... frecuentar la ONCE. Por aquella época aprendió a leer y
escribir en inglés, y dio alguna conferencia sobre la sordoceguera en Badajoz
(su habla todavía era inteligible).
El 1985 fue un año decisivo, pues la ONCE le pagó la
asistencia a la primera Conferencia Europea de Sordociegos, donde descubrió el
mundo de los guías intérpretes, especialistas que actúan de enlace entre los
sordociegos y el mundo exterior. Allí se hizo una pregunta clave: "Si
otros pueden, ¿por qué yo no?". Elaboró entonces un proyecto de atención
para las personas sordociegas que la ONCE aceptó, lo que implicaba trasladarse
a Madrid y comenzar una vida nueva, laboralmente activa. Tal horizonte llenó de
optimismo al matrimonio, que decidió tener un hijo. El embarazo y el parto
discurrieron sin problemas, pero el niño falleció a los dos días de nacer.
"Nunca", me contaría Daniel, "pudimos explicarnos esta
tragedia".
Una vez en Madrid, y con Asun convertida ya en su guía
intérprete, se dedicaron en cuerpo y alma al trabajo. El programa fue creciendo
dentro de la ONCE, pero la relación entre ellos se deterioró, posiblemente,
dice, por el hecho de trabajar juntos y de llevarnos los problemas y las
tensiones a casa. El caso es que se divorciaron y ella se marchó a Inglaterra.
Tras valorar la posibilidad de regresar a Barcelona, donde
vivían sus hermanos (sus padres ya habían fallecido), Daniel, resuelto a sacar
adelante el proyecto que le había conducido a Madrid, decidió permanecer en
esta ciudad, pese a no conocer a nadie en ella. Alquiló un apartamento de
soltero cerca del Centro de Recursos Especiales Educativos de la ONCE, donde
trabajaba, e intentó llevar una vida normal. Del apartamento al centro de
recursos empleaba 20 minutos, que recorría cada día dos veces, una de ida y
otra de vuelta, con la ayuda exclusiva del bastón. Las personas ciegas se
orientan especialmente a través del oído. Los sordociegos, en cambio, sólo
cuentan con el tacto. Excepcionalmente sensible a los estímulos externos
relacionados con este sentido, a veces se guiaba por el roce del Sol en la
cara. A primera hora de la mañana, sabía que el Sol se encontraba al Este, de
forma que si se extraviaba, lo buscaba con su rostro. Para personas como
Daniel, el Sol es de una gran ayuda excepto al mediodía, cuando se encuentra en
el cenit. Al llegar a los semáforos, sacaba del bolsillo una "cartulina de
comunicación" que colocaba en alto y en la que ponía: "No oigo ni
veo. Si puede ayudarme a cruzar, agárreme de este brazo. Gracias". Siempre
lleva encima varias tarjetas de este tipo, una para cada situación. No es raro
que la gente, mientras le ayuda a subir al autobús o a cruzar la calle, le
hable. Yo mismo, durante el tiempo que pasé con él, podía aceptar que estuviera
sordo, o que estuviera ciego, pero no me acostumbraba a que tuviera los dos
problemas al mismo tiempo. De otro lado, la ceguera es, en la mayoría de los
casos, una carencia evidente, pero no hay ningún indicador externo de la
sordera. A veces, en los pasos de cebra, que suele cruzar solo, levantando el
bastón para avisar a los automovilistas, se acercan a él personas que le
preguntan si pueden ayudarle y que, al no recibir respuesta, le toman por un
maleducado.
Del olfato recibe una ayuda relativa, pues el olor, dice,
deja de percibirse cuando es siempre el mismo. "La única forma de
averiguar si he llegado realmente a mi casa", añade, "es ver si
encaja la llave". Me cuenta, sin embargo, que en una ocasión se perdió y
percibió un olor a café procedente de un bar en el que entró y, con una de sus
"tarjetas de comunicación", pidió que llamaran a Yolanda de los
Santos, su actual guía intérprete, para que fueran a buscarle.
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