El mundo en sus manos
JUAN JOSÉ MILLÁS 03/02/2008
Daniel Álvarez no sabe cómo es el mundo que le rodea. Jamás
ha visto el rostro de su mujer o de su hija. Ni siquiera ha escuchado su voz.
Es ciego y sordo, pero ha logrado llevar una vida normal. Trabaja en la ONCE y
es presidente de la Asociación de Sordociegos de España. Viaja, asiste a
congresos internacionales y juega con su hija. Sus cinco sentidos están
localizados en sus manos. Atrapado dentro de su cuerpo, sin conexión con el
exterior, ha aprendido a valerse por sí mismo y se comunica con los demás por
medio del tacto. Él inaugura Vidas al límite, la nueva serie de Juan José
Millás para El País Semanal.
He aquí el relato de una peripecia personal extraordinaria,
la de Daniel Álvarez, que, sordo desde los cuatro años y ciego desde los
treinta, ha logrado construirse una identidad y una vida que llamaríamos
normales, si "lo normal" no nos pareciera tan opaco. Casado con Helen
y padre de Natalia, una niña de cinco años, Daniel despliega una intensa
actividad profesional que le obliga a viajar con alguna frecuencia dentro y
fuera de España. Jefe de la Unidad Técnica de Sordoceguera de la ONCE (que
ocupa a 16 personas), además de presidente de la Asociación de Sordociegos de
España, posee la medalla Anna Sullivan, que es la condecoración más prestigiosa
y antigua en reconocimiento al esfuerzo realizado a favor de las personas
sordociegas.
Aunque Daniel está siempre en el interior de su cuerpo (como
cualquiera de nosotros, por otra parte), el hecho de que ni oiga ni vea nos
obliga a tocarle (como el que llama a una puerta) para hacerle saber que
estamos ahí. Hay personas especializadas en tocar a los sordociegos,
intérpretes que deletrean sobre la palma de su mano las palabras del
interlocutor con un sistema llamado dactilológico, que Daniel ha perfeccionado
con elementos procedentes de la lengua de signos, alumbrando un método nuevo al
que denomina Dactyls. Existe otra forma de comunicarse con él: a través del
correo electrónico, pues posee un ordenador adaptado que tiene, bajo el teclado
convencional, una línea braille que traduce a este idioma el texto que aparece
en la pantalla visual.
Gracias a este avance tecnológico, pudimos mantener una
correspondencia por la que averigüé que había nacido, mediado el siglo pasado,
en Olivenza (Badajoz), donde sus padres tenían un negocio de zapatería. Como
tres de sus hermanos (son cinco), perdió el oído a causa de la estreptomicina,
que en los años cincuenta se administraba sin control. Tanto sus hermanos como
él son orales, lo que significa que, pese a no oír, aprendieron a hablar. A
Daniel no resulta fácil entenderle a menos que estés muy familiarizado con su
dicción, que ha perdido con el paso de los años una calidad que recuperaría
recibiendo clases de logopedia para las que dice no tener tiempo. Al no oírse a
sí mismo, su voz sólo está dirigida por su cerebro, de modo que ignora si habla
alto o bajo, deprisa o despacio. Él afirma humorísticamente que las reuniones
con los jefes le han estropeado el habla, porque siempre tienen prisa.
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