Mi primo era raro, rarísimo. Yo lo sabía y se lo recordaba mil veces.
Mi tía hizo de él un ser aniñado e inútil, y cuando ella falleció, el joven se
sumió en una profunda depresión de la que ni médicos ni familia fuimos capaces de sacarlo.Un día, nos anunció solemnemente que comenzó un noviazgo,
cosa extraña en alguien como él, sin embargo, esa relación era un misterio para
nosotros.
Yo lo adoraba y por más que me esforcé por entender esa
cabecita, con ideas tan dispares, nunca lo conseguí.
El compromiso era de lo más insólito, ni siquiera se
conocían en persona y él no desveló la forma de comunicarse con su dama.
Yo solo sé, que a diario me llamaba para contarme lo que ellos hablaban. Unas veces, le invitaba a visitarla, prometiendo mucho amor, paz y
descanso, le quitaría todos los sufrimientos que ahora lo aquejaban; otras, sus diálogos se basaban en amenazas y extorsión, ella iría a verlo de repente, lo arrastraría consigo quisiera o no. El temor lo hacía temblar de pies a cabeza, corría hasta mi casa y se refugiaba en mí. Cerrábamos puertas y ventanas herméticamente y, cuando se calmaba, me sentía impotente para hacerle volver con su padre. ¡Cuántas veces dormíamos juntos en mi cama, sosteniendo su mano entre las mías y los miedos desaparecían! A media noche gritaba convulso y decía que ella le volvía a amedrentar con sus provocaciones.Al dolor por la pérdida de su madre se sumaron pronto las
molestias físicas.
Una mañana radiante, en que trabajaba la tierra, el corazón
quiso dejar de funcionar y otros campesinos, que se encontraban cerca, lo
llevaron al hospital donde le diagnosticaron infarto de miocardio. Podría haber
sido fulminante, pero, por esta vez, lo salvaron los especialistas,
previniéndole de lo que podría suceder en un futuro. Mi primo fue desde
entonces víctima también de la obsesión. Cada pequeña punzada que sentía, fuera
donde fuera, se imaginaba el final. Mientras, su relación de noviazgo se
convirtió en unos vínculos más tortuosos, con idas y venidas, y más penas que
alegrías.
Una tarde, mi móvil comenzó a sonar de forma insistente. Era Él.
Seguramente me usaría de nuevo como paño de lágrimas. Cuando acepté la llamada, lo noté tan eufórico como rabioso.–Voy a quedar con ella esta noche y de una vez por todas
solucionaremos esta relación tan tormentosa. La enfrentaré sin miedo y con todo
el valor de que pueda hacer acopio. ¿Qué se habrá creído?
Quise acompañarle para conocer a la novia y defenderlo de
sus chantajes, si hiciera falta. Él se negó rotundamente; quedaron en su casa y
me confesó que sentía unos latidos agudos a la altura del pecho izquierdo.
Insistí en ir con él, pero siguió oponiéndose, ya que quería estar a solas con
ella.
Por la noche fue imposible conciliar el sueño, pensando en
aquella cita, el dolor de pecho y lo que habría pasado entre ellos.
En cuanto salió el sol me dirigí a la vivienda de mi primo,
abrí la puerta con la llave que yo tenía y lo primero que vi fue el cuerpo
agonizante del muchacho, con la mano en el costado y una caja de Tranxilium
completamente vacía a su lado. Lo
zarandeé, le azoté el rostro y un hilo de voz salió de su boca desencajada:
–Ya la encontré. Con
sus garras segó mi vida. ¡Qué fea es!
María Jesús Cañamares Muñoz
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