Siempre me han gustado las
navidades. No sabría decir exactamente por qué, pero se respira algo especial.
Sí es cierto, todo lleno de
bolsas repletas de compras, a veces innecesarias...
Pero hace dos años fue
tan... que, todavía algunos días me despierto, incluso casi sin haber
dormido, con la alegría pintada en el rostro y en el alma.
Javier salió aquella tarde del
colegio un tanto silencioso. Estaba claro que preguntar no serviría de nada,
por lo que decidí escuchar. Muchas veces el problema es precisamente que
alguien nos envía señales, casi casi imperceptibles, pero cargadas de una
fuerza extraordinaria.
El mutismo de Javier me
molestaba, sobre todo porque parecía no querer compartir algo que realmente le
preocupaba.
Y me lancé, supe que
aquella podría ser una mala opción...
Y no lo fue.
Entre Bea, Ana, Marta, Alex
y Dani montamos poco a poco el pequeño belén que tantas horas nos había ocupado
desde aquel fantástico día del mutismo.
“No cabe por aquí”, “no entra por
allá”, “por la izquierda parece que ajusta”... Finalmente el maletero del coche
estaba con su misterio, sus reyes magos, su castillo de Herodes, su.... ¡todo,
lo que se pueda imaginar y hasta no imaginar!
La cesta con el jamón, el
pandero y la guitarra, los matasuegras y los papelillos. Ni siquiera faltó la nieve que ese día quiso
también estar presente. Caía mansamente. Como si no quisiera manchar nuestros
planes o impedir el desplazamiento del vehículo. Soplaba un viento gélido pero
nosotros no lo sentíamos, lo que sí notábamos era el nerviosismo en nuestros cuerpos y la
emoción en nuestras almas.
Cuando llegamos, el olor
especial a azahar, a laurel y canela nos sorpendió.
No sabía si había sido una
buena idea, pero Javier me decía con su sonrisa mellada que no nos habíamos
equivocado.
Salieron a nuestro
encuentro con sus vestimentas diferentes, pero también con sus mejores galas.
Sacamos todo, ellos también
empezaron a extender por el suelo todo tipo de dulces, conocidos y extraños...
Juguetes de madera, bolsitas con dibujos...
El más pequeño, Marouan, se
acercó a Javier y le dio un gran abrazo.
Ellos parecían disfrutar
como nadie, viviendo un momento único: el de la acción solidaria.
Maroouan y Javier hablaron
muy bajito, pero sus rostros nos dijeron que habíamos acertado, como un sueño que deja de ser una nube para
convertirse en realidad.
Un poco más, y los zapatos
y el alma de todos aquellos ancianos, la soledad y el abandono de otros, por un
momento se llenarían con todo lo que con gran ilusión habíamos estado haciendo
la última semana y media.
No éramos ya ellos y nosotros,
sino un solo grupo, musulmanes y cristianos, quienes gracias a unos niños,
Javier y Marouan, harían que sus abuelos, Manuel y Alí, así como sus amigos de
residencia de ancianos, disfrutasen esa Navidad con nuestros regalos.
Y no hubo ninguna mala
cara, pues todo había sido pensado por y para nuestros mayoress, que tanto se
han desvelado por sus hijos, nietos, que tantos y tan fantásticos momentos han
regalado de su vida.
Cuando regresamos a casa,
Javier me miró y simplemente me dijo una palabra
: -¡Bien!.
Y fui muy feliz.
Fdo.: María Jesús Cañamares Muñoz
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