El Patio de mi casa es
particular, cuando llueve se moja como los demás; pero para mí, este patio es el más hermoso lugar del mundo. En él
me dejo acariciar por los rayos del sol que en otoño me dan un calor suave y
grato. En él juego con la nieve del invierno, creando las figuras más graciosas
y dispares. En mi patio riego las rosas, gladiolos, tulipanes, claveles y demás
plantas en el verano. Y en ese patio recibo, ansiosa y alborotada
a la Primavera que me trae las fragancias intensas de las flores, o el
canto del ruiseñor, que me deleita y me llena el corazón de amor y alegría.
Un día, sin saber porqué, dejo de
oir esas dulces melodías. Me siento triste, vacía, porque no sólo no oigo al
ruiseñor, sino que sin razón aparente me sumo en un terrible silencio que ni
siquiera me permite escuchar el ruido de la máquina de cortar el césped que en
otro tiempo me molestara tanto, siendo motivo de escaramuzas con Javi, nuestro jardinero, a quien pedía que se la llevara de mi vista. ¡El
doctor afirma mi sordera, irreversible, que al parecer es provocada por una
bacteria dentro del oído interno! ¡Horror, voy a morirme de pena sin poder oír
nada! NO puedo hablar con nadie, el ruiseñor ya no canta, o yo no lo oigo!...
Han pasado dos meses; me han intervenido implantándome algo rarísimo en
la cóclea y en el cerebro. Estoy convaleciente, sentada en una hamaca, en mi
patio. De repente, escucho, allá en lo alto, un pío, pío inolvidable que reconozco
inmediatamente y mi corazón da un brinco: ¡El ruiseñor, es mi ruiseñor que me
saluda y al que oigo gracias al implante coclear!
Me levanto de un salto, con
lágrimas en los ojos, y grito emocionada:
¡BUENOS DÍAS, RUISEÑOR; GRACIAS A TI Y A LA VIDA SÉ QUE HE SALIDO DEL SILENCIO
¡BUENOS DÍAS, RUISEÑOR; GRACIAS A TI Y A LA VIDA SÉ QUE HE SALIDO DEL SILENCIO
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