domingo, 18 de diciembre de 2016

LA VENDEDORA DE “PAPANASIS”


Como cada mañana, Cati y Alina salieron a la calle, dispuestas a luchar una vez más con las inclemencias del cielo para ganarse unos euros que les permitan malcomer, y también alguna bronca de los municipales por su venta ambulante. Cati siempre fue una mujer, maltratada por la vida y los hombres que hicieron de su cuerpo la mercancía para sus insaciables deseos carnales. 

Alguien la trajo de Rumanía como a tantas otras chicas, prometiéndole un trabajo digno con un sueldo inmejorable, pero esa promesa todavía hoy sigue en el aire. Pasó por muchas ciudades, por muchas manos masculinas; y fruto de ese tránsito vino al mundo una niña a quien bautizó como Alina  cuyo padre jamás quiso darle sus apellidos. 

Cuando su “jefa” se enteró del embarazo la recriminó por incauta y la dejó en la calle, sin más compañía que la de su propia sombra. Pasaba días y noches herrando por esas calles de Dios llamando a las puertas, pidiendo un bocado, ofreciendo sus servicios para trabajar en algún oficio que no fuera como el anterior.

Dormía a veces sobre un banco a plena luna, otras, en casa de algún compatriota con más suerte que ella, pero poco tiempo tardaban en negarle hospitalidad alegando cualquier pretexto, y ella se veía de nuevo en la calle sola y sin futuro. 

En su último mes de gestación, encontró un centro de acogida que fue su hogar y el de Alina por un tiempo. Allí  pasaron su primera Navidad, exenta de familia, de regalos, de amor… La segunda fue todavía más triste, porque la niña enfermó gravemente y hubieron de pasarla en el hospital. Y esta tercera, cuando la pequeña ya tenía 3 añitos, ¿dónde la pasarían?

PAPANASIS
Por el momento, su amiga Camelia, la única en quien confiaba y le encomendaba el cuidado de su hija mientras ella se iba a vender “papanasis”, “cozonac”, castañas, hijos  secos o uvas pasas, le había prestado una pequeña habitación de su reducido hogar para que al menos tuvieran un techo donde cobijarse, pero le había advertido que no sería por mucho tiempo ya que se iba a traer a parte de los suyos a España. 

Camelia fue quien le sugirió la idea de cocinar los “papanasis” y “cozonac” en su casa  y venderlos junto con algunos dulces más en estos días, siquiera para ganar el sustento. Así pues, salía con sus cajas colocadas en un carrito por la mañana y volvía a casa cerca del anochecer, exhausta por el cansancio y a veces sin una miga de pan en el estómago pues lo poco que ganaba de la venta tenía que invertirlo en la compra de víveres para su hija e ingredientes para cocinar ella misma los famosos pastelitos que vendería al día siguiente.
COZONAC

A veces Alina se ponía a llorar cuando la oía marcharse y no tenía más remedio que volver a por ella y llevarla consigo. Era entonces, por increíble que resulte, cuando Cati tenía más despacho, ya que la dulce Alina repartía sonrisas y saludos por doquier, atrayendo a los transeúntes con su gracejo y su media lengua. Así, se acercaban para jugar un momento con ella y de paso comprar algunos de los manjares que ofrecía su madre. Pero otras veces la chiquilla tenía frío, hambre, o sueño y solo quería estar en los brazos entonces Cati  acababa volviendo con ella y la mercancía restante a casa.

Uno de esos días, la mujer estaba distraída pesando dulces a una anciana, cuando oyó cómo un hombre hablaba con Alina pidiéndole que le diera uno. La niña, con su inocencia tendió su manita hacia él y le ofreció el pastel.

-¡Está delicioso; muchas gracias, monina! Ahora tenéis que iros de aquí inmediatamente.

Cati al oir esto se volvió como por un resorte y vio a un Municipal con su pistola al cinto que la miraba reprochándole con blandura que vendiera en la calle sabiendo que estaba prohibido. Al quedar frente a frente los dos se miraron estupefactos; se reconocieron mutuamente y Ella, con lágrimas en los ojos que bajó hasta el suelo, le acertó a decir:

-¡Vaya, sigues igual! Creí que ya nunca se iban a cruzar nuestros caminos, pero ya ves, el mundo es un pañuelo y el destino nos ha puesto frente a frente: tú, con tu flamante uniforme, tu arma y tu descaro echándome de aquí ignorando mi pobreza. Yo, con una niña a quien sacar adelante. Seguro que tu casa es un palacio mientras que nosotras no sabemos todavía dónde podremos pasar estas tristes fiestas. El policía también la había recordado al instante. Habían tenido momentos íntimos, y aunque nunca la maltrató, tampoco guardaba ningún grato recuerdo.

Cati siempre pensó que fue una  más de las muchas que acogieron sus brazos. Pero ahora que la volvía a ver en esta situación precaria, con una criatura indefensa y sin hogar, se sentía avergonzado de haberlas importunado. Acarició a la niña en la mejilla, la miró a ella y le suplicó con los ojos  el perdón; él no quería molestarla y comprendía su necesidad y sobre todo la de la pequeña pero tenía que cumplir órdenes supremas. 


Cati pudo por fin despachar a su única cliente y cogiendo a su hija junto con sus bártulos emprendió el camino hacia otra esquina esperando no ser interceptada de nuevo por los guardias de seguridad. Acabó allí su venta y se dirigía a casa, cuando a pocos metros de distancia, un hombre alto y fornido se les acercó; era él otra vez, las estaba siguiendo. Ella trató de acelerar el paso temiendo que les hiciera daño pero él dio una gran zancada y se plantó delante; ahora iba de paisano:

-Cati, no te asustes, esta vez no voy a echaros  de ningún sitio sino que vuelvo a ofreceros mis disculpas por lo ocurrido esta mañana.

-No te preocupes, ya estás perdonado, entiendo que debo cumplir la ley pero a veces la necesidad me obliga…

Ya no pudo decir más, los ojos se le llenaron de lágrimas contagiando a la niña y al hombre que tenía al lado, conmovido de pies a cabeza. A los pocos minutos él les ofreció:

-Vamos a entrar en Navidad, ¿Querríais venir a cenar conmigo la noche de Nochebuena?

Cati negó con la cabeza mientras que Alina afirmaba con la mirada.

-Gracias, tenemos una habitación en casa de una compatriota y aunque la cena será muy modesta podremos acostarnos con el estómago lleno, pero agradezco  tu generosidad.

-Piénsalo un momento, te lo ofrezco de corazón. Estoy solo y hace ya muchos años que para mí dejó de celebrarse la Navidad, suelo irme en esos días a algún lugar recóndito donde nadie me imponga obligación alguna. Pero estoy dispuesto a sacrificarme para resarciros del mal momento que os he hecho pasar. No me lo niegues, mi casa es sencilla pero acogedora. ¿Verdad que tú sí quieres venir conmigo, nena linda? Por cierto: ¿cómo te llamas?

-Sí, sí, vamos, Yo me llamo Nina, y mami Cati –chapurreó mientras tiraba de la mano al policía.

-¿Nina dices? –preguntó extrañado.

-Se llama Alina –respondió su madre en nombre de la niña. Ésta seguía aferrada al brazo de Miguel, pero la mujer, tímida por naturaleza y desconfiada por prudencia, prefirió aplazar la visita.

  -vamos, Alina, es tarde. Ya iremos algún día.

Él prometió ir a recogerlas en su coche cuando quisieran ir; tomó el número de teléfono de Cati, despidiéndose de la pequeña con un beso paternal.

Cuando llegaron a casa de camelia y le contaron lo sucedido, ésta sonrió maliciosamente y les dijo:

-Bueno…, al menos podríais cenar una noche decentemente, además…, en fin, yo te iba a decir que fueras buscando algún sitio donde poder pasar las Pascuas, porque nosotros tendremos visitas y necesito la habitación.

Cati se quedó pensativa y al cabo de unos minutos dijo tristemente:

-Podías haber avisado con más tiempo.
 
Aquella noche no preparó nada para venderlo al día siguiente; no tenía fuerzas, pero sí otros preparativos para marchar con su hija hacia Dios sabe dónde. 

El día 23 amaneció con los árboles y el pavimento cubiertos de nieve cual un manto blanco que la naturaleza quiso regalar a la ciudad. Cati y Alina se vieron obligadas a permanecer en casa de Camelia, era imposible salir a la calle ya que el espesor del manto de nieve crecía cada vez más conforme pasaban las horas. 

La mujer se sentía desolada, su amiga necesitaba la habitación, ella no podía salir para buscar otro refugio… Recordó por un instante al hombretón que les había ofrecido su casa para ir al día siguiente a cenar pero su sensatez la volvió a la realidad: solo ofreció la cena de esa noche, nada más.

La nieve seguía cayendo con intensidad sobre los tejados, allá a lo lejos, se oían villancicos que seguramente cantaban los niños del colegio de Santa María, próximo a la casa de Camelia. Cati lloró desconsoladamente pensando lo difícil que sería ingresar a su hija en uno de esos colegios y darle una educación. Ella no podía costearlo a menos que cambiara mucho su situación laboral. Había que comprar ropa nueva, zapatos, material didáctico, comida… demasiados gastos para tan reducidos ingresos.

Aquella noche de sombríos pensamientos, madre e hija cenaron en compañía de Camelia y su familia por última vez. Cati preparó una maleta con los pocos enseres de ambas y anunció que el día siguiente temprano dejaría la casa, agradecida, sí, pero muy triste. Camelia le preguntó dónde irían y ella, resuelta, firme, respondió:

-A nuestro país; al menos allí tengo a mi familia que cuidarán de la niña mientras yo busco donde emplearme. Aquí no tengo nada, allí tampoco, pero en España estamos solas.

-¿pero no habías quedado en cenar mañana con ese señor que dices haber reencontrado? ¿Cómo vas ahora a irte sin siquiera decirle nada?
-No te preocupes, ya se buscará otra compañía.

Se acostaron temprano y  Cati no dormía dando vueltas en su cabeza al viaje y el recibimiento de su familia cuando vieran que solo tenía el dinero justo para el desplazamiento y no podía aportarles nada. Ya de madrugada el sueño la venció.

La despertó al día siguiente el sonido de su teléfono, que respondió aún soñolienta. La voz del interlocutor, la despejó totalmente:

-Preparar vuestros equipajes, todo lo que tengáis, que voy a recogeros.

-No, Miguel, no hace falta-respondió ella. Nos marchamos a mi país dentro de una hora.

-¡No puede ser; me habías prometido cenar conmigo y ya está todo encargado, espera a que pasen estas fiestas.

-No, es mucho tiempo y no puedo vivir de lo poco que nos queda ahorrado; no insistas, he decidido el viaje para hoy mismo.

Oyó a Miguel respirar agitadamente y gritar una blasfemia, cortó la llamada en seco y la dejó desconcertada. Vistió a la niña, cerró el equipaje, y salieron a la calle en un día sin nieve ni lluvia. El sol quería imponerse sobre la niebla matinal sin lograrlo. Olía a chocolate, a castañas asadas, ¡a Navidad!

Esperaron el autobús que las llevaría al aeropuerto junto con más viajeros. Cerca de ellos, varios comercios exhibían a Papá Noel sentado en su trineo tirado por varios renos en la nochebuena para repartir regalos a los más pequeños. Alina, lo señaló con su dedito y dijo saltando alrededor:

-Quiero muñecas y ositos.

Nadie le respondió; un nudo grueso atenazó la garganta de la mamá y tiró de  su hija hacia otra dirección para que dejara de ver al viejo de barba blanca. Bolas doradas, piñas y cintas rojas, campanitas verdes y todo tipo de adornos navideños colgaban de un pinito que adornaba la fachada de una tienda de ropa. Cati se dio cuenta entonces de lo poco que pesaba su maleta, pues en ella no llevaba apenas prendas de vestir

Llegó el autobús y todos subieron a él; Alina echó una última mirada a Papá Noel, le mandó un beso con su manita y su boca y partieron hacia el aeropuerto que las llevaría a Rumanía.

Aún faltaban dos horas para que el avión despegara y no habían tomado más que un vaso de leche que camelia les ofreció al salir. Iban a pasar a la cafetería, cuando un fuerte tirón del  bolso de Cati les hizo girarse asustadas y dar un grito de alarma al pensar que iban a ser atracadas. Al ver a Miguel con varias cajas y bolsas, Alina se le echó en los brazos esperando que las abriera.

-No, pequeña, esto lo deberías abrir tú; pero te marchas, mamá quiere que os marchéis, y aquí es imposible desenvolverlo todo. Cuando lleguéis a casa, espero que te gusten los regalos que te traigo con toda la ilusión.

La niña lo abrazó tiernamente y le dijo agradecida:
  
-¡Gracias, Papi, te quiero mucho!

En los ojos de Miguel había lágrimas, y también, una pregunta que sus labios no se atrevieron a pronunciar. Cati la adivinó pero tampoco pudo responder. Avanzaron ambos unos pasos y unieron sus bocas en un deseado beso que duró largo tiempo.

-Es el beso más dulce que jamás he recibido.

Sonrió con tristeza y dijo emocionada:

-¡Quizá algún día!…


Fin.    

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