domingo, 8 de enero de 2017

Vuelta al mundo de los sonidos

Cuando una persona nace sin visión el sentido del que más información recibe es el oído. Nunca me importó ser ciega, pues a través de los sonidos me orientaba bastante bien y pude hacer una vida casi normal como cualquier persona sin limitaciones. Pero a mis 12 años todo cambió por completo a causa de algún medicamento que poco a poco fue minando mi nervio auditivo. Varios otorrinos diagnosticaron hipoacusia bilateral. Fue un golpe para toda mi familia y, evidentemente, para mí: tenía que dejar los estudios porque no oía a los profesores y en aquel entonces tampoco teníamos intérpretes ni profesionales dedicados a nosotros. Me era difícil integrarme en la sociedad por no poder seguir las conversaciones, en una palabra, me sentí aislada del mundo, hasta que en los años 80 alguien movió fichas en una partida que todavía hoy seguimos jugando e intentando ganar.

En la ONCE hicieron un censo de personas sordociegas, reuniéndonos un grupito reducido en Madrid para formar lo que hoy es ASOCIDE (asociación de
sordociegos españoles). Lo más gratificante fue comprobar que hay miles de personas en mi misma situación y que no por ello se han hundido. Hemos realizado convivencias, conferencias, donde entre todos hemos clamado por una sociedad más comprensiva y tolerante. La comunicación tanto entre nosotros como con el mundo exterior es la barrera más grande a la que nos enfrentamos porque dependiendo de muchos factores que van desde el momento en que adquirimos la sordoceguera hasta el grado de ésta, usamos distintos sistemas de comunicación. 

Así pues, s

e formaron profesores, guías intérpretes, mediadores, y a día de hoy aunque sabemos que queda muchísimo camino por andar, un camino lleno de estigmas, prejuicios pero también de sendas bonitas, lo cierto es que hemos avanzado mucho en recursos, educación y cultura. Mi hipoacusia y la necesidad de comunicación corrían parejas a lo largo de mi vida. Así, con entereza y dificultades he logrado acabar mis estudios primarios y adentrarme en el mundo de las tecnologías, lleno de grandes sorpresas y posibilidades para nosotros.


Con apoyo de la ONCE me introduje en la Informática y hoy puedo manejar un ordenador que, a través de una línea Braille y con el lector de pantalla llamado Jaws me permite acceder a la prensa, chatear por Skype, utilizar correo electrónico, etc.. Una vez diagnosticada mi hipoacusia, me vi cada vez más obligada a usar el tacto, tercer sentido más importante para las personas que no ven ni oyen. Mi mundo está en mis manos, en mis dedos.

Según pasaban los años, fui necesitando audífonos de mayor potencia, hasta el punto de que hace un año ya no percibía los sonidos agudos, había olvidado el canto de las aves que tanto me cautivó siempre, o el tictac de un reloj. ¿Qué iba a pasar dentro de 5 años más? ¿Acabaría sin oír absolutamente nada? Esto me aterraba, sin ver ni oír mi día y mi noche serían una misma cosa… En la consulta del doctor Denia Lafuente, me atienden desde hace unos 30 años con visitas anuales completas y un trato extraordinario. El doctor y su audioprotesista Nadia debieron pensar lo mismo que yo y desde hacía 4 años me sugerían el implante coclear. Yo había presenciado dos casos en que éste fracasó y no me seducía para nada la idea por más que me aseguraban que las tecnologías habían avanzado mucho desde aquellos años en que mis compañeros se implantaron. Les fui dando largas pero ellos no cejaron en su empeño.

Y en 2014, justo el día en que cumplí 51 años, ya no me perdonaron ni uno de mis argumentos en contra del implante. Casi me imponían hacérmelo, algo que me ponía tensa y sentía ganas de decirles que ya no volvería a su consulta. Pero en casa reflexionando veía que solo querían mi bien, pues a ellos nada les suponía mi negativa o mi disposición a la cirugía. Me sentí desconcertada, indecisa. Mi familia y amigos eran dispares en sus opiniones y esto aún me desorientaba más. El doctor Denia ya había colmado el límite de su paciencia, y sin más dilaciones me derivó al equipo de especialistas en implantes del hospital Ramón y Cajal. También dentro de este equipo las opiniones eran distintas: mientras unos me aconsejaban implantar el oído izquierdo por donde sí oía pero no entendía nada, otros se decantaban por el derecho, pues por él sí entendía y decían que el rendimiento sería mayor. Las pruebas a las que me sometieron me clasificaron como apta para el implante. El equipo médico me animaba a ello, mientras que Yo no lo tenía tan claro pero sabía que era el último recurso para no quedarme sorda completamente. Así, el último día de consulta antes de ir al quirófano, el doctor Polo me pidió tomar una decisión, y en caso afirmativo firmar el consentimiento para operarme. Llena de dudas y miedo, en un arranque de valor decidí dar el paso, y el 16 de Octubre del año pasado a las 7 de la mañana ingresé en la unidad de implantes cocleares de ese hospital acompañada por mi hermana presente en todo este reto, a la que horas después se unió también una de nuestras tías.

La habitación era individual y más parecía la de un hotel que la de una clínica, con todas las comodidades que se puedan pedir. Cuando toqué el trozo de cabellera que me habían rasurado para colocar el dispositivo, el pánico se debió reflejar en mi cara, provocando la carcajada de mi hermana y del peluquero; no podía imaginar ese trozo totalmente calvo y además en sitio tan visible…. A las 12 de aquella hermosa mañana, mientras yo permanecía bajo los efectos de la anestesia, los doctores Polo, Vaca, Molina, Pérez y la logopeda Auxi me devolvían la vuelta al mundo de los sonidos, las ganas de vivir, pero yo no lo comprobaría hasta un mes después cuando me conectaran el dispositivo externo al interno. Recibí el alta al día siguiente, a la semana, me quitaron todos los puntos y me dejaron el oído izquierdo –el implantado- incomunicado, lo pasé mal porque con mi audífono no alcanzaba apenas a entender a la gente pero no había otra que aguantar un mes hasta que pudieran conectarme el implante, ya que la parte interna se comunica con la externa por un imán.

El 11 de Noviembre fue el gran día: ni por casualidad esperaba nadie que desde el primer instante pudiera yo entender palabra; nos equivocamos. La primera palabra que mi implante captó fue el saludo de Auxi, al que yo respondí inmediatamente, Llenas de emoción las dos, ella corrió a llamar a mi hermana que esperaba en la sala. Seguramente tan nerviosa como nosotras. Su "Hola, son Mari Carmen" fue captado por mí nítidamente; aún hoy, mientras escribo este relato, corren lágrimas de gratitud y emoción hacia ella y el equipo médico que realizó este milagro. Al ver que las entendía, mi hermana y la logopeda no sabían dónde poner los ojos, aquella experiencia jamás la olvidaremos ninguna de las tres, supongo. Con los hombres lo pasé mal los primeros días, ya que sus voces las percibía afeminadas y en más de una ocasión creí que quien me hablaba era mujer.

LOGOPEDAS NO FALTARON

Además de la inconmensurable Auxi, logopeda del Hospital y que todavía hoy me atiende, no me faltaron voluntarios que me dedicaron muchas horas de su tiempo para practicar incluso por Skype. Amigos y familiares, han sido fundamentales en mi rehabilitación dedicando muchas horas de su tiempo a hablarme para practicar y desarrollar la audición, ¡cuántas gracias tengo que dar
a todos! Es imposible describir la ayuda recibida aun empleando todas las palabras de los diccionarios.

Hoy día, ya puedo entender prácticamente a toda la familia, conversar por teléfono y lo mejor es que oigo sonidos que hace medio año era impensable oírlos. Parecía tan difícil... y se hizo la luz, no la luz no. Era casi más íntimo, más dentro de mi piel y de mis venas. La oscuridad de mi oído dio paso a los sonidos, ¿acaso de esos grajos a los que tanto tiempo hace que añoro su canto?... Disfruto muchísimo al abrir mi ventana y escuchar de nuevo a los grillos, el tictac del reloj, la música que me gusta y que antaño escuchaba con dificultad… Por supuesto, sigo siendo hipo acústica, pero ahora, bromeando, digo que soy más atrayente. Porque nunca he sido agraciada pero tras el implante digo que lo soy: físicamente porque al llevar imanes atraigo más, y también por la curiosidad de ver el dispositivo y probar si los entiendo se me acerca mucha más gente que antes. Y moralmente, porque he sido agraciada con un  premio gordo: ¡la vuelta al mundo de los sonidos!

A partir de ahora, cuando se ha cumplido un año desde aquel inolvidable 16 de Octubre, mi mente solo se ve ocupada por un reto más: implantarme el oído derecho cuanto antes y con el mismo equipo. Es mi única ilusión, ¿la podré llevar a cabo?

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