Después de un tiempo de soledad, conoció a Helen, que
trabajaba como guía intérprete y que sabía inglés, por lo que era perfecta para
echarle una mano en las reuniones internacionales, a las que acudía ya con
alguna frecuencia. La relación laboral volucionó y acabaron enamorándose. Tras
vivir juntos un tiempo de prueba, se casaron por lo civil. Las cosas al
principio no fueron fáciles, porque Daniel había cogido durante la época en la
que vivió solo una fuerte depresión que le condujo a la bebida, si bien asegura
con ironía que se emborrachó por primera vez a los 40 años. Cuando las cosas
mejoraron, hacia 2001, decidieron tener un hijo "sin miedo". En el
momento del parto, Daniel permaneció en el quirófano con un guía intérprete que
deletreaba sobre la palma de su mano cuanto ocurría fuera. Dice que fue muy
emocionante y que la niña ha reforzado mucho su relación con Helen, cuyo
undécimo aniversario celebraron recientemente.
Natalia nació en abril de 2002. Es una cría activa, guapa,
muy seductora, que, como me explica su madre, es más consciente del riesgo que
las niñas de su edad. Sabe, por ejemplo, que en su casa jamás debe haber
cajones abiertos, o juguetes por el suelo, porque representan un peligro para
su padre.
"Cuando era más pequeña -añade Daniel-, jugábamos al
escondite, pero yo, claro, no la encontraba nunca, así que lo tuvimos que
dejar, pero no fue fácil explicarle por qué. Ahora ya sabe que me tiene que
tocar para que yo sepa que está ahí.
Ha comprendido la situación.
"Un día -apostilla Helen- se llevó al colegio fotos de un
viaje de Daniel a Australia y explicó a toda la clase cómo era su padre.
"Mi padre", dijo, "no ve ni oye, pero puede tocar canguros y
koalas, y así sabe cómo son". Sus compañeros se quedaron muy
impresionados.
Me contaban todo esto mientras desayunábamos en su casa,
situada en un barrio de las afueras de Madrid, ciudad que él no ha visto nunca
ni cuyos sonidos ha escuchado jamás, puesto que llegó a ella cuando había
perdido ambos sentidos. Un poco antes del desayuno, mientras Helen y Natalia
iban y venían de la cocina disponiendo la mesa, Daniel y yo habíamos
permanecido sentados el uno al lado del otro algo violentos, me parecía a mí,
por la situación. Yo carraspeaba de vez en cuando para que me tuviera
localizado, aunque inmediatamente caía en la cuenta de que no podía oírme.
Entonces, realizaba algún movimiento en apariencia casual para rozar mi brazo
con el suyo, de modo que supiera que me encontraba junto a él. Natalia aparecía
corriendo con las tostadas o las tazas y desaparecía a la misma velocidad. A
veces, al depositar los objetos sobre la mesa, rozaba el cuerpo de Daniel, que
alargaba su mano en un intento de atrapar la de la niña, que se le escurría
entre los dedos como un pez. Mientras desayunábamos, Helen tecleaba sobre la
palma de la mano del sordociego cuanto yo comentaba y me traducía sus
respuestas, todo ello sin dejar de desayunar. Daba la impresión de poseer
cuatro manos en vez de dos, o seis, si pensamos que también tenía que atender
con alguna frecuencia a los requerimientos de Natalia. Les pregunté cómo
discutían, pues no era capaz de imaginarme a la pacífica Helen escribiendo con
furia un improperio sobre la palma de la mano de su marido. Se tomaron la
pregunta con humor y Daniel añadió que él, al no ver ni oír, tenía ventaja en
las peleas conyugales.
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