... necesita ayuda para comer. Se relaciona perfectamente con
todos los utensilios. Encuentra la copa o el pan sin dificultad, rastreando sutilmente
el mantel con la punta de los dedos. Yolanda me explicaría más tarde que se
trata de una persona exquisita en sus habilidades sociales. Su grado de
autonomía es muy alto en todos los órdenes de la vida cotidiana. Cuando viajan,
por ejemplo, tras explorar juntos la habitación del hotel y el cuarto de baño,
para que se haga una idea espacial del lugar en el que se encuentra, se queda
solo y es muy raro que necesite la ayuda de su guía intérprete.
Nunca, en los numerosos viajes que han realizado juntos, ha
ocurrido nada digno de reseñar, excepto una vez que se lavó la cabeza con el
suavizante del pelo.
Después de la comida, y tras resolver alguna cuestión de
última hora en el despacho, Daniel dio fin a su jornada laboral y emprendió el
regreso a casa seguido a cierta distancia por mí, que quería ver cómo se
manejaba solo en la calle. (Conviene añadir que durante los últimos dos meses,
y debido a unas obras llevadas a cabo en su domicilio, Daniel y familia habían
vivido en un apartamento de alquiler situado en otro barrio. Aquel viaje era,
pues, el primero que realizaba tras esa larga ausencia).
En alguna ocasión me había comentado que era "rápido,
pero prudente", lo que comprobé mientras observaba su forma de moverse por
las calles, tanteando el terreno con el bastón, que utilizaba como una
terminación nerviosa de sí mismo. En los pasos de cebra lo levantaba,
colocándolo de forma perpendicular a su cuerpo, y, tras esperar unos segundos,
cruzaba. En los semáforos, sacaba una tarjeta de comunicación y esperaba a que
alguien lo tomara del brazo para llevarle al otro lado. Alcanzó así, sin
problemas, la parada del autobús, cuyos alrededores exploró antes de colocarse
bajo la marquesina. A continuación sacó una tarjeta que sostuvo durante unos
segundos a la altura de su cabeza y en la que ponía: "Sordociego. Ayúdeme
a subir. Bus 174". Al poco, una señora le tocó el brazo en señal de que
había establecido contacto con el exterior. Daniel guardó la tarjeta y esperó
pacientemente la llegada del autobús, cuyo conductor, que le conocía, dijo a la
señora que le había ayudado a subir: "No ve ni oye. Tiene mérito".
El sordociego ocupó un asiento libre cerca del conductor y
yo me situé unos metros detrás de él, tomando nota de su imperturbabilidad, de
su saber estar, de su aplomo. Se desenvolvía sin miedo (sin pánico, cabría
decir) a que en las tarjetas de comunicación no hubiera en realidad nada
escrito, o a que la parada del autobús estuviera vacía, o a que al avanzar el
pie, en lugar de encontrar el suelo, hallara un abismo" En el entorno del
sordociego, me explicaría, suceden constantemente cosas en las que está
implicado sin saberlo. En cierta ocasión, y por culpa de la entrada de un
garaje cuya ausencia de acera le despistó, acabó en medio de la calle, rodeado
de coches que, según le contaron después, no hacían más que pitar.
"Para alcanzar un mínimo de autonomía -dice- se
necesita tener un gran control sobre uno mismo, serenidad, capacidad de
deducción y de resolución de problemas, y mucho sentido práctico.