nunca se sabe la que nos pueden liar los empresarios con tal de descartarnos como candidatos al puesto de trabajo, con el argumento de que “no vemos” y “no oímos”. Sabiendo que podían denegarme ese servicio por no haberlo pedido con antelación, me arriesgué a ello aduciendo la mala jugada que me había hecho mi memoria. Como ya me conocen allí, me llevé, además de una pequeña

reprimenda, un guía-intérprete guapo y eficaz. Conecté mis implantes cocleares, cogí nerviosa el bastón rojiblanco que siempre me acompañaba en los desplazamientos, y me dirigí lo más veloz que pude al lugar donde debía encontrarme con el profesional.  Y juntos acudimos a la cita. Por el camino me iba describiendo el estado del cielo, los paisajes o las incidencias del tráfico. Y a la vez, me infundía todo el ánimo posible para que respondiera correctamente a las preguntas sin que me delatara el nerviosismo.

            El señor trajeado y serio que nos atendió, tenía cara de pocos amigos. Así me lo transmitió mi intérprete por lengua de signos apoyada. Y yo volví a activar la alarma del cuerpo para no caer en descortesía por muchos dardos que él me tirara. Recordé que era sordociega y mujer, que me entrevistaba un hombre nada asequible, y que podía esperar cualquier cosa. Las preguntas se sucedían rápidas como la luz y tontas como las que más, pero yo tenía la respuesta en la lengua antes de que él las formulase. Acompañaban al supuesto empresario otras dos personas, pero por lo que yo percibía en el ambiente, ninguno tenía el más remoto conocimiento del mundo de la sordoceguera y según me traducía Dani, me miraban con ojos como platos cada vez que respondía a una interrogante de las mil que me hicieron.

Por la número cincuenta íbamos, cuando el señor trajeado me espetó:

            -¿Eres feliz con tu ceguera y tu hipoacusia?


Atónita pero rotunda, respondí que era plenamente feliz. Me gustaba ser sordociega, no ciega e hipoacúsica. Porque podía buscar el silencio y la oscuridad absolutos cuando los necesitara, con solo apagar mis implantes. O sentir el ruido y los sonidos cuando se me antojasen con solo encenderlos.

Hubo un silencio eterno durante el cual, ni siquiera mi guía intérprete traducía nada. Y por fin, uno de los presentes dijo:

            -No entiendo cómo le puede gustar ser sordociega. Cómo es feliz sin ver ni escuchar.

            No pude reprimir mi sarcasmo y pregunté:

            -Señor: ¿a usted, qué le gustaría más?: ser hipocondriaco; pagar una hipoteca; padecer de hipos o ser hipoacúsico.

Las carcajadas resonaron en la estancia y llegaron, seguramente, a todas las dependencias del hotel, ya que en un momento, varias voces y miradas se sintieron en torno a nosotros. Daniel no podía transcribir lo que allí sucedía, le temblaban las manos y el cuerpo víctima de un ataque de risa. Pero yo no obtenía respuesta para mi interrogante.

            -¡No sabría qué responder, me ha dejado sin palabras! –dijo el señor interpelado por mí. La respuesta fue dirigida a mi guía intérprete, y simultáneamente, transcrita a mi mano por él. La situación sorprendió a todos, pero rápidamente yo aclaré que los profesionales que nos asistían eran la voz del silencio porque a través de sus ojos y oídos, nosotros salíamos hacia la luz y los sonidos.

            -Bien -le dije sonriendo-, pues yo no tengo duda de que me gusta más ser hipoacúsica. Los hipos son muy molestos y es vergonzoso que en el silencio de una iglesia, padezca un ataque de ellos que haga tambalearse a todos los santos.  La hipocondria es una gran desgracia mental y esa sí impediría encontrar un puesto de trabajo.  La hipoteca me privaría de caprichos y solo trae a Hacienda detrás de nosotros.  Con la hipoacusia, no tengo más problemas que los que ustedes, los que ven y oyen,  quieren ponerme. Y que, con ayuda humana y tecnológica, vamos derribándolos día a día.

Silencio, un silencio de tumba invadió la sala. Por fin, escuché  cuchicheos, y Daniel escribió en mi mano mediante el dactilológico:

            -¡Admirable! No puede negarse la aptitud inmejorable que

demuestra para ocupar un puesto. Además, ya le ha negado bastante la vida. Creo que me voy a quedar con ella, al menos un tiempo.

            -Entonces, ¿Cuándo debo empezar? –pregunté sin poder contenerme.

Mis interlocutores no salían de su asombro, y, poniendo los ojos en blanco, alguien dijo:

            -¡Callar, que los sordos escuchan! 

María Jesús Cañamares Muñoz


lunes, 21 de noviembre de 2022

TÚ Y YO

 

Aquel día, al llegar al trabajo, mi corazón dio un vuelco. No sé por qué, intuía que desde ese momento, tendría que pasar por situaciones insospechadas. Recorrer caminos tortuosos y cumplir una misión nada fácil.

 Los encontré en el jardín. La primavera se hallaba en todo su esplendor, exhibiendo flores variadas, mariposas de mil colores que iban y venían en busca del néctar. Pájaros que trinaban haciéndose la competencia en un concierto sin igual.

 Era el mes de mayo y ellos jugaban a la margarita. A la vez que la deshojaban, decían: “me quiere; no me quiere”, La última hoja acabó en “me quiere” y sus rostros irradiaban una felicidad que contagiaba. Hacía meses que se les veía pasear de la mano por cualquier lugar, del Centro de limitados intelectuales, o de fuera. Y si una se paraba cerca de ellos, solíamos escuchar a Julián susurrarle a ella: “Tú y yo…”

 Esa tibia mañana, llegaron más lejos. Él la cogió por la cintura y comenzó un intercambio de besos apasionados, ojos cerrados, lenguas que recorrían la boca amada… Y en las pausas que se concedían para tomar aliento, le decía, estrechándola cada vez más fuerte contra su pecho:

 -Tú y yo tenemos que luchar sin descanso para defender nuestro amor. Para que nuestras vidas acaben juntas. Tú y yo tenemos que casarnos, por derecho y por amor... Ella afirmaba con la cabeza, pero en el fondo tenía miedo. Miedo al futuro, a las familias, a la Sociedad que siempre los miraba de forma “diferente”. Antes de que pudieran llegar a algún punto peligroso, me acerqué y traté de llevarlos junto al resto de compañeros. No sabía cómo hacerles ver que ese comportamiento delante de todo el mundo, no era correcto. Hice acopio de valor y les amonesté: -¿Pero qué hacéis? ¿No sabéis que os mira la gente y eso no está bien? Se miraron, y después, me miraron a mí. En aquella mirada había indignación, reproche. Pero nadie habló. Se separaron y cada cual ocupó su lugar en el taller. Julián pintaba maravillosos cuadros que luego vendía. Primero creaba bustos o figuras desgarbadas, pero con el tiempo adquirió una maestría inusitada que le llevó a exigirse cada vez más

perfeccionamiento, y sus pinturas llegaron a ser expuestas junto con los de pintores famosos de Cuenca y provincia. Anna se extasiaba mirando aquellos lienzos e intentaba convencerlo para que le dedicara uno, pero él siempre le decía que para ella, nunca pintaría el lienzo adecuado porque la figura más valiosa era ella misma. Sin embargo, a mí me daba la sensación de que ocultaba algo. Sospechaba que en algún lugar, él estaba preparándole una gran sorpresa. Anna en cambio, se decantaba por la cocina. Su madre siempre la vio como al resto de hijos, preparándola  a conciencia para que, si deseaba independizarse del hogar familiar, supiera desenvolverse lo mejor posible en la vida.

 Desde que comenzara el horror de la guerra con Rusia, madre e hija vinieron a refugiarse en España dejando a su padre y 3 hermanos más combatiendo por la patria. Estaban en casa de unos parientes y mientras

la madre trabajaba en lo que le ofrecían, la joven practicaba la gastronomía española, unas veces en casa de esos parientes y otras aquí en nuestros talleres, siguiendo un programa de capacitación. Así, a veces, nos traía dulces confeccionados con esas manos tan finas con que la Naturaleza la había dotado, haciendo las delicias de compañeros y profesionales. Cada manjar era para ella un triunfo, y para Julián, la ocasión perfecta de abrazarla y besarla con el pretexto del agradecimiento. De la familia del chico, poco sabíamos. El padre jamás vino para interesarse por sus progresos y la madre desapareció del hogar nada más darlo a luz. Era hijo único, y a sus 25 años, no sabía lo que era una familia unida y sólida. Para el día siguiente, habíamos preparado una visita al Parque Natural del Hosquillo. A las 10 de la mañana, todos estábamos subiendo al autobús que nos había de llevar. En el móvil de Julián se escuchaba a todo volumen la canción de José Luis perales titulada Entre tú y yo, y, naturalmente, todos sabíamos la intención con que la puso. “Entre tú y yo Hay algo más que la complicidad Hay algo más que amor, hay algo más…” Anna se había sentado a su lado, más guapa y feliz que nunca. Lucía un vestido rosa con escote y sin manga, y sujetaba su cabello, negro como el azabache y largo hasta cubrirle la cintura, con una diadema del mismo color. Se cogieron de la mano y así recorrieron los 46 kilómetros que duraba el viaje; riendo, cantando, hablándose con los ojos más que con la boca… ¡NO he visto jamás almas más compenetradas y cuerpos más ardientes que los suyos! Me causaban a la vez, miedo y admiración. Al legar, visitamos el Museo, el Centro de Interpretación, y los distintos recintos donde se ven animales en condiciones de semilibertad (ciervos, muflones, lobos. Por último vimos  el Rincón del Buitre y el recinto de los osos. Y fue aquí, donde tuvimos un espectáculo divino que recordaríamos por muchos años. Las hembras estaban en celo y los
machos las cortejaban con mucha galantería y tesón. Por un instante, observamos cómo uno de ellos había logrado conquistar a su osa y ésta se rendía ante tales requiebros de amor. Los chicos no se movían; aquel mágico momento querían grabarlo en sus retinas para siempre. Las chicas se miraban y  hacían señas, dirigiendo todos los ojos hacia Anna y Julián, que en ese instante se abrazaban con verdadera pasión y sonreían con complicidad no disimulada. Uno de mis compañeros se acercó y me dijo:

 -Estos chicos no saben comportarse. Algún día tendremos problemas si no los separamos. Esto lo tenemos que arreglar tú y yo.

No le respondí. En el fondo pensé que no había nada que arreglar. Que los jóvenes estaban enamorados y eso solo a ellos concernía. Sin embargo, les hablaría en cuanto llegáramos a clase al día siguiente. No hizo falta esperar. En el coche, de regreso a casa, Julián me pidió sentarse junto a mí, y sin preámbulos, me lo confesó:

-Lo siento, profe. No me porté bien para algunos. Pero no me arrepiento. Tú tienes pareja e hijos, ¿verdad? La pregunta me sorprendió, pues de sobra conocían ellos a mi familia. Pero afirmé con la cabeza ya que la emoción no me dejó hacerlo con la boca.

-Y supongo que también os besáis, os acariciáis… Y hacéis el amor…

 -¡Basta!, esas cosas son íntimas y no se preguntan. Ve a pintar y procura que no sepan todo esto tu padre o la madre de Anna. Tampoco aquí en el cole, porque podría costaros algún castigo.

 -¿Por qué? ¿No tenemos derecho a ser felices, a enamorarnos, casarnos y formar nuestra familia como vosotros? ¿Acaso somos diferentes? No, no lo somos. Ella es tan mujer, tan hembra como tú; yo, tan hombre, tan macho como tu pareja. La diferencia la marca esta sociedad que no nos quiere admitir en su seno. Pero aquí estamos, y no tendréis más remedio que aceptarnos con nuestras carencias y virtudes, igual que nosotros encajamos las vuestras.

Ante tales argumentos, quedé anonadada, sin encontrar una respuesta que al menos aplacara ese momento de indignación fundada. Pero, ¿qué podía yo hacer en favor suyo? Estaba sola ante el peligro. No quería enfrentarme a las dos familias sin el apoyo de la Dirección o de algún compañero. Pero tenía claro que sí quería ayudar a estas dos almas que merecían ser felices. Pedí al chico que repitiera todo el discurso anterior para grabarlo en mi móvil y poderlo mostrar después en caso necesario. Le prometí ayudarles y ambos nos separamos amistosamente. Aquella noche, y las diez siguientes, no me fue posible conciliar el sueño, dándole vueltas a mi misión en favor de aquella pareja que día tras día, imploraban comprensión y apoyo. Hasta que, tras mucho pensar, decidí la fecha perfecta para mi papel en la comedia:

El día en que Anna cumplía 22 años, habría de intentar darle el mejor regalo de toda su vida.

Lo que no podía yo sospechar, era que ellos, también me darían la mayor sorpresa que jamás he recibido. Julián y yo habíamos reservado un lugar romántico para la fiesta.

Al padre de él le pedimos que, por una vez en la vida, fuera con su hijo a una entrevista muy importante para él. Alguien le quería dar una oportunidad laboral y era conveniente acompañarlo al encuentro. ¡Solo yo sé cuánto le rogué hasta convencerlo!

La madre de Anna, sabiendo que era el cumpleaños de su hija y que yo quería hacerles un regalo, no puso objeción alguna a ir con ella al Piola Gastrobar que se hallaba en la calle San Pedro del Casco Antiguo, en una de las zonas más históricas de la ciudad.

 Allí nos encontramos a eso de las 8 de la tarde. Anna tenía mala cara, aunque su alegría y vitalidad eran las de cada día. Julián en cambio, estaba serio, grave, como si fuera a tomar una gran determinación. Los padres se saludaron con un apretón de manos tras ser presentados por sus respectivos hijos. Y yo fui efusivamente abrazada y besada por todos, como si con esos abrazos quisieran pagar mi apoyo a los chicos. NO me olvidé de aquella nota de audio que un día grabé sin que él lo notara. Si hacía falta, con ese audio quedaría todo dicho y yo me libraría de tener que enfrentarme a los progenitores de ambos para reivindicar su perfecto derecho de unirse para siempre. La cena fue exquisita; el lugar, de encanto. Y al terminar el postre, Julián entregó a Anna una caja enorme. Intuí que albergaría el lienzo que ella tanto deseaba que le dedicara. Pero al desenvolverlo, la decepción fue tan grande, que al verla reflejada en mi cara, todos rieron a carcajadas. Por fin, de aquella caja tan desmesurada, salió… ¡un precioso anillo de prometida! Al verlo, ambos padres protestaron a la vez:

 -¿Qué significa esto, hijo? ¿Crees que tú puedes mantener y cuidar a una chica? ¿No tenemos ya bastante contigo y en tus condiciones?

 La sangre me hervía de rabia e impotencia. Esperé el turno de la madre de Anna antes de hablar yo.

 -¿Pero estáis locos? ¿Cómo se os ocurre que…

 No le dejé acabar. No pude más y saqué el teléfono, mostrándoles el audio con la voz del chico, quien  estaba poniéndole el anillo a su amada tranquilamente. Al escuchar unas razones tan llenas de lógica, y ver una tenacidad grande por parte de la pareja, el padre de él se levantó del asiento, y con respeto pero sin aprobar aquella relación, quiso marchar. Entonces Anna, sujetándolo por un brazo con dulzura, le suplicó que esperase algo más. Cedió. Ella me miró, y con un gesto de la mano, señaló su vientre.

 -Vamos a la catedral, profe.

 -Está cerrada –le respondí-.

 -No importa, Dios escucha bien, aunque las puertas no se abran. Y yo tengo algo que decirle. Al llegar a la Catedral, la joven se abrazó a su novio y le dijo:

 -Cariño: dentro de siete meses ya no seremos “tú” y “yo”. Seremos tres: yo, tú y él o ella.

Seguía con una mano en las entrañas, y aquella fue para todos la mayor alegría y sorpresa, que podíamos recibir. La vitoreamos,  abrazamos, acariciamos su abdomen en busca de la certeza. Pero aún no se notaba ninguna señal de que allí se estaba formando otra vida. En ese instante, todos nos preguntamos a la vez cómo y dónde habría pasado. Si la pareja lo sabía, nada dijeron. Lo único que pudimos saber fue que ese nuevo ser que vendría al mundo en pocos meses, había sellado su amor; había conseguido demostrar al mundo que nadie es diferente, que todos podemos, con ayudas o sin ellas, cumplir los retos más difíciles que la vida nos ponga. Ellos montarían un negocio que llevarían entre ambos, una empresa de catering que el joven montaría con sus ahorros y donde Anna mostraría las habilidades culinarias. Su madre cuidaría al bebé mientras llegaba la edad de escolarización, y después, se uniría a la empresa para trabajar.

 Y yo… Yo les dejo con el enorme orgullo de ser testigo y partícipe en esta preciosa historia de amor, que nos debería dar respuesta a la siguiente pregunta: ¿Por qué los llamamos  “diferentes”?

María Jesús Cañamares Muñoz



viernes, 21 de octubre de 2022

UN, DOS TRES: RESPONDA OTRA VEZ

Yo tenía 17 años y mi pareja de juego uno más. En el colegio Espíritu Santo, situado en Alicante, se iba a celebrar un año más, el final del curso escolar. Los que hubiesen cumplido la mayoría de edad dejarían el Centro y, las despedidas dolorosas para algunos, estaban a la vuelta de la esquina.

Una de las actividades de ocio para los sábados era el juego denominado Un, dos, tres, imitando al que dirigía en la televisión Mayra Gómez.

Algunas de mis compañeras hacían de azafatas, otras, de tacañonas. Había Ruperta o calabaza, además de premios atractivos. Me costó encontrar a alguien que quisiera colaborar conmigo, pero al fin, José se animó.

El día de nuestra participación él estaba muy nervioso, por lo que los aciertos fueron pocos. Sin embargo, en las pruebas para optar a los premios, su capacidad de elección resultó magnífica. Yo en cambio, estuve a punto de ganar la Ruperta por escoger el sobre inadecuado que mi pareja rechazó desde el primer momento. ¡Menos mal que cedí y le dejé la opción!

Las azafatas y el presentador intentaron por todos los medios

confundirnos empleando todas sus argucias para evitar que nos lleváramos el premio mayor. Pero Pepe fue mucho más inteligente que ellos y, al final, se decantó por un paquete voluminoso, el cual le atraía, además de estar muy bien envuelto.

Con escepticismo y emoción, fuimos desenvolviendo aquella caja cubierta por una gran cantidad de papel y celofán, hasta quedar así reducida al tamaño de una bombonera. Supusimos que el premio eran los típicos chocolates exquisitos y famosos fabricados en Villa Joyosa.

La sorpresa nos dejó atónitos cuando del fondo del paquete salió un papel escrito en braille, que decía: “Excursión a la Isla de Tabarca para cuatro personas”.

Nos abrazamos llenos de alegría ante la aventura, y elegimos a nuestros acompañantes: una pareja de novios que nos cuidaba en el internado, y que a falta de nuestra visión, nos prestarían su ayuda para disfrutar de aquel fantástico premio. Ellos se alegraron tanto como nosotros al comunicarles nuestro deseo.

Una mañana de finales de Junio, a primera hora, partimos los cuatro desde el puerto de Alicante.

El mar estaba tranquilo, sin embargo, el movimiento del barco se hacía notar, y a mí me daba pánico la posibilidad de quedar sumergida en el agua. Los tres reían al apreciar mis temores, pero yo deseaba salir de allí cuanto antes.

Una larga hora nos llevó el viaje hasta que por fin desembarcamos. Tabarca es la única isla habitada de la Comunidad Valenciana, situada frente a la ciudad de Alicante, y cerca del cabo de Santa Pola. Es un pequeño archipiélago compuesto, además de Tabarca, por los islotes La Cantera, La Galera y la Nao.

Lo primero que la guía turística nos explicó nada más pisar tierra fue que sus costas albergaron en el pasado un refugio de piratas berberiscos. En el siglo XVIII, Carlos III ordenó fortificar y levantar en ella un pueblo en el que alojar a varias familias de pescadores de Génova, cautivos en la ciudad tunecina de Tabarka. Las murallas que rodean su núcleo urbano han sido declaradas Conjunto Histórico Artístico y Bien de Interés Cultural.

Decidimos primero darnos un baño en aquellas playas transparentes que lucían la bandera azul y estaban llenas de visitantes. Mis acompañantes se hicieron la competencia mostrando sus habilidades náuticas. A mí me fue imposible por el miedo y, porque sabía que el sol se ensañaría con mi piel blanca, quemándola nada más exponerla a los potentes rayos. Así pues, decidí esperarlos bajo la protección de una sombrilla, dejando que las olas, con su música relajante, me adormecieran los sentidos. ¡Era una sensación de paz y bienestar que pocas veces había experimentado en mi vida!

Varios bañistas, al verme sola, se ofrecieron para acompañarme al agua, traerme algún refresco, o simplemente, charlar mientras José y los auxiliares volvían a mi lado. Debían estar pasándolo bien, pues los minutos corrían sin que hicieran acto de presencia. Ya me empezaba a preocupar por su suerte y por mi soledad. Me sumergí en el mar dos o tres veces aceptando el ofrecimiento de una joven socorrista de Cruz Roja muy solidaria. Disfruté del aire marino, el agua tibia y la suave arena de la playa. Volví al cobijo de mi sombrilla, hasta que por fin, aparecieron los tres eufóricos y rendidos por el ejercicio de la natación.

El gusanillo del hambre no se hizo esperar. Buscamos “EL TIO
COLLONET”, un acogedor restaurante y, degustamos el típico plato de la isla: caldero. Su nombre, tan curioso, se debe a que hace muchos años, este manjar se preparaba en calderos de hierro fundido. Sus ingredientes básicos son el arroz y el pescado.

En la sobremesa hubo charla, risas, brindis y mucho amor. Nuestros acompañantes se prodigaron todo tipo de atenciones, y Pepe no dejó ni un segundo de mostrarme su cariño. Entre nosotros siempre existió un compañerismo y camaradería excelente, pero no podíamos imaginar que iríamos juntos hacia una aventura digna de ser recordada.

Antes de que el sueño de la tarde nos invadiera, y aprovechando al máximo el día, marchamos a visitar el Museo de Tabarca, denominada también Isla Plana o Isla de San Pedro.

Dicho Museo, posee dos salas:

·La sala I, acoge documentación gráfica retro iluminada que muestra, a través de fotografías antiguas a las gentes, paisajes y costumbres. De esa isla, nos mostraron un audiovisual basado en las relaciones del hombre y el mar a lo largo de la historia.

Pudimos conocer el patrimonio que acoge Nueva Tabarca a través de la vitrina. Aunque a mi compañero y a mí no nos permitieron tocar nada, la otra pareja pudo ver una isla entre cristales.

·La Sala II, muestra los notables aspectos patrimoniales que posee Tabarca: su geografía y geología; la biodiversidad de sus aguas, así como el patrimonio etnográfico e histórico que le caracterizan.

Dentro de esa habitación se ubica también un espacio multiusos para prácticas de escolares, charlas y conferencias.

Cuando por fin recorrimos el museo y pensábamos buscar un sitio donde pernoctar, Eduardo descubrió la sorpresa que nos tenía preparada en agradecimiento a nuestra invitación para que nos acompañara. Dicha sorpresa consistía en una excursión por el fondo del mar. En el puerto, varios submarinos amarillos se exhibían esbeltos y nos invitaban a pasearnos bajo las aguas del Mediterráneo. Solo de pensar en lo que unos ojos sanos podrían encontrar allí me daba escalofríos. Pepe conservaba un pequeño resto visual, no sabía hasta dónde podría llegar a ver. Yo, quedaría privada de conocer aquellos horizontes, pero Paqui se encargaría de describírmelos lo mejor que supiera. Así pues, subimos a uno de esos pequeños barquitos y emprendimos la exploración:

Peces de mil colores, algún coral y especies vegetales marinas, entre otros. Toda una obra de arte creada por la Naturaleza se nos presentó a través de un corto recorrido. Y cuando el barco volvió a emerger a puerto, dimos por finalizado aquel divino viaje que quedaría grabado para siempre en la memoria de cada uno de nosotros.

Cansados pero felices, pasamos la noche en el Hotel Boutique con unas fantásticas vistas al mar y un servicio inmejorable.

Ahora, 40 años después, la isla de Tabarca y las emociones vividas por los cuatro aventureros, me llevan a pensar que aquello fue, para nuestros auxiliares, una “breve luna de miel”, y para nosotros, la experiencia y el premio más maravillosos que el Colegio nos proporcionó jugando al Un, dos tres: responda otra vez.

María Jesús Cañamares Muñoz



domingo, 9 de octubre de 2022

EL NOVIAZGO DE MI PRIMO

 Mi primo era raro, rarísimo. Yo lo sabía y se lo recordaba mil veces.

Mi tía hizo de él un ser aniñado e inútil, y cuando ella falleció, el joven se

sumió en una profunda depresión de la que ni médicos ni familia fuimos capaces de sacarlo.

Un día, nos anunció solemnemente que comenzó un noviazgo, cosa extraña en alguien como él, sin embargo, esa relación era un misterio para nosotros.

Yo lo adoraba y por más que me esforcé por entender esa cabecita, con ideas tan dispares, nunca lo conseguí.

El compromiso era de lo más insólito, ni siquiera se conocían en persona y él no desveló la forma de comunicarse con su dama.

Yo solo sé, que a diario me llamaba para contarme lo que ellos hablaban. Unas veces, le invitaba a visitarla, prometiendo mucho amor, paz y

descanso, le quitaría todos los sufrimientos que ahora lo aquejaban; otras, sus diálogos se basaban en amenazas y extorsión, ella iría a verlo de repente, lo arrastraría consigo quisiera o no. El temor lo hacía temblar de pies a cabeza, corría hasta mi casa y se refugiaba en mí. Cerrábamos puertas y ventanas herméticamente y, cuando se calmaba, me sentía impotente para hacerle volver con su padre. ¡Cuántas veces dormíamos juntos en mi cama, sosteniendo su mano entre las mías y los miedos desaparecían! A media noche gritaba convulso y decía que ella le volvía a amedrentar con sus provocaciones.

Al dolor por la pérdida de su madre se sumaron pronto las molestias físicas.

Una mañana radiante, en que trabajaba la tierra, el corazón quiso dejar de funcionar y otros campesinos, que se encontraban cerca, lo llevaron al hospital donde le diagnosticaron infarto de miocardio. Podría haber sido fulminante, pero, por esta vez, lo salvaron los especialistas, previniéndole de lo que podría suceder en un futuro. Mi primo fue desde entonces víctima también de la obsesión. Cada pequeña punzada que sentía, fuera donde fuera, se imaginaba el final. Mientras, su relación de noviazgo se convirtió en unos vínculos más tortuosos, con idas y venidas, y más penas que alegrías.

Una tarde, mi móvil comenzó a sonar de forma insistente. Era Él.

Seguramente me usaría de nuevo como paño de lágrimas. Cuando acepté la llamada, lo noté tan eufórico como rabioso.

–Voy a quedar con ella esta noche y de una vez por todas solucionaremos esta relación tan tormentosa. La enfrentaré sin miedo y con todo el valor de que pueda hacer acopio. ¿Qué se habrá creído?

Quise acompañarle para conocer a la novia y defenderlo de sus chantajes, si hiciera falta. Él se negó rotundamente; quedaron en su casa y me confesó que sentía unos latidos agudos a la altura del pecho izquierdo. Insistí en ir con él, pero siguió oponiéndose, ya que quería estar a solas con ella.

Por la noche fue imposible conciliar el sueño, pensando en aquella cita, el dolor de pecho y lo que habría pasado entre ellos.

En cuanto salió el sol me dirigí a la vivienda de mi primo, abrí la puerta con la llave que yo tenía y lo primero que vi fue el cuerpo agonizante del muchacho, con la mano en el costado y una caja de Tranxilium completamente vacía a su lado.  Lo zarandeé, le azoté el rostro y un hilo de voz salió de su boca desencajada:

 –Ya la encontré. Con sus garras segó mi vida. ¡Qué fea es!

María Jesús Cañamares Muñoz



viernes, 23 de septiembre de 2022

A BOCADOS

Este relato que os presento de mi autoría lo mandé a un concurso
gastronómico convocado por la revista CON MUCHA GULA. No resultó premiado y aquí os lo dejo con mucho cariño y mejor apetito. ¡Que aproveche!

 A BOCADOS

 ¡Decidido!: Mi próxima y sabrosa ruta la haría por Cuenca y su provincia. Una ciudad encantada y encantadora.

 Estaba dispuesta a disfrutar a tope y comérmela a bocados con mucha gula.

Partí a las 7 de la mañana de un Madrid asfixiante. Y al llegar a mi destino, lo primero que hice fue encaminarme a la cafetería de la plaza del mercado para tomar un buen café con churros recién hechos que me supieron a gloria. Al entrar en el establecimiento, me llamó mucho la atención la conversación que mantenían dos clientes:

             – ¡Vaya fresquete que hace, copón, y sin caer una gota!

             –A mí lo que me jode es esperar tanto tiempo para que me sirva este guacho, que no deja de cascar y se van a poner los churros más blandos que un chicle. Parece que si mueve el mondongo le da un apechusque.

             -Ya lo he llamao yo tres veces, y el samugo ni mirarme. ¡La madre que lo parió!

             El aludido me sirvió mi café con dos porras grandísimas que consumí de inmediato. Ya me iba a levantar para pagar la cuenta, cuando volvió ofreciéndome una copita de Resoli. Nunca había probado esa bebida, típica de la ciudad y quise antes saber su composición. La

botella que la contenía llevaba talladas Las Casas Colgadas, y el camarero me explicó que la bebida se componía de agua, café, anís o aguardiente, corteza de naranja, canela y clavo. La curiosidad me picó y bebí un sorbo. ¡Delicioso!, no pude evitar acabar la copa, y, agradecida, di propina al chico y salí con la sonrisa en los labios recordando aquella conversación tan peculiar de los conquenses.

Con el estómago cumplidamente complacido, seguí mi camino en busca de un hotel donde alojarme, pues no tenía intención alguna de volver a Madrid el mismo día. La ciudad estaba llena de luz y alegría dada la estación primaveral en que nos encontrábamos.  No me fue difícil encontrar hospedaje en el Hotel Parador De Cuenca, que se ubica en la Hoz del río Huécar y antiguamente fue un convento. Dejé mi equipaje y salí para observar la panorámica espectacular de sus alrededores mientras esperaba,  junto con otros pasajeros, el coche que nos llevaría por esa ruta.

Llegó a la media hora y nos dirigimos a Caracenilla para probar sus variados y exquisitos quesos hechos en la quesería La ermita.

Queso omega curado; de oveja al romero; de oveja con aceite; tierno; de mezcla; queso de cabra; allí todo tiene cabida. Todos entraron en mi paladar y se deslizaron por mi estómago. Sin duda el que más me satisfizo fue el tierno y de ellos compré.

 Seguimos la ruta y desembocamos en un puente romano muy bien conservado. Las vistas paisajísticas no podían ser más bellas.

 El autobús nos transportó a un mesón para comer, o almorzar, como llaman allí a la comida del mediodía. Un local acogedor en el que pudimos probar manjares típicos de esta ciudad. El primer plato que nos presentaron me revolvió las tripas. Se llamaba zarajos, y cuando supe que se trataba de carne y tripas de cordero, no pude disimular mi rechazo. Venían pinchados en un palito. El camarero, sonriendo, me invitó al menos a probarlos.

 -Señorita, no le haga ascos, no lo mire, llévelo directamente a la boca y verá como son exquisitos.

 Obedecí con la náusea a punto de estallar. Pero ciertamente, su sabor era delicioso. Nada tenían que ver el aspecto con el gusto. No había acabado de coger el último zarajo, cuando en la mesa depositaron otros platos con morteruelo. Parecía puré pero nos explicaron que es una pasta con carne de perdiz o codorniz, tan abundantes en los montes conquenses, más hígado de cerdo, todo ello cocido y aderezado con pan rallado que luego era triturado formando dicha pasta.  Unas chuletas de cordero a la brasa siguieron llamando a mi estómago, que no pudo resistirse a la tentación de comerlas. Notaba la pesadez de una comida fuerte que no estaba hecha para mí, sin embargo, cuando llegamos a los postres y me presentaron una torta de alajú, hecha a base de almendras, pan rallado tostado, especia fina, miel y obleas, cuya receta data de la época andalusí según nos dijo la guía turística, la boca se me hizo agua y la voluntad añicos. No pensé que en unas horas pudiera caberme tanto manjar en el cuerpo, ni tan variado.

 Volvimos al autocar con fuerzas renovadas, e hicimos parada en el casco

antiguo de Huete para ver la histórica Iglesia de San Pedro y vimos sus los túneles que tiene bajo tierra. Paseamos charlando animadamente sobre las antiguas murallas de la localidad y subimos hasta lo más alto de Santa María de Atienza para divisar una increíble panorámica de toda la zona.

  Empezábamos a cansarnos; había sido un viaje intenso, sin desperdiciar minuto. Pero la guía anunció que faltaba lo mejor, a su parecer. Y el coche paró en las Bodegas Pago Calzadilla, donde nos ofrecieron una cata de sus variados vinos. Pensé que esa noche dormiría en el automóvil, sin ser capaz de llegar hasta mi hotel, tal era el revuelto que llevaba en mi cuerpo. En dichas bodegas hacía frío y yo no me había provisto de prendas de abrigo. Imitando la jerga conquense, miré a la enóloga y le dije con sorna:

         -¡Aquí hace fresquete!

         -No se apure usted que pronto se calienta el motor.

 Las bodegas y el viñedo estaban ubicadas en una zona rodeada de montañas en mitad de la Alcarria, con suelo algo pobre pero un viñedo muy rico y bien cuidado. Los licores se elaboran de forma artesanal, Recogen la uva de las cepas metiéndolas en cajas y rápidamente las introducen en cámaras frigoríficas para que fermenten. Es un trabajo duro y que requiere mucha profesionalidad, nos dijeron. Compramos cada quién lo que más nos apeteció: tintos, blancos, rosados, espumosos…  y, muy agradecidos por la amabilidad de sus dueños, nos despedimos para regresar a Cuenca.

Al pisar el suelo de la ciudad, noté las piernas adormecidas y la cabeza flotando en el espacio; no estaba acostumbrada al alcohol y había mezclado bastante entre el vino de la comida, el resoli del desayuno y la cata en las bodegas. Así que, pensándolo bien, dejaría para mañana la visita a la ciudad encantada, el ventano del diablo, el río Cuervo y lo que el día diera de sí. Ya no tenía fuerzas para permanecer despierta pero me sentía contenta de haber podido disfrutar de esa ruta gastronómica tan deliciosa.

Me di una ducha de agua templada, cubrí mi cuerpo con un camisón, y me metí en la cama. Al instante, un gran relax me embargó entera, haciéndome sentir en el Paraíso Celestial.




domingo, 11 de septiembre de 2022

PREGÓN DE LAS FIESTAS EN HONOR AL SANTÍSIMO CRISTO. Jábaga 9 de Septiembre de 2022

 


Buenas noches. Sr. Alcalde, José Luis Chamón, concejales y concejalas,  familia, vecinos, amigos:

 Antes que nada, quiero expresar mi agradecimiento total a María, Sara y Rebeca, por decidir contar conmigo para esta difícil tarea, que es un pregón, y también por darme  la oportunidad para expresar una vez más, mi amor por el pueblo que me vio nacer y en el que espero acabar mis días. Honestamente no me explico porqué estas tres chicas se han ido a fijar en mí como pregonera. Quizá porque saben que, si tengo un poco de ayuda, a mí no se me pone nada por

delante y me pongo al mundo por montera. O a lo mejor, cuando decidieron ir detrás de mí, estaban animadas por alguna cervecilla y su vista era más o menos como la mía. Bueno, ellas sabrán. El caso es que este pregón es una gran responsabilidad, por no decir una faena, porque para hacerlo bien hay que valer… Y la verdad es que me gustaría llegar al menos a la altura de las sandalias de todos los pregoneros y pregoneras que me han precedido, que son la caña.

 Pero también es verdad que, A pesar de lo complicado del panorama actual ahora mismo, estas cosas ayudan mucho a levantar cabeza.

 Estas jóvenes, que, junto con Sofía y Alba retomaron la marcha de la asociación de vecinos tras 2 años de pandemia, , han sido muy valientes, dedicándose, ,  pesar de muchos contratiempos, a trabajar sin descanso para prepararnos las mejores fiestas. Prueba de ello es la semana cultural que organizaron del 8 al 14 de Agosto, con actividades para todos los gustos y edades. ¡Olé por vosotraaaas!

Las fiestas del Cristo de este año, tienen que ser muy especiales, pues hay motivos para ello; porque además de honrar  a esta imagen sagrada, nos debemos sentir orgullosos de haber llegado también a celebrar las bodas de oro de nuestra mancomunidad, ostentando la presidencia de honor de los actos, nada más y nada menos que ¡sus Majestades los Reyes de España! Y es que este alcalde nuestro, con lo chiquitillo que es, ¡ay que ver las cosas que alcanza! 

Pero no hay que esperar que nos den todo hecho. En lugar de decir: que lo haga el alcalde, que para eso está; que guisen otros, yo pongo la boca… hay que ser  los primeros en ofrecer lo que podamos..  Así es como marchan estas cosas. Si queremos que venga gente a vivir al pueblo, hemos de darles motivos, servicios, diversión, en lugar de quedarnos a la espera de que lo hagan otros.

Esta barca que es la asociación de vecinos, ha estado varias veces a la deriva, por falta de  timoneles y timonelas. Ha sido una pena porque se ha perdido mucho tiempo y casi, casi, se han echado por tierra todas las fiestas de antes. Hace dos años, estas jóvenes que he nombrado anteriormente decidieron agarrar de nuevo los remos y de  momento, van en la misma dirección, por el buen camino. Recientemente, esta Junta se acaba de renovar, y 3 mujeres nuevas, van a sustituir a Alba, Sara y Sofía. Yo quiero desearles a Mónica, Yolanda y Alicia todo lo mejor y animarlas a seguir, junto a maría y Rebeca, luchando en la barca contra viento y marea. Pero si no les empujamos y las relevamos, podrían acabar anclando la nave de nuevo, como les sucedió a tantos vecinos que quisieron hacer algo por el pueblo. y, creedme que los que perderemos seremos los propios vecinos.

Esta tradicional fiesta se remonta a los años 40 aproximadamente. Nuestros padres y abuelos, con menos recursos que nosotros, lo pasaban en grande. Con sus propias manos preparaban barreños de zurra que a más de uno le adormecía los sentidos.

 Acompañaban a la zurra las tortas amasadas por las

mujeres en el salón del baile y que cocían en el horno del pueblo. ¿Y el baile, qué? Pues el baile estaba amenizado por el acordeón de Bienve, el del molino, que venía desde Cólliga o Colliguilla,  y con un solo instrumento tenía a mozos y mozas toda la tarde danzando por el salón, y si había ocasión de ligar, , pues nadie la desperdiciaba, seguro. Hoy en día, nos dan todo servido: las tortas en las panaderías, la música con alguna disco móvil o un grupo musical… Pero hay que organizarlo todo, ya lo sabéis.

Las fiestas del Cristo no son solo comida, bebida y baile. Hay un acto religioso para el que nuestro actual párroco, don Patricio, tiene que preparar una misa especial, con homilía para la ocasión.

Hay también procesión, con la imagen que pesa lo suyo, recorriendo el pueblo en andas aún más pesadas, que han de sostener los brazos de hombres altruistas y que se ofrecen de forma voluntaria para sacar al Cristo a que le corra el aire una vez al año. Y esos hombres no se llevan nada a sus casas, a no ser cansancio y dolor de espalda. Por eso, merecen toda mi gratitud y respeto, porque sin ellos no tendría

razón de ser esta fiesta. Así pues, os pido por favor, que haya refuerzo. Pensar que algunos de los hombres que vienen sacando la imagen desde años atrás, ya tienen cierta edad y sois los jóvenes, si queremos fiesta, los que tenéis que prestaros al relevo.

 Y como tengo tan buen olfato, (que a falta de vista y oído, buena es la nariz), voy a ir terminando, porque ya me huele al humillo de las lumbres, donde seguramente, se asarán las sardinas, que, regadas con  abundante vino o cerveza de la buena, darán cumplido gusto a los estómagos.

Os invito, pues, a disfrutar de todos y cada uno de los actos que componen estas fiestas, y olvidaros de momento de pandemias, guerras, recortes y cosas negativas..

 Amigos, vecinos: ¡al mal tiempo buena cara!

Estoy segurísima que este pregón no es el mejor del siglo. Pero sí es muy sincero el sentimiento y la ilusión con que lo he hecho. Espero de corazón, haber cubierto las expectativas de todos y de todas. Pero si no ha sido así, pues, como diría aquél: ¡El año que viene, más!

Y para despedirme: mi paz os dejo, mi paz os doy; ¡que os den morcilla, que yo me voy!

 ¡Viva el Cristo! ¡Viva el pueblo de Jábaga!

¡Viva el Cristo; viva el pueblo de Jábaga!

Fdo.: María Jesús Cañamares Muñoz.



lunes, 5 de septiembre de 2022

LA FARSA DEL AMOR

Sucedió en Paracuellos de la Vega, hace ya varios años. Y todavía lo recuerdo como si acabara de acontecer.

Antes de que comenzara la siega de la mies, mi primo había anunciado su boda. Yo recibí aquel anuncio con escepticismo y sin ilusión. No tenía claro si lo mejor sería unirse a Patricia, o seguir bajo las faldas de mi tía. Las dos tenían unos caracteres fuertes, les encantaba organizar las vidas ajenas, eran criticonas y trataban de manejarlo como si fuese una marioneta. El muchacho se parecía a su padre: dócil, cariñoso, responsable… Y amaba a su madre pero también a la que había elegido como futura esposa. Mil veces quedó entre las dos en alguna de sus trifulcas, y siguiendo mi consejo, las dejó enzarzadas sin decantarse por ninguna. Pero en esas ocasiones, Patricia pasaba a la furia y no se dejaba ver en varias semanas, hasta que él, condescendiente y humilde como siempre, le rogaba una cita para la reconciliación. Ocurría una y mil veces, y yo les animaba a optar por la decisión definitiva.

-Así no podéis vivir siempre. O decidís uniros, o separaros. Sabes que si te unes a una, deberás separarte de la otra, pero tienes ya 35 años y la vida pasa rápidamente.

Por fin parecían decididos a dar el paso...

Mi tía se negó a ser la madrina, delegando el privilegio en la menor de mis hermanas, pues solo dio a luz a un hijo. No me pareció buen comienzo esta postura pero nada pude hacer para evitarla. Era una mujer férrea en sus decisiones y no se le podía rebatir porque para todo tenía argumentos. Ella, como todas las madres, prefería lo mejor para su hijo. Y según decía, lo mejor era una carrera profesional que le permitiera vivir desahogadamente, y una esposa “fina”, con estudios y modales, no como ésta, “de pueblo”, sin porvenir alguno… Pero mi primo era de raíces muy arraigadas y tenía bien claro que no saldría de su lugar de origen ni de esos campos queridos y cuidados por sus manos.

El padrino, sin embargo, acompañaría en ese día tan especial con todo
orgullo, a su hija mayor. Mi primo y él se compenetraban a la perfección, ayudándose mutuamente en las tareas agrícolas. Pasaban largas horas jugando al tute en el bar del pueblo. Aquilino vio con buenos ojos aquel casamiento, que seguramente, le daría después varios nietos a los que consentir y malcriar a sus anchas. O eso pensaba él…

Su mujer, la señora Rosario, siempre se mantuvo bajo un respetuoso silencio, porque entre mi tía y ella había buena sintonía, pero le dolía en lo más hondo de su ser, la animadversión que ésta sentía hacia su hija sin razón aparente.

Patricia era de complexión fuerte, robusta, entrada en carnes. Con nariz puntiaguda, ojos pequeños y cara ancha. Sus manos denotaban buena disposición para trabajar en entornos rurales y tareas domésticas. Mi tía decía, con sorna, que le daba un susto al miedo debido a su fealdad física.

El noviazgo de Carlos y Patri transcurría tranquilo, sin prisas, con mil altibajos. Nos unía a los tres una estrecha relación desde niños, y muchas veces era yo su confidente o paño de lágrimas.

Habían decidido dar el paso, y teníamos que prepararles la despedida de solteros. Las amigas, hermanas y primas de la novia, la celebraríamos en el salón de actividades del centro de día. Adoración, la alcaldesa, nos lo cedió sin vacilaciones, a condición de dejarlo tan pulcro como nos lo entregó. Por la tarde teníamos preparada para la joven una sesión de relax a cargo de la especialista que contratamos, y una gran exposición de vídeos y fotos desde que ella nació, hasta la actualidad. Con sus más íntimos amigos, familiares, e incluso, con su futuro marido. Fotos y vídeos que la transportarían a sus vivencias de niñez y juventud. Gran trabajo nos costó aquel montaje, pero estábamos seguras de que sería algo imborrable en la memoria de la chica.

Los amigos y parientes de mi primo decidieron hacer la despedida en un lugar secreto del que jamás nos informaron. Por la noche, todos juntos, bailaríamos al son de una disco móvil que llegaría al salón para acabar la fiesta. Ninguno sospechaba –o al menos no lo hicieron notar- que sabían lo que les estábamos preparando. Pero nosotras sí conocíamos que a Patricia no le gustaba nada el lujo ni los alborotos, así que decidimos una despedida lo más sobria pero bonita posible.

A la hora acordada, decoramos una carreta con peluches, globos y un gran cartel donde estaban fotografiados los futuros esposos. Nos dirigimos a casa de la novia para subirla en ella y pasearla, entre risas y vítores, hasta la ermita de la Virgen de Gracia. Al abrirnos la puerta y ver todo aquello, la chica no pudo evitar correr hacia la casa con el rostro completamente colorado. De poco le sirvió, porque entre todas, la sacamos a la fuerza y en volandas. Le vendamos los ojos y aseguramos que la llevábamos a un convento. Quedó en el vehículo envuelta en todos aquellos simulacros de órganos genitales masculinos. Ella lo supo a través del tacto, porque privada de visión, no hacía más que extender las manos y tocar todo aquello.

Al llegar, lo primero que hicimos fue encaminarnos hacia el caño del Humilladero para refrescar nuestros cuerpos. Le quitamos la venda y la dejamos en la más absoluta indecisión. Ella intuyó que debía zafarse de nosotras si no quería ser empapada de agua. Era la chica muy ligera de piernas a pesar de sus kilos demás, por lo que no fue nada fácil seguirla a la carrera por aquellos campos llenos de follaje y arbustos.

Ya cansadas de correr y retozar, nos dirigimos hasta la Virgen de Gracia, para pedirle que la futura esposa fuese muy fértil y dichosa. Ella sentía un fervor ardiente por nuestra Imagen y rezó durante varios minutos. Me daba la sensación de que más que por su felicidad, oraba para que mi tía se quitase del medio y no fuera un constante obstáculo en su matrimonio. Quizá la Virgen de Gracia hiciera ese milagro… ¡quién sabe!

El mediodía llegó, y con las dos de la tarde marcadas en el reloj, deshicimos el camino hacia el pueblo para comer. Las mesas ya estaban adornadas con panes eróticos, manteles y servilletas de dibujos igualmente excitantes. La comida fue frugal, no queríamos empachos que luego impidieran a patricia gozar de su tarde de relax y emociones, además, andábamos con el tiempo muy justo.

En la sobremesa hubo bromas para todos los gustos, brindis y buenos deseos para los futuros cónyuges. Pero me pareció que Patricia no se acababa de sentir bien. Comió muy poco, apenas habló y miraba constantemente su teléfono móvil, que, al parecer, no sonó una sola vez en el transcurso del día. Normalmente, entre mi primo y ella se cruzaban al menos cuatro llamadas diarias, pero hoy, ni una sola vez hablaron. No quise preguntar nada para evitar que las demás notaran nuestra desazón y traté de animarla e invitarla a la sesión de relax que ya era inminente.

Las nueve de la noche marcó el reloj del salón cuando acabó el
constante chorro de diapositivas y vídeos que a todas nos hicieron recordar tiempos de mucha felicidad, y llorar emocionadas. Nadie tenía hambre y decidimos preparar el salón para el baile, retirando mesas y sillas. En dos minutos, solo quedaba una de las mesas en la que dejamos las viandas que habíamos pretendido cenar. Unos cuantos panes que habían sobrado de la comida, fiambre, sándwiches variados y algunas latas o litronas con espumosa cerveza.

Las horas seguían pasando, la música sonando, y allí no aparecía varón alguno, por lo que bailamos solas dos, tres, diez melodías. En el ambiente había inquietud y extrañeza porque no era así como pensábamos acabar el evento. Nadie decía nada pero los manjares y bebidas estaban intactos en su lugar.

Por fin, sobre las dos de la madrugada, se oyeron voces masculinas, y mucho ruido. No podíamos pensar sino que los hombres traían unas copas demás y alguna broma de muy mal gusto para nosotras. Para Gema. Pero alguien se nos adelantó impidiéndonos el paso. ¡Era el novio! Venía hacia mí, con cara de súplica. Mi corazón pareció partirse en mil pedazos. En un susurro, él me explicó:

-Prima, se acabó. No voy a casarme.

-¿Cómo? ¿Pero qué estás diciendo? ¿Ha sucedido algo?

Me abrazó y respondió sereno:

-Ha sucedido. He descubierto que el amor es una farsa. NO existe el amor eterno, y prefiero no jurarlo, ni por Patricia, ni por mi madre, ni por nadie.

No supe, no pude responder. Un nudo que me ahogaba se formó en mi garganta. Pero mi primo acudió a socorrerme. Se dirigió a todos, y contó su descubrimiento. La novia no se inmutó, en contra de lo que yo esperaba. Y con toda tranquilidad, resignada más que dolida, nos dijo:

-Los descubrimientos también se celebran, así pues, ¡que siga la fiesta!

 María Jesús Cañamares Muñoz