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domingo, 8 de enero de 2017

Vuelta al mundo de los sonidos

Cuando una persona nace sin visión el sentido del que más información recibe es el oído. Nunca me importó ser ciega, pues a través de los sonidos me orientaba bastante bien y pude hacer una vida casi normal como cualquier persona sin limitaciones. Pero a mis 12 años todo cambió por completo a causa de algún medicamento que poco a poco fue minando mi nervio auditivo. Varios otorrinos diagnosticaron hipoacusia bilateral. Fue un golpe para toda mi familia y, evidentemente, para mí: tenía que dejar los estudios porque no oía a los profesores y en aquel entonces tampoco teníamos intérpretes ni profesionales dedicados a nosotros. Me era difícil integrarme en la sociedad por no poder seguir las conversaciones, en una palabra, me sentí aislada del mundo, hasta que en los años 80 alguien movió fichas en una partida que todavía hoy seguimos jugando e intentando ganar.

En la ONCE hicieron un censo de personas sordociegas, reuniéndonos un grupito reducido en Madrid para formar lo que hoy es ASOCIDE (asociación de
sordociegos españoles). Lo más gratificante fue comprobar que hay miles de personas en mi misma situación y que no por ello se han hundido. Hemos realizado convivencias, conferencias, donde entre todos hemos clamado por una sociedad más comprensiva y tolerante. La comunicación tanto entre nosotros como con el mundo exterior es la barrera más grande a la que nos enfrentamos porque dependiendo de muchos factores que van desde el momento en que adquirimos la sordoceguera hasta el grado de ésta, usamos distintos sistemas de comunicación. 

Así pues, s

e formaron profesores, guías intérpretes, mediadores, y a día de hoy aunque sabemos que queda muchísimo camino por andar, un camino lleno de estigmas, prejuicios pero también de sendas bonitas, lo cierto es que hemos avanzado mucho en recursos, educación y cultura. Mi hipoacusia y la necesidad de comunicación corrían parejas a lo largo de mi vida. Así, con entereza y dificultades he logrado acabar mis estudios primarios y adentrarme en el mundo de las tecnologías, lleno de grandes sorpresas y posibilidades para nosotros.


Con apoyo de la ONCE me introduje en la Informática y hoy puedo manejar un ordenador que, a través de una línea Braille y con el lector de pantalla llamado Jaws me permite acceder a la prensa, chatear por Skype, utilizar correo electrónico, etc.. Una vez diagnosticada mi hipoacusia, me vi cada vez más obligada a usar el tacto, tercer sentido más importante para las personas que no ven ni oyen. Mi mundo está en mis manos, en mis dedos.

Según pasaban los años, fui necesitando audífonos de mayor potencia, hasta el punto de que hace un año ya no percibía los sonidos agudos, había olvidado el canto de las aves que tanto me cautivó siempre, o el tictac de un reloj. ¿Qué iba a pasar dentro de 5 años más? ¿Acabaría sin oír absolutamente nada? Esto me aterraba, sin ver ni oír mi día y mi noche serían una misma cosa… En la consulta del doctor Denia Lafuente, me atienden desde hace unos 30 años con visitas anuales completas y un trato extraordinario. El doctor y su audioprotesista Nadia debieron pensar lo mismo que yo y desde hacía 4 años me sugerían el implante coclear. Yo había presenciado dos casos en que éste fracasó y no me seducía para nada la idea por más que me aseguraban que las tecnologías habían avanzado mucho desde aquellos años en que mis compañeros se implantaron. Les fui dando largas pero ellos no cejaron en su empeño.

Y en 2014, justo el día en que cumplí 51 años, ya no me perdonaron ni uno de mis argumentos en contra del implante. Casi me imponían hacérmelo, algo que me ponía tensa y sentía ganas de decirles que ya no volvería a su consulta. Pero en casa reflexionando veía que solo querían mi bien, pues a ellos nada les suponía mi negativa o mi disposición a la cirugía. Me sentí desconcertada, indecisa. Mi familia y amigos eran dispares en sus opiniones y esto aún me desorientaba más. El doctor Denia ya había colmado el límite de su paciencia, y sin más dilaciones me derivó al equipo de especialistas en implantes del hospital Ramón y Cajal. También dentro de este equipo las opiniones eran distintas: mientras unos me aconsejaban implantar el oído izquierdo por donde sí oía pero no entendía nada, otros se decantaban por el derecho, pues por él sí entendía y decían que el rendimiento sería mayor. Las pruebas a las que me sometieron me clasificaron como apta para el implante. El equipo médico me animaba a ello, mientras que Yo no lo tenía tan claro pero sabía que era el último recurso para no quedarme sorda completamente. Así, el último día de consulta antes de ir al quirófano, el doctor Polo me pidió tomar una decisión, y en caso afirmativo firmar el consentimiento para operarme. Llena de dudas y miedo, en un arranque de valor decidí dar el paso, y el 16 de Octubre del año pasado a las 7 de la mañana ingresé en la unidad de implantes cocleares de ese hospital acompañada por mi hermana presente en todo este reto, a la que horas después se unió también una de nuestras tías.

La habitación era individual y más parecía la de un hotel que la de una clínica, con todas las comodidades que se puedan pedir. Cuando toqué el trozo de cabellera que me habían rasurado para colocar el dispositivo, el pánico se debió reflejar en mi cara, provocando la carcajada de mi hermana y del peluquero; no podía imaginar ese trozo totalmente calvo y además en sitio tan visible…. A las 12 de aquella hermosa mañana, mientras yo permanecía bajo los efectos de la anestesia, los doctores Polo, Vaca, Molina, Pérez y la logopeda Auxi me devolvían la vuelta al mundo de los sonidos, las ganas de vivir, pero yo no lo comprobaría hasta un mes después cuando me conectaran el dispositivo externo al interno. Recibí el alta al día siguiente, a la semana, me quitaron todos los puntos y me dejaron el oído izquierdo –el implantado- incomunicado, lo pasé mal porque con mi audífono no alcanzaba apenas a entender a la gente pero no había otra que aguantar un mes hasta que pudieran conectarme el implante, ya que la parte interna se comunica con la externa por un imán.

El 11 de Noviembre fue el gran día: ni por casualidad esperaba nadie que desde el primer instante pudiera yo entender palabra; nos equivocamos. La primera palabra que mi implante captó fue el saludo de Auxi, al que yo respondí inmediatamente, Llenas de emoción las dos, ella corrió a llamar a mi hermana que esperaba en la sala. Seguramente tan nerviosa como nosotras. Su "Hola, son Mari Carmen" fue captado por mí nítidamente; aún hoy, mientras escribo este relato, corren lágrimas de gratitud y emoción hacia ella y el equipo médico que realizó este milagro. Al ver que las entendía, mi hermana y la logopeda no sabían dónde poner los ojos, aquella experiencia jamás la olvidaremos ninguna de las tres, supongo. Con los hombres lo pasé mal los primeros días, ya que sus voces las percibía afeminadas y en más de una ocasión creí que quien me hablaba era mujer.

LOGOPEDAS NO FALTARON

Además de la inconmensurable Auxi, logopeda del Hospital y que todavía hoy me atiende, no me faltaron voluntarios que me dedicaron muchas horas de su tiempo para practicar incluso por Skype. Amigos y familiares, han sido fundamentales en mi rehabilitación dedicando muchas horas de su tiempo a hablarme para practicar y desarrollar la audición, ¡cuántas gracias tengo que dar
a todos! Es imposible describir la ayuda recibida aun empleando todas las palabras de los diccionarios.

Hoy día, ya puedo entender prácticamente a toda la familia, conversar por teléfono y lo mejor es que oigo sonidos que hace medio año era impensable oírlos. Parecía tan difícil... y se hizo la luz, no la luz no. Era casi más íntimo, más dentro de mi piel y de mis venas. La oscuridad de mi oído dio paso a los sonidos, ¿acaso de esos grajos a los que tanto tiempo hace que añoro su canto?... Disfruto muchísimo al abrir mi ventana y escuchar de nuevo a los grillos, el tictac del reloj, la música que me gusta y que antaño escuchaba con dificultad… Por supuesto, sigo siendo hipo acústica, pero ahora, bromeando, digo que soy más atrayente. Porque nunca he sido agraciada pero tras el implante digo que lo soy: físicamente porque al llevar imanes atraigo más, y también por la curiosidad de ver el dispositivo y probar si los entiendo se me acerca mucha más gente que antes. Y moralmente, porque he sido agraciada con un  premio gordo: ¡la vuelta al mundo de los sonidos!

A partir de ahora, cuando se ha cumplido un año desde aquel inolvidable 16 de Octubre, mi mente solo se ve ocupada por un reto más: implantarme el oído derecho cuanto antes y con el mismo equipo. Es mi única ilusión, ¿la podré llevar a cabo?

sábado, 26 de enero de 2013

Héroes anónimos - CESAR TORRES CORONEL (1917-1985) Parte 2 de 2

Era muy mañoso, encolando sillas, arreglando grifos, reparando planchas, poniendo enchufes eléctricos y haciendo otros trabajos. Manifestó siempre ser muy metódico, meticuloso y ordenado en todas sus actividades. Muy pocas veces se le vio enfadado, mostrándose continuamente afectivo con los compañeros, principalmente, con los ciegos sordomudos, a quienes protegía solícitamente y procuraba enseñarles cuanto él sabía para que se autopromocionaran y fuesen más felices.

Al terminar la Guerra Civil española, César fue nombrado bibliotecario del Colegio Nacional de Ciegos, asignándole un jornal y permaneciendo en el establecimiento como interno. El catalogaba las obras, confeccionaba los ficheros, entregaba libros a los lectores, extendiendo el recibo correspondiente y recogía los volúmenes, una vez leídos por los usuarios. En 1946 fue nombrado empleado de la imprenta Braille del colegio, percibiendo un sueldo no muy elevado, siendo el encargado de corregir y encuadernar las obras que se iban copiando o imprimiendo en el sistema francés de puntos en relieve, haciendo y deshaciendo paquetes de libros, ordenando ficheros y controlando las entradas y salidas del papel. Ya no dormía en el colegio, porque lo abandonó al enfermar del pulmón en 1945 para evitar el contagio a los alumnos. Otro empleado de la imprenta, que vivía cerca de la casa de César, se tomaba la molestia de llevarle al centro docente y conducirle después al domicilio. Más tarde, en 1951, fue colocado con un buen sueldo en la imprenta nacional Braille, instalada cerca de su hogar, siendo su propia madre quien le acompañaba al lugar de trabajo, donde realizaba las mismas tareas que en la imprenta del colegio, y después le recogía para llevarle a casa. Siempre cumplió fielmente sus obligaciones laborales, mostrándose muy respetuoso con sus compañeros y superiores, quienes sintieron mucho su marcha de la imprenta cuando se jubiló por la edad.

César adoraba a su madre a quien, ya viuda, mantenían él y su hermano; pero cuando se quebrantó la salud de esta señora, nuestro protagonista se casó, con el fin de tener una persona que le cuidara y atendiese a su madre, que falleció a los pocos años confortada por su hijo ciego y sordomudo. En 1984 enviudó César, quedándose muy desconsolado y angustiado, sin familia ni persona alguna que le cuidara e hiciese compañía; pero una humilde y bondadosa señora viuda y con tres hijos le hizo proposiciones matrimoniales con objeto de atenderle debidamente y tener derecho a su pensión, en el caso de que él muriese. César, que gozaba de poca salud entonces, aceptó el casarse de nuevo y la ceremonia se celebró en el mes de abril de 1985, pero pocos meses después, el 9 de julio de ese mismo año, falleció este gran amigo nuestro.

Los españoles no hemos sabido valorar la extraordinaria personalidad de César Torres Coronel, quien, por su inteligencia y dinamismo, sin tener recursos económicos, alcanzó tan alto nivel cultural y social, que es digno de figurar junto a Helen Keller, Ranghild Kaata, Eugenio Malosi y otros ciegos sordomudos de fama universal. Sin apoyo alguno del Gobierno, ya que a su caso no se le dio la publicidad necesaria y doña Rafaela Rodríguez Placer, en su admirable humildad, no aprobaba los exhibicionismos ni que a su pupilo le tratasen como a un mono de circo, consiguió César ocupar un puesto destacado entre sus compañeros de infortunio y ganarse honradamente el diario sustento con el esfuerzo de su trabajo.

El 13 de diciembre de 1941, festividad de Santa Lucía, patrona de los ciegos, la Organización Nacional de Ciegos celebró en el madrileño teatro Calderón un homenaje a doña Rafaela Rodríguez Placer por sus 50 años dedicados a la enseñanza de los privados de vista, como profesora del Colegio Nacional de Ciegos y del madrileño Centro Instructivo y Protector de Ciegos. En este acto se le hizo entrega de la Medalla de Oro del Mérito al Trabajo, concedida muy merecidamente por el Gobierno a propuesta de la ONCE. Fue muy emotivo presenciar cómo le entregaba dicha medalla a doña Rafaela su alumno más predilecto, César Torres Coronel, el niño que llegó a sus manos siendo un bloque de mármol en bruto y que ella labró con cariño y arte hasta convertirlo en una admirable estatua dotada de buenos sentimientos y capaz de ser útil a sus semejantes, gozando de la relativa felicidad que puede proporcionar a un hombre ciego y sordomudo este valle de lágrimas, cuando se vive dignamente del fruto de su constante trabajo.

miércoles, 23 de enero de 2013

Héroes anónimos - CESAR TORRES CORONEL (1917-1985) Parte 1 de 2

César Torres Coronel nació en Madrid el año 1917 y, cuando tenía 22 meses de vida, se quedó completamente ciego y sordo a consecuencia de un ataque de meningitis. Era imposible entender su parloteo, pero pronto supo andar solo por toda su casa, localizando perfectamente todos los muebles y objetos, reconociendo las habitaciones y distinguiendo a sus familiares. A los 3 años de edad ya se vestía y desnudaba solo, comprendía cuanto le decían y se comportaba correctamente en la mesa. Le gustaba mucho jugar con sus juguetes y los de su hermano y, en cierta ocasión, observando que éste jugaba a la toña, pidió a su padre que le hiciera una, capricho que complació el señor Torres inmediatamente. Al hacer saltar la toña, César la perdía y le enfadaba mucho no poderla encontrar, pero ideó atarla al extremo de una cuerda fina y sujetar el otro cabo en un ojal de su pantalón, con lo cual pudo jugar a la toña sin problemas.

Cuando acababa de cumplir los 7 años, se hizo cargo de su educación doña Rafaela Rodríguez Placer, profesora del Colegio Nacional de Sordomudos y de Ciegos, donde César permaneció como alumno de esta excepcional pedagoga desde 1924 hasta 1937, aprendiendo a hablar de manera muy inteligible, utilizando en su enseñanza el método alemán para ciegos y sordomudos, así como el alfabeto manual del español Ponce de León, que dominó perfectamente en seguida. Podía, además, sostener una conversación con cualquier persona ignorante de estos procedimientos, valiéndose de un guante que se colocaba en la mano izquierda y que tenía un abecedario vulgar bordado en relieve, donde él y su interlocutor señalaban las letras y formaban las palabras.

Con paciencia y abnegación extraordinarias se consagró doña Rafaela durante 13 intensos años a la educación de este niño ciego y sordomudo, pero dotado de gran talento y férrea voluntad, a quien se llevaba en su compañía, incluso, durante sus vacaciones de verano. Con esta total entrega, y utilizando los métodos y procedimientos empleados por el señor Nebreda en la educación de Martín de Martín y Ruiz (véase su biografía en este capítulo), además de otros ideados por ella, consiguió la admirable y bondadosa profesora que César Torres Coronel obtuviera el título de bachiller en el Instituto Cardenal Cisneros, de Madrid y que fuera un hombre culto, patriota, hábil en toda clase de trabajos manuales, practicante de varios deportes y juegos de mesa, aseado y fervoroso cristiano, que recibió con profunda emoción la primera comunión y que frecuentaba los santos sacramentos, no faltando a misa en los días preceptivos.

Su maestra logró que no tuviera miedo para caminar solo, valiéndose del tacto de sus pies y de las vibraciones del suelo para reconocer los lugares, que utilizara todas sus facultades para distinguir a las personas y se relacionara afablemente con todo el mundo. Le inculcó, que aceptara con resignación cristiana su desgracia, pero que tuviera valor para superar cuantas dificultades encontrara en su camino, pudiendo contar siempre con la ayuda desinteresada de cuantos le conocían.

Durante sus veraneos en Galicia con doña Rafaela, César se bañaba en el mar, sacaba agua del pozo con la garrucha, ordeñaba las vacas, trepaba a los árboles con los chicos del pueblo para coger fruta y les ayudaba en las labores del campo, pues le agradaba mucho vivir al aire libre y disfrutar de los perfumes silvestres. Era muy servicial y no le gustaba estar sin hacer nada, razón por la que su profesora le encargaba la reparación de los muebles deteriorados y le proporcionaba las herramientas para facilitar su trabajo.

En el colegio practicaba la gimnasia y solía jugar con sus compañeros al ajedrez, al dominó y a las cartas. También asistía al cine y al teatro, sentándose al lado de un amigo que le explicase, manualmente, cuanto sucedía en la pantalla o en el escenario. En un festival escolar participó con otros alumnos en los ejercicios físicos, destacando como nadador y trepador de cucaña. En una exhibición realizada en 1930 en la Unión Americana, en Madrid, modeló en barro un elefante a la vista del público. En un reparto de premios a los alumnos del colegio, cuando César tenía 12 años de edad, subió al estrado y recitó una poesía con voz muy inteligible.

Nosotros convivimos muchos años con César Torres Coronel en el Colegio Nacional de Ciegos y podemos afirmar que era un gran lector de toda clase de libros, porque deseaba cultivar su espíritu y poseer una vasta cultura. Con él se podía conversar acerca de cualquier tema, teniendo él un lenguaje perfectamente inteligible para quienes estuvieran acostumbrados a oírle. Conocía en seguida a las personas por su olor, por la forma de tocarle o saludarle y era muy orientado, pues recorría solo, y sin tropezar, todas las dependencias y el inmenso jardín del colegio, establecimiento que tenía 40.000 metros cuadrados de superficie y en el que había un gran bosque.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Un Mensaje a la Conciencia

por el Hermano Pablo

Su mundo fue un mundo de silencio. Desde el vientre materno estuvo privada del oído. Nació sorda, y vivió sin poder tampoco aprender a hablar. Los sonidos para ella no existían. Desde muy pequeña su único lenguaje era el de los signos. Así Sandra Smith, de Sudáfrica, vivió sin oír y sin hablar.

Un día el amor llamó a su puerta. Sandra se enamoró de Kenneth Conrad, compañero de estudios en la universidad. Como soñaba con el día en que Kenneth le propondría matrimonio, mentalmente ensayó decir con la voz y con los labios: «Sí.» El día llegó. Kenneth, arrodillado, le preguntó por señas: «¿Quieres casarte conmigo?» Y Sandra, por primera vez en su vida al oído de otro, aunque no podía oírlo ella misma, pronunció un sonoro «sí».

Esta no es sólo una historia de romance. Es también una historia de tesón, de determinación, de esperanza, de fe. Es una historia del mágico poder que tiene el amor. Sandra, joven universitaria de veinte años de edad, sabía que era sordomuda. Pero se preparó mentalmente para el día en que pronunciaría, cuando menos, una sola palabra. Y cuando el hombre de sus sueños le propuso matrimonio, rompió el silencio de veinte años y habló para decir: «Sí».

Decir «sí» o «no» puede cambiar el destino completo de una persona. Si un joven le dice «no» a la primera invitación que se le hace a probar cocaína, y sigue diciendo firmemente «no» a toda otra invitación posterior, se librará del funesto vicio.
Si una adolescente aprende a decir «no» a cualquier requerimiento malsano que le hace el joven, se librará de la pérdida de la pureza y del embarazo fuera del matrimonio. El «sí» y el «no» pueden tener enormes repercusiones. El poder de un «no» puede salvarle la vida.

Hay otro «sí» y otro «no» que tienen consecuencias eternas. Son el «sí» o el «no» con que respondemos a la invitación divina. La invitación es esta: «Dame, hijo mío, tu corazón y no pierdas de vista mis caminos» (Proverbios 23:26). Responder con un «no» es negarnos eternamente la paz que Dios nos quiere dar. En cambio, responder con un «sí» es encontrar la razón de nuestra existencia, es encontrar la verdadera felicidad, es encontrar a Dios. Respondamos con un «sí» a la invitación divina. Es nuestra única salvación.

miércoles, 31 de octubre de 2012

Flores y dulces para nuestras ánimas

Hola: Hoy quiero contaros cómo se celebra en mi pueblo la festividad de todos los Santos. Es una fecha triste, llena de silencio, de recuerdos, de flores en el cementerio, de dulces que, según los mayores del lugar, han de hacerse para que Las Ánimas los coman por las noches cuando nos visiten...

  Digo que es una fecha triste, porque creo que dramatizamos demasiado la muerte. En otros países de América y de África, la muerte es celebrada con bailes, comidas abundantes y jolgorio, ya que simboliza un encuentro del fallecido con Dios o con aquellos ídolos religiosos a los que ellos adoran. Pero en España, la muerte representa para nosotros un verdadero trauma.

Yo he vivido tiempos en que al difunto se le velaba en su propia casa durante todo el día si fallecía de madrugada, durante la noche, y después pasábamos 3 noches más rezando oraciones en la casa aunque él o ella no estuvieran ya en cuerpo presente. Ahora, la mayoría de familias llevan al ser perdido a un tanatorio donde los familiares lo velan pero con todas las comodidades: hay sofás donde sentarse, bar para tomar algo, y además de la limpieza de la sala se encargan trabajadores y no los mismos familiares como harían en su casa.

  Pero se sigue dramatizando la muerte, algo que no debería ser así porque para mí, la muerte no es más que el fin del ciclo vital. Igual que un reloj dura andando mientras tiene la maquinaria en óptimas condiciones, pero deja de caminar cuando ésta falla, de la misma manera nuestro cuerpo tiene vida mientras el corazón camina y el cerebro da órdenes a los demás miembros. En el momento en que el corazón deja de latir, el ciclo vital se termina. Es ley natural que todos deberíamos aceptar sin mayor dramatismo. Yo no sé si habrá o no otra vida más allá de la muerte, yo no lo creo, pero si la hay, deberíamos morir con alegría, ya que en la segunda vida nos reencontraríamos con nuestros seres queridos.

  Pero vayamos a la festividad de todos los santos.

Aquí en Jábaga, la víspera, se llevan flores al cementerio: unas, naturales, que los propios vecinos cultivan en sus huertos. Otras, también naturales pero de floristerías. Y otras artificiales que si bien no son tan bonitas, duran todo el año, o a veces más, sin estropearse. El camposanto se llena de colores y vida gracias a estas flores y da la sensación de que uno está en un jardín, aunque los cipreses y las lápidas, pronto nos recuerdan que es el campo donde descansan nuestros familiares y amigos.

  El día 1 de Noviembre, se celebra la Misa por todos los difuntos.

Por la tarde, los vecinos vamos al cementerio precedidos de nuestro Párroco quien por el camino va rezando el santo Rosario. Llegados ahí, se cantan unos responsos y ya cada vecino se dirige a las lápidas de sus familiares pero conversando, visitándose de unos a otros, e incluso ya cae alguna sonrisa por algún dicho o acontecimiento.

  Al bajar del camposanto, en la mayoría de las casas del pueblo se suele preparar todo tipo de dulces para esas fechas: buñuelos de viento, huesos de santo, puches, chocolate, picatostes... Naturalmente somos nosotros, los vivos, quienes nos los comemos o cenamos, pero la costumbre popular y muy antigua es que éstos se preparan para que las ánimas “mojen los picatostes en los puches y el chocolate”.

  Algunos amigos o familiares cocinan en una casa y se reúnen un montón de gente para comer y festejar esta noche de embrujos, espiritismo y, en muchas ocasiones, tristeza por la ausencia de estos seres a quienes tanto queríamos y ya no están.

  ¿Qué son los puches?
Aquí os dejo la receta por si los queréis probar. Tienen algunas pequeñas variantes según los gustos, por ejemplo, hay quien los hace con agua, o quien los prepara con leche. Hay quien les echa azúcar, o quien les echa miel para endulzar. También hay quien echa un poquito de chocolate en polvo junto con la leche o el agua para que los puches sepan a chocolate... En fin, que sobre gustos no hay nada escrito:

Receta de puches.
Ingredientes
3 cucharadas soperas de harina
3 cucharadas soperas muy colmadas de azúcar o miel
100 ml de aceite de oliva
Un trozo de pan de pueblo del día anterior
250 ml de agua o leche
Canela para adornar


Preparación

1. Cortar el pan en cuadrados pequeños —en casa los llamamos chicharrones—.
2. Freírlo en una sartencilla con aceite de oliva bien caliente. Retirar del fuego en seguida para que no se queme. Poner a escurrir en un papel de cocina.
3. Quitar un poco de aceite y dejar en la sartén el equivalente a tres cucharadas soperas.
4. A continuación poner la harina y el azúcar, y dejar que se tueste a fuego medio, dándole vueltas con una cuchara de madera.
5. Cuando esté tostado y la harina haya perdido su sabor, echar el agua templada, y poco a poco, con unas varillas, ir formando una masa, dándole vueltas hasta que espese.
6. Retirar del fuego cuando empiece a hacer burbujas.

Se sirve caliente en un recipiente de barro, espolvoreando canela y con el pan frito por encima. A mí personalmente la canela no me gusta, por lo tanto aquí no se le echa.

  ¿Qué son los picatostes?

Ahora os lo cuento. A mí me encantan.
y fijaros que es una recetas super sencilla, porque es pan frito, pero el secreto es que en mi pueblo se usa el pan pan ( que es pan de pueblo) que tiene una miga más compacta.

También los puedes hacer con pan de barra, lo que pasa es que la rebanada es más pequeña, y claro el sabor no es el mismo.

Los ingredientes para hacer los picatostes son:

-Pan pan
- Aceite de oliva

La elaboración es muy sencilla, cortamos las rodajas del pan pan y las freimos en abundante aceite.
Los escurrimos en papel absorbente y los ponemos en un plato le hechamos un chorreón de vino tinto o blanco como tu prefieras, y azúcar por encima espolvoreada.

¡Que os aproveche!

miércoles, 17 de octubre de 2012

Samuel Valencia es un joven universitario

Samuel Valencia es un joven universitario ciego sordo que aprendió a comunicarse con el mundo, gracias al apoyo y a las manos de su hermano. Juntos, enseñan la lengua de señas y comparten su experiencia de vida con optimismo y alegría. Crónica de vida.

GINNA TATIANA PIRAGAUTA G.

LA NACIÓN, NEIVA

“A los cinco años de edad quedé sordo. Yo creía que era algo normal porque comprendía lo que las personas me decían. Pensaba que mi vida sería igual a la de un oyente. No aprendí lengua de señas porque podía comunicarme. Pero Samuel Valencia junto a su hermano Dayilmar Álvarez enfrenta la vida sin barreras, cuando perdí la visión me encerré totalmente”, asegura Samuel Valencia con tranquilidad, a través de sus manos.

Samuel tiene 26 años, es estudiante de Tercer Semestre de Psicología en la Universidad Manuela Beltrán de Bogotá y es una persona ciega y sorda. Él desarrolla su vida con normalidad y fortaleza mientras construye los sueños para su futuro junto a su hermano Dayilmar, su fiel acompañante.

“Cuando tenía 17 años de edad, después de cinco cirugías, los médicos determinaron que yo no volvería a ver. Permanecía todo el día en casa. Durante dos años estuve en mi cama. Comía muy poco y no me comunicaba con nadie. Me sentía muy mal. Triste. Lo único que quería era morirme”, expresa Samuel a través de un profesional en lengua de señas.

“Pensé que mi vida se había acabado. Creía que la única salida era ahorcarme. Mi futuro era incierto. Yo pensé  que se había terminado la comunicación con el mundo. Era muy difícil. No creía que fuera posible ningún proceso comunicativo. No sabía cómo enfrentar el futuro”.

Esperanza


Dayilmar aprendió empíricamente la lengua de señas para ayudar a comunicar a su hermano.
“Cuando quedé discapacitado no tenía ninguna comunicación. Mi hermano desde muy pequeño me acompañó siempre y siempre estuvo interesado en aprender el lenguaje de señas. A medida que crecía me acompañaba a reuniones. Copiaba lo que decían y poco a poco, trabajando juntos, me explicaba todo.

“Me adapté a la forma en que movía las manos y después de un tiempo para mí fue normal comunicarme con él, pero nunca aprendí una estructura como tal. Yo pensaba en cómo iba ser un profesional sino me podía comunicar efectivamente. Tenía pena por lo que mi familia veía de mí, por mi pesimismo”.

“Gracias al apoyo de mi mamá ingresé a la Asociación de Sordos y Ciegos, allí conocí personas iguales que se esforzaban por estudiar y por trabajar. “Eso me sorprendió mucho. Pensé que yo también podía hacerlo. Medité mucho y me arrepentí de haber deseado la muerte. Vi una posibilidad hacia el futuro, de cambiar mi vida. Gracias a la asociación aprendí a manejar el lenguaje de señas, a leer y a utilizar el bastón. Me interesé bastante por mí”.

Retos

“Comprendí muchas cosas. No pensé nunca más en que no podía, sino por el contrario, en que habían muchas cosas por hacer. Que era difícil, pero que tenía que esforzarme con sudor, con trabajo y dedicación. También tenía fortalezas, como mi inteligencia. Así fuera un minuto, una hora o un mes que yo viviera tenía que aprovecharlo para aprender a desenvolverme”.

“Si seguía en la cama, durmiendo y quejándome, con pereza y ganas de morirme no lo iba a lograr. Saqué afuera todo eso y mi objetivo fue levantarme con fuerza. Ingresé al colegio a estudiar. La primera vez lo hice con estudiantes sordos. Yo era el único sordo ciego. Ellos me enseñaron a relacionarme, a entender su cultura, a aprender el idioma e interactuar. Fue muy grato”.

“Nunca más pensé en que no podía hacer las cosas. Tenía claro que quería progresar y salir adelante. Ese era mi objetivo. Muchas personas no conocen el significado de ser sordo ciego. Me preguntan ¿Usted por qué? ¡Es raro! ¿Por qué utiliza las manos?”

“Una persona ciega tal vez es normal, pero ser sordo ciego no. Yo tenía que generar una identidad de progreso y que las personas entendieran mi condición. Cuando logré mi cartón de bachiller fui muy feliz. La Fundación Neuroarte me apoyó e ingresé a laborar. Quería hacerlo. Enseño lengua de señas y habló de mi experiencia en muchos lugares”.

“La fundación me apoyó en el ingreso a la universidad, le paga a mi hermano por mi servicio de interpretación y otros gastos que necesito. Estoy estudiando Psicología para entender mi cuerpo e interiorizar con meditación mi condición.”

Futuro

“Yo necesito desarrollarme mucho más. Quiero aprender a manejar perfectamente los sistemas y trabajar como profesor lingüista. Ir a la biblioteca, viajar a diferentes lugares. Mi situación cambió mucho y mejoró. Esto fue gracias a Dios porque me dio la oportunidad de vivir y derribé el pensamiento negativo hacia uno positivo”.

“Hay muchas imposibilidades en el mundo. Nunca conocí la forma de vida de una persona sordo ciega. Sin embargo, tiene características bonitas. Tengo una relación desde hace cuatro meses. Mi novia tiene un nivel muy básico en el lenguaje de señas. Antes no sabía nada y siempre me escribía en la palma de la mano. Yo le he enseñado y su nivel avanza”.

“Yo comparto mi experiencia personal porque muchas personas en Colombia atacan la discapacidad. No piensan que hay más allá. Hay que romper el estigma y avanzar. Es necesaria la inclusión en Colombia y la educación para las personas en condición de discapacidad”.

“Me siento orgulloso porque comparto con muchas personas y esa es una nueva perspectiva de la discapacidad. Esto me permite crecer. Yo tengo una vida normal. Mi vida puede ser como la de cualquier persona oyente. Hay que romper el estigma de que no se puede”.

Compañeros y amigos

Dayilmar Álvarez es el hermano menor de Samuel, su incondicional acompañante y la persona que le permitió conectarse nuevamente con el mundo. Él trabaja como intérprete de señas de su hermano y de otras personas con discapacidad auditiva.

“Mi experiencia inició cuando tenía 15 años. Empecé a trabajar con Samuel y aprendí el lenguaje de señas poco a poco, junto a él. Asistía a sus reuniones y aprendí mucho. Trabajé dos años en Neiva en una fundación, haciendo la divulgación de un programa que se desarrolló con la Secretaría de Educación Departamental, para la socialización de la lengua de señas en el Huila. Esto me permitió trabajar con muchas personas en condición de discapacidad auditiva. Cuando regresé a Bogotá inicié mis estudios de Comunicación Social y en las mañanas trabajo como intérprete”, aseguró Dayilmar.

Con amor y mucha disposición acompaña a su hermano. Está pendiente que su opinión sea expresada de manera clara. Es un apasionado de la comunicación y la inclusión de las personas en condición de discapacidad. Aprendió a desarrollar una labor por amor fraternal y de la misma manera la comparte con muchos colombianos.

Resaltado: Según el censo del Dane de 2005, en el país existen 2,9 millones de personas con discapacidad, quienes representan el 6,4% de la población colombiana. Sin embargo, la Encuesta Nacional de Demografía y Salud de Profamilia (Ends) de 2010, señala que el porcentaje es del 7%, es decir, más de tres millones de colombianos.

domingo, 7 de octubre de 2012

Día de la ONCE en Castilla-La Mancha - Sábado 29 de septiembre

DÍA GRANDE DE LA ONCE EN CASTILLA-LA MANCHA.

 El pasado sábado día 29 celebramos con un gran éxito, el día grande de nuestra ONCE en la comunidad.
 
La cosa empezó a las 11 y cuarto con reparto de bocadillos y refrescos.
Luego saludos y felicitaciones de mucha gente por mi premio. El el acto  institucional con entrega de medallas a jubilados y a gente que lleva 25 años trabajando en la entidad; la entrega del premio de relato en braille a otra afiliada de Cuenca, le dieron una báscula de baño parlante.
 
Después hicimos un paseo turístico en bús por la ciudad. El personal del equipo de la Agencia se distribuyó por los distintos autocares para poder hacer de guía turístico a los que vinieron de otras ciudades de la comunidad y todo fue fenomenal. La comida consistió en platos típicos de Cuenca: entrantes de ajo arriero, morteruelo, pastel de jamón con setas, queso frito, luego cordero asado con patatas, tarta y café y vino.
 
Nos acompañaron el delegado de Sanidad y el alcalde de la capital. Tras la comida vino lo mejor: el alcalde me felicitó y me entregó un obsequio que me llenó de emoción, pues no lo esperaba; dijo que está orgulloso de dar ese regalo a una luchadora por los derechos de las personas sordociegas, entre ellos la permanencia del braille; felicitando a mi madre por tener esta hija -que ellos  valoran, claro- pero disimulaba bien.
Mi director de la agencia me hizo de padrino en el acto, lleno de orgullo y emoción, ya que curiosamente, se celebraba el día grande de la entidad en Cuencay ambos premios, el territorial y el europeo recaían en afiliadas de esa agencia. Abrazos, besos y felicitaciones de todísima la cúpula directiva de la ONCE, los compañeros afiliados...,  ¡qué barbaridad!, luego de todo esto sortearon regalos entre todos los asistentes y no nos tocó nada, eso sí, nos han regalado una botella de resoli a cada uno con las casas colgadas en relieve.

 ¡Un día para no olvidarlo jamás!
 
Quiero agradecer, muy especial y efusivamente a la profesora Lucía Guijarro, el inestimable apoyo que me dio desde que empezó hasta que acabó toda la fiesta, pues de forma voluntaria, me estuvo interpretando todo lo que me decían, acompañándome a saludar a la gente, etc. sin recibir absolutamente nada a cambio.
 
¡Esto es ser humanos, esto es altruísmo! Sin ella, este día me hubiera resultado bien distinto.
 
 Espero poder repetir la experiencia y contarla.

miércoles, 18 de julio de 2012

Los sentidos robados (III y final)

Miedo

Y llegó la nueva vida que ahora sostienen, con un miedo, un profundo temor que asola sus pensamientos sin tregua, el de todas las personas que padecen su mismo síndrome. «Un día, en cualquier momento y sin avisar, de golpe, puede ser mañana, dentro de un mes o de un año, pero va a llegar seguro, de pronto no veremos nada, nos quedaremos ciegos por completo». Y esta insignificante luz actual que aún les ayuda a saber quién –por el número de veces– y cuándo –por la luz intermitente encendiéndose en la casa– llama al timbre, o a reconocer que la cocina vitrocerámica está encendida, o a apreciar que comienza a perderse el día y que hay que volver a casa con pasos algo más seguros porque la noche apaga totalmente sus ojos. Todo se perderá y la vida les habrá robado por completo sus sentidos dejándolos solo al amparo de las manos y de lo ya aprendido. Comparten ese miedo que ya conocen en otros sordociegos «no queremos pasar lo que ellos sufren», ni ver ni oír nada.

Y el miedo a un amanecer ciego del todo despierta algún desconocido sentido ubicado en la inteligencia más intuitiva y emocional para querer absorber imágenes, llenar la cabeza de fotografías y recuerdos, aprender y retener los colores del mundo, sus formas para conservarlas en la memoria de un ciego que es sordo, de un sordo que es ciego. Quieren viajar, conocer, captar. Vivir.

Los traductores se convierten en sus ojos y sus oídos, y no les es suficiente con relatarles lo que ocurre, por ejemplo en un partido de fútbol. «Tenemos que describirles el lugar donde están, las banderas, las caras pintadas con ellas de los aficionados y el partido con detalle... y ellos lo viven, no sé bien cómo, pero lo disfrutan».
A estas personas, sobre todo cuando los dos sentidos los han abandonado por completo, les es imprescindible el apoyo de un asistente. La compra, los papeles del banco, la peluquería, el médico... para todo necesitan ayuda son otro mundo y no pueden comunicarse ni como un ciego ni como un sordo», explican los traductores.

Claudio. Claudio Santana de 43 años, tiene un extraño, casi extravagante, recuerdo soñado. Tendría unos 20 años cuando un mosquito le picó en el ojo y se llevó su vista. Ahora, ya solo quiere vivir para Patricia, aprende con ella a cocinar o limpiar y la angustia vence más sus pasos que los de ella: «ya no veo de un ojo y tengo miedo de que cuando no vea nada cambie, mi forma de ser, de sentir, que no sea yo, no sabré qué hacer, cómo vivir, lo tengo siempre en mente».Ya solo están las manos. Ni el tañir lejano de unas campanas ni el monótono canto de los pájaros al irse el día. Tampoco la luz del sol rompiendo las nubes. Tampoco el mar tiene color o sonido. Cuando se ha perdido la vista y además no se ha conocido el sonido, la existencia se mueve en una oscuridad silenciosa incomprensible para quienes disfrutan de ambas capacidades o de alguna. La vista y el oído son los dos sentidos de la distancia y de la interpretación del mundo. Una persona que los ha perdido o no los ha tenido nunca no suma dos discapacidades sino que se envuelve en una telaraña de incomunicación, dificultad de aprendizaje y relación, en un universo en el que el entendimiento no encuentra el rumbo.

domingo, 15 de julio de 2012

Los sentidos robados (II)

Patricia. Patricia Zorita tiene 40 años y nació en La Bañeza (León). Fue la sordera la que trajo sus pasos a Valladolid en busca de un colegio especializado en el que estuvo interna. Nunca oyó y la ceguera comenzó a llenar primero sus noches, una oscuridad «en la que me agarraba a mis padres, para cualquier cosa, tenía una gran inseguridad».

Distintas ciudades, numerosos médicos, nuevas pruebas... sus padres no querían rendirse pero «tenía esta variedad de la retinosis pigmentaria y era progresiva». Pese a todo Patricia, que no ha perdido fuerza emocional alguna, logró acabar sus estudios de informática y administración. «Lo pasé mal, muy mal». Ni profesores ni compañeros conocían a lo que se enfrentaban y, al silencio y oscuridad de sus días, se sumó la incomprensión de un mundo que la aprisionaba. A punto de dejarlo «muchas veces»; pero no es mujer de abandonar nada, solo hay que sentirla, siguió hasta conocer los secretos de la informática que, si no le han dado una oportunidad laboral, sí al menos un lugar de comunicación con otras personas mientras disfrute de ese resto de vista. Entre sus recuerdos adolescentes, cuando «me llamaban torpe porque en el gimnasio del colegio tropezaba con algo, 'no lo he visto, no lo he visto', decía, pero no por despiste como lo dicen los demás, es que yo no lo había visto». Y ahora se pregunta «¿tanto sacrificio para qué?; incluso «empecé a hacer prácticas en la ONCE pero era poco eficaz, prometí adaptarme, mejorar, pero nada... fue mi única experiencia profesional».

La pensión de invalidez resolvería torpe pero como único asidero su vida, y también la de Claudio. A él, un malagueño afincado entonces en el País Vasco, «lo conocí hace cinco años a través de una actividad de la asociación Asocyl. A partir de ahí, o iba yo a Bilbao o él venía a Valladolid y nos comunicábamos por internet».

Desde el principio, confiesan ambos, desde el principio... aclara Claudio que buscó información sobre cómo hacer aquello de estar siempre con ella. Porque en su mundo, el conocimiento de las costumbres sociales, culturales... no son rutina, no son conocimientos asumidos. Es extraño. Por eso, Claudio compró con ayuda un anillo que le ofreció cambiar a Patricia «por cualquier cosa si no le gustaba»; pero sí supo decirle que él ya solo quería estar con ella. Y ella, muy claro: «nos casamos», concluyó.

miércoles, 11 de julio de 2012

Te mando ésto para que lo veas y cuando puedas lo subas al blog. Es real, yo conozco a la protagonista y a su hermano de hace muchos años. Un saludo.

Los sentidos robados. elnortedecastilla.es


24.06.12 - 18:04 - ANA SANTIAGO | Valladolid
Ni vista ni oído. Hay más de mil personas en Castilla y León sordociegas e, inevitablemente por ello, también mudas. Al menos esas son las estimaciones de un colectivo invisible para las administraciones y sin voz para una sociedad que ni tan siquiera se ha molestado en contabilizarlos y el dato, el millar, es una estimación por prevalencia de patología. La Asociación de Sordociegos de Castilla y León, Asocyl, solo suma treinta entre sus socios, solo puede hacer llegar la ayuda y los intérpretes a treinta.

El cambio
Claudio y Patricia comparten la sordera y apenas disfrutan, y no por mucho tiempo, de un resto de vista, un campo visual limitado a un estrechísimo y nublado círculo que, bien orientado, les deja al menos percibir una luz, intuir un obstáculo. Ambos son sordos desde el nacimiento y ciegos desde la adolescencia o juventud. Su problema tiene nombre, uno muy habitual como causa de esta carencia sensorial dual, síndrome de Usher.

Hace un año que se han casado. Cambio de casa, de rutinas, de experiencias, de entorno, de barreras. Conviven solos, sin familia aunque sus visitas frecuentes ayudan, en un hogar que han construido no solo a la medida de sus dificultades sino a la de las personas que ven y oyen. La normalización a los ojos de los demás es casi una obsesión y su vivienda, como la de cualquier pareja recién casada, tiene fotografías de su boda, múltiples figuras de adorno y cuadros –algunos hechos en talleres específicos por Patricia– y espejos... llamativamente limpia y ordenada. «Tenemos mucho tiempo para ocuparnos de ella», casi se burla de si misma Patricia; aunque inmediatamente añade que «el mérito no es mío, tenemos mucha ayuda y queremos que resulte agradable para la gente que viene a casa».

Cada uno necesita su intérprete. Juan Carlos Santiago y Ciara Fonseca trasladan su peculiar mundo a la palabra tras recibirlo con las manos. Claudio y Patricia aprendieron el lenguaje de los sordos cuando aún veían y es toda una ventaja de comunicación porque cuando la ceguera los invada por completo tendrán que limitarse solo al tacto, ya no valdrán los movimientos expresando ideas. Entre ellos, la conversación fluye incluso a más velocidad que la verbal, se corrigen y se quitan 'la palabra' para completar ideas. El tacto, una necesidad continua. No buscan el rostro de las personas para conocerlas, pero quieren poner su mano sobre el brazo para saber que están ahí.

Sus vidas ya estaban juntas antes de conocerse. El factor genético es indudable en ambos casos. Ella tiene un hermano y Claudio un gemelo y otro mayor sordomudos. Este último, además, tiene asociada una discapacidad mental que la incomunicación le añadió.

domingo, 27 de mayo de 2012

Enseñar al que no sabe es gratificante


Hola a todos:

Os preguntaréis a qué viene esto y qué os puede aportar o importar a vosotros lo que yo haga o deje de hacer.

Pero quiero compartir esta experiencia porque no sólo se va a contar lo malo que nos ocurra, digo yo que también lo bueno se puede compartir.

Como cada año, éste también  he estado 3 días dando los talleres de sordoceguera en Magisterio y enseñando al que no sabe, que eso sí que es obra de misericordia y seguramente me tengo el cielo ganado. El día 13 fue el examen e hice de conejilla de indias, con lo que se resintieron mis piernas pero bien de verdad.

Los talleres empezaron el día 29 de Marzo por la mañana y siguieron el 30 todo el día. El segundo día de clase lo pasé fatal con unos gases que me tuvieron todo el día con vómitos y sin probar bocado, subí y bajé cuarenta veces unas veinte escaleras o más, para que los alumnos aprendieran cómo deben llevaroos por ellas, así que no me digáis que no es para venir rota.

Además, era yo sola de sordociegos para que ellos practicaran conmigo el dactilológico. la profesora les leía textos y ellos me lo tenían que escribir a mí en la mano.

Acabé rendida, pero super contenta, porque vi cómo de 30 alumnos sólo suspendieron 4, y los demás sacaron unas notas estupendas. Me rodearon de mucho cariño, de besos y abrazos y muchas muestras de agradecimiento y dejaron escrito en sus exámenes que quieren ampliar las horas de aprendizaje para trabajar con sordociegos pero que por favor, siempre se recurra a mí para orientarlos y para convivir ellos con sordociegos.

Eso me levantó la moral a mil porque yo no estaba delante cuando lo escribieron, sino que me lo leyó luego la profesora. ¡Qué gratificante me resultó, de verdad!

A mí, mis profesores del colegio de Alicante me dejaron esa rica herencia de "enseñar de la misma forma que ellos lo hacían", es decir, volcada totalmente en mi labor y en la gente que tenía a mi cargo. Lo heredé de ellos y me va genial, llevo más de 20 años en esa actividad y lo hago una vez al año.

Llevé material propio: ordenador, braillelite, tablillas de comunicación, etc. para mostrarlo. Lo que más impactó -y algunos aún no lo asumen ni lo entienden- es el manejo del ordenador por mi parte. NO se lo explicaban, y si por ellos hubiera sido, habríamos pasado la noche en el aula viéndome desenvolverme por internet.

Bien, pues aquí dejo mi experiencia; espero no haberos aburrido demasiado.

María Jesús Cañamares.