miércoles, 13 de noviembre de 2024

El día a día de una luchadora sordociega de Cuenca que nunca deja de aprender

María Jesús Cañamares vive en su pueblo, Jábaga, con su madre. Allí da paseos, lee, escribe, escucha la radio y continúa su aprendizaje, algo que ha marcado su vida de superación.

Entrevista de la Cadena Ser, día 12 de Noviembre de 2024


Cuenca-Faltan unos minutos aún para las cinco de una tarde de otoño en la que ya se nota la bajada de temperaturas del mes de noviembre. Hace sol y Carmen y su hija María Jesús Cañamares (Jábaga, Cuenca, 1963) aprovechan para pasear por las calles de su pueblo, Jábaga, a poco más de diez kilómetros de Cuenca capital. “De lunes a viernes paseamos juntas porque los fines de semana me voy a andar con mis amigas y hacemos paseos más largos”, dice María Jesús.

Nos sumamos a ese paseo por la calle de San Roque, muy cerca de su domicilio, “que llega hasta el colegio de los niños y el camino de Chillarón”, dice Carmen, y charlamos con ellas sobre la vida de superación de María Jesús, nacida ciega en este pueblecito.

“Mi madre lo ha supuesto todo para mí, ha sido bastante protectora, no ha querido separarse de mí y cuando me llevaron al primer colegio con 9 años, a las dos nos costó mucho la separación”, cuenca María Jesús. “Ahora es mi compañía, mi guía, mi protectora. Es mi madre”.

Sordociega

Además de ser ciega de nacimiento, a María Jesús, a los 11 años, cuando ya estudiaba en un centro especial para niñas invidentes que gestionaban las monjas Franciscanas en Valencia, un fallido tratamiento con antibióticos para una gripe dañó su nervio auditivo y la dejó sorda. Desde entonces su vida ha sido una constante superación. La vista no la ha recuperado, pero el oído sí, gracias a los audífonos primero y a los implantes cocleares ahora.

“Es algo que no podré olvidar. Fue un trauma”, recuerda. “Mi vida cambió muchísimo, no pude seguir los estudios en Valencia y pasé a otro colegio de la ONCE en Alicante. No había intérpretes, no había mediadores, nada, pero los profesores se volcaron y con sus herramientas y su vocación pude seguir los cursos hasta octavo”.

“Como la vista nunca supo lo que era, la ceguera no lo ha llevado tan mal como perder el oído”, apunta su madre, “que le sobrevino ya con otra edad, se daba más cuenta. Es el palo más grande que le han podido dar”.

La ONCE

“La ONCE me lo ha dado todo”, destaca María Jesús, “desde la educación en sus colegios a la Fundación de Personas Sordociegas que gestiona todos los recursos, humanos y técnicos para hacernos la vida más independiente”.

Tras salir del colegio de Alicante a los 18 años, María Jesús volvió a Jábaga con su familia. “Mi madre no quería que vendiera cupones”, dice. Ese tiempo lo aprovechó para seguir leyendo en braille. Incluso la ONCE le ofreció un trabajo como monitora de braille en la agencia de Cuenca durante tres años. “Después estuve copiando libros de braille viejo a brille nuevo, pasé varios años en un piso tutelado en Madrid donde aprendí el uso de internet”, relata.

El día a día

El día a día actual de María Jesús es acompañar a su madre en un centro de día de Cuenca donde pasa la mañana y las primeras horas de la tarde. “La acompaño para no quedarme sola en casa y así estamos juntas aunque yo allí me aburro”, dice. “Al menos tengo la lectura”. “Se le van a gastar los dedos de tanto leer”, matiza su madre.

Leer y escribir

A María Jesús le gusta leer sobre todo novela romántica, teatro. Cuando nos encontramos con ella dice que está leyendo Retrato en sepia de Isabel Allende.

Además, le gusta escribir. Ha ganado varios concursos de relatos convocados por el Consejo Territorial de la ONCE en Castilla-La Mancha y dos veces el Concurso Europeo de Redacción sobre Braille. Y el más reciente: el segundo premio del VIII Concurso de Relatos cortos de la Asociación de Hipoacúsicos de Huesca. También tiene publicado el libro Relatos y punto que editó la Diputación Provincial de Cuenca.

Y le gusta escuchar la radio, “os escuché en el programa especial que hicisteis aquí en Jábaga”, nos dice, y la música, “sobre todo las baladas de Camilo Sesto y de los grupos de mi época como Los Puntos, Los Brincos o Fórmula V”. 

https://cadenaser.com/castillalamancha/2024/11/12/el-dia-a-dia-de-una-luchadora-sordociega-de-cuenca-que-nunca-deja-de-aprender-ser-cuenca/




sábado, 23 de diciembre de 2023

¡Feliz Navidad y próspero año nuevo! y Pasapalabras navideños

 En estas fiestas que se aproximan, no puedo dejar de saludaros y desearos todo lo mejor a cuantos seguís mi blog o participáis en él. Y como regalo, os mando dos juegos de pasapalabra hechos por mí, de modo que igual no tienen mucha gracia pero la intención es lo que vale. ¡Feliz Navidad y próspero año nuevo!


Pasapalabras navideños

A: objeto con el que se simboliza la Navidad y al que se adorna : Árbol de Navidad.

B: Ciudad donde nació el Niño Jesús: Belén

C: Fruto seco que se suele comer asado durante la Navidad: castañas.

D: Postres o comida que ingerimos sobre todo en las Navidades: dulces

E: Nombre del mes con el que estrenamos Año: Enero

F: Forma en la que expresamos a familia y amigos nuestros mejores deseos por Navidad: Felicitaciones

G: Contiene la letra g: conjunto de dulces y golosinas que ofrecemos a quienes vienen a casa para cantar villancicos y pedirnos el.... ¡aguinaldo!

H: Frutos que dejamos secar y después comemos en Navidad: higos

I: sentimiento con el que esperamos la llegada de los reyes magos: ilusión

J: Nombre del marido de la Virgen María: José

K: Contiene la K: bebida alcohólica que podemos ofrecer o regalar en Navidad: whisky

L: Precede a la Navidad y a algunos los hace millonarios: lotería

M: Dulce navideño muy típico de Toledo: mazapán

N:  Nombre del personaje que nos visita el 25 de diciembre y trae regalos: Noel

Ñ: Contiene la letra Ñ: finaliza el 31 de diciembre a las 12:00 de la noche: año

O: metal Muy valioso que regalaron los reyes al niño Jesús cuando nació: oro

P: Instrumento musical redondo que se golpea con la mano para acompañar el canto de los villancicos: pandereta

Q   nombre o apelativo cariñoso con el que se denominaba también al niño Jesús: querubín.

R: Canta las 12  campanadas para anunciar el año Nuevo:  reloj

S: condimentos o complementos para acompañar las carnes o pescados en Navidad: salsas

T: Dulce indispensable y preferido en Navidad: turrón

U: Fruto cuyo grano se come al son de las campanadas de Nochevieja: uva

V: Canciones o músicas propias de Navidad: villancicos

X: Contiene la x: Eventos  donde se muestran los belenes: exposiciones

Y: Contiene la Y: personajes que nos visitan el 6 de Enero y traen regalos: reyes

Z: prenda que debemos dejar en las ventanas para que los reyes nos obsequien: zapatos


A: Acto de los reyes magos en el portal de Belén: Adorar.

B: Nombre del Rey Negrito: Baltasar.

C: Instrumento musical de percusión formado por dos piezas de madera unidas por un cordón, que acompañan el canto de villancicos: castañuelas.

D: Número de granos de uva que debemos comer en nochevieja para despedir el año: doce.

E: Comida formada por varias frutas o verduras que acompañan los platos fuertes en Navidad: ensaladas.

F: Se dice del ambiente de la Navidad: festivo

G: Nombre de uno de los 3 reyes magos: Gaspar.

H: Sale de las chimeneas de las casas al encender lumbre: humo.

I: Planta aromática que regalaron los reyes magos al niño cuando fueron a adorarlo: incienso.

J: Ruido que se arma cuando en una casa nos untamos muchos para celebrar las Navidades: jaleo.

K: Unidad de valor del oro que regalaron los reyes a Jesús: kilates.

L: Se encienden muchas para iluminar plazas u hogares en estas fiestas navideñas: luces.

M: Producto comestible sobre todo en Navidad hecho con manteca, harina, huevo levadura y azúcar: mantecado.

N: Fenómeno meteorológico que suele aparecer por Navidad y cubre de blanco el paisaje: nieve.

Ñ: Contiene la ñ: sentimiento de nostalgia al recordar a los seres que ya no están y que se agudiza más en Navidades: añoranza.

O: Representante de la Iglesia Católica que oficia la Misa de Año Nuevo en algunas Catedrales: obispo.

P: Lugar donde depositaron María y José al Niño cuando nació y que contenía paja: pesebre.

Q: iambre hecho con leche de cabra, oveja o vaca que sirve de entrante para la cena de Nochebuena: queso.

R: Especie de aro grande, con adornos confitados típico del día de Reyes: roscón

S: Molusco o pescado que solemos poner en la mesa por Navidades: sepia.

T: Persona que se dedicaba a tocar un instrumento musical de percusión y que dio nombre a una canción compuesta por Raphael: tamborilero

U: Número total de fiestas navideñas que tiene el año: una.

V: Lugar donde se cultiva la uva: viña.

X: Se dice de un lugar desconocido para nosotros donde vamos a pasar la Navidad: extraño.

Y: Contiene la Y. palo o bastón gordo que usaban los pastores para retener a las ovejas en el camino hacia Belén: cayado.

Z: Objeto que debemos poner bajo la chimenea para que papá Noel nos deje regalos: zapatilla.    


jueves, 21 de diciembre de 2023

REGÁLALE SUERTE

En una pequeña ciudad de España, llamada Cuenca, donde casi todo el mundo se conocía, vivía una mujer generosa y buena llamada Pilar.

Aquel 21 de Diciembre se levantó muy temprano. Tenía mil cosas que hacer, entre ellas, llevar consuelo a los enfermos crónicos del hospital. O comprarse su sobrio aguinaldo para regalarse un poquito de placer esas Navidades. No mucho alboroto; hacía años que había perdido parte de la ilusión por estas fiestas, que habían sido felices y entrañables hasta que murieron sus padres en accidente de tren y la dejaron

completamente sola. Tenía entonces 20 años y hubo de ponerse a trabajar en casas de familias adineradas para poder subsistir. Gozaba ahora de poca salud y menos dinero, ya que nadie había cotizado por ella. ¡Y menos mal que no era caprichosa! Por eso aún le alcanzaba su pensión para dar alguna limosna los domingos en la iglesia.

Iba embutida en su abrigo gris, muy deteriorado por el uso. Unas botas negras que le llegaban hasta media pierna. Bufanda y guantes del mismo color y el pequeño bolso con fruta o monedas que regalaba al más necesitado. Andaba deprisa por evitar que los copos de nieve cada vez más copiosos le impidieran llegar a su destino. Y, al pasar por un oscuro callejón, oyó algo que la hizo volverse asustada. Primero le pareció un balido de cordero, pero al escuchar con atención lo descartó. Se dirigió hacia el lugar de procedencia del lamento y sus ojos toparon con un bulto cubierto por mantas pequeñitas. Con mucho miedo por lo que pudiera encontrar, quitó las dos prendas que lo tapaban y bajo ellas tocó a una criatura recién nacida.

La señora Pilar, emocionada y llena de ternura, lo
tomó en sus brazos y cubriéndolo de besos lo metió entre sus ropas. Aun sin saber bien qué haría con él, lo primero que se le ocurrió fue vaciar el bolso y dejarlo abierto por si alguien quería ayudarle a sacar adelante esa vida nueva.

A cada transeúnte que encontraba, le decía:

-Regálale suerte.

Unos pasaban sin prestarle atención siquiera; otros la miraban con cara de pocos amigos, sospechando que les tomaba el pelo con bromas de mal gusto. Otros, los menos, observaban al bebé con la incertidumbre reflejada en sus ojos, como preguntándose qué clase de suerte pedía la anciana para él.

El recién nacido lloraba nervioso, buscando aquel pecho materno sin encontrar alimento. Y esos nervios se los transmitía a Pilar, que, junto al llanto de él, sentía el desprecio y la dureza de corazón de la gente que se cruzaba por el camino. Algunos echaban al bolso una moneda. Pero ella sabía que no podría servir para mucho. Sí compraría biberón y leche con lo que le dieran aquellos donativos, pero… ¿y la ropa, el calzado? ¿Y papillas, ropa de cuna? ¿Y la cunita?

¿Pero qué decía? ¿Acaso ella podía criar y cuidar de ese niño, a su edad y con lo poco que ganaba? ¡Imposible! Lo llevaría a un orfanato. Pero… ¿quién lo cuidaría como ella lo cuidaba ahora? ¿Y si se moría allí de frío, de hambre, de… soledad?

Ya no podía más. Había andado mucho y el benjamín lloraba a gritos. Así que iría a comprar lo imprescindible y se lo llevaría con ella a casa por el tiempo que pudiera. Al pasar junto a una administración de lotería, enseñó al dueño lo que llevaba bajo su abrigo y le pidió:

-Regálale suerte, tú puedes.

El hombre soltó una carcajada y negó con la cabeza. Ese niño no tenía edad para jugar a la lotería y seguramente si le tocaba algo, la beneficiaria sería ella.

Pilar, impulsada por la rabia ante aquel juicio infundado sobre su persona, tiró 20 euros en el mostrador con toda la fuerza de que fue capaz, pidiendo inmediatamente un décimo. Lo recogió con asco de las manos del lotero pero su corazón albergaba la esperanza de que Dios la compensara por haber recogido a ese ser indefenso. Marcharon a casa. Lo lavó a conciencia, le dio a chupar del biberón, y el niño quedó al instante dormido en sus brazos. Una inmensa ternura la invadió por completo. Lo cubrió de besos y caricias, hablándole al oído.

Fuera hacía un frío atroz; la nieve había cesado pero el cielo resplandecía con las estrellas más hermosas. La mujer removió ascuas de la lumbre y echó más leña al fuego. Tenía poca pero no dejaría congelarse a ese pobre bebé.

Al poco rato, le entró un sueño feroz.

Entonces cayó en la cuenta de que ni se había comprado los aguinaldos que pensaba, ni probó bocado en todo el día. No importaba; el mejor dulce con que celebraría las Pascuas sería aquel precioso bebé al que pondría por nombre Mateo. Se acostaron los dos en su cama. Había llenado una bolsa de goma con agua caliente y la puso al lado del recién nacido. Se durmieron ambos profundamente pero a medianoche, el niño lloraba y Pilar se sobresaltó. Nunca había pensado ser mamá y tampoco estaba acostumbrada a que nadie la despertara por la noche con lloros. Era hora de mamar, así que le dio otro biberón y se calmó. Solo podría darle uno al día siguiente, no tenía más leche y en su cabeza daba mil vueltas a la forma de poder comprar provisiones para varios días. No podía desprenderse de aquella víctima del abandono, lo amaba ya como hijo propio, como nieto, como sobrino… ¿Qué grado le daría en su escala familiar? No lo sabía pero eso tampoco importaba mucho.

Aquella noche, soñó que los niños del coledgio de San Ildefonso cantarían la lotería de Navidad al día siguiente, y algún premio se llevaría. No quería el gordo, pero sí un premio para ayudarla un poquito.

El sol radiante del día 22, iluminó y dio calor a la habitación, Pilar se levantó, encendió el fuego, puso la televisión y estuvo pendiente de cada número que los colegiales cantaban. Pasó la mañana y casi al finalizar el sorteo, el gordo, perezoso y tranquilón, se hizo oir. A la anciana le faltó poco para que Mateo se le cayera del regazo. ¡Ni una pedrea!, ¡ni un mísero premio era suyo! Lloró, maldijo del lotero, de su mala suerte; renegó de aquellos niños que no cantaron siquiera el reintegro de su décimo, y de lo injusto que era Dios con ella. Porque para sí, insistía, no quería nada; todo sería para su chico.

Tan enfadada estaba, que optó por no dar ni una limosna más. Iría a la parroquia a enseñar orgullosa al que registraría como hijo, y gastaría hasta su última gota de sangre por él.

Alguna vecina que la apreciaba, o le debía algún favor, se ofrecía para cuidar a Mateo si ella tenía que salir, o le daba ropa de sus hijos para él. Así reducía gastos y aguantaba.

Un día que paseaban los dos por la calle, despacito para que el sol acariciase el rostro del bebé y calentara su ánimo, una mano se posó sobre su hombro, haciéndola girarse, y, al ver al lotero, no pudo reprimir un gesto de desprecio. El hombre fue consciente, y abriendo la manita de la criatura, depositó un papel en ella:

-Toma, pequeñín. A ver si hay suerte y te hago rico.

Pilar miró aquel papel al tiempo que se lo devolvía al dueño de la administración con ira. No lo cogería; antes se lo había negado, así que ahora podía volver a guardárselo.

Pero él insistió:

-Cójalo, ¿no pedía que le regalara suerte? Es para él, un décimo de la del niño.

La criatura se revolvía en sus brazos y parecía decirle: “cógelo, mami, cógelo y no seas rencorosa”…. Y ella le hizo caso.

El día de reyes, a la buena señora se le encogió el alma al despertar y ver que ninguno de los dos tenía regalo en los zapatos. Tomó al niño en su regazo, y le habló así:

-Este año no será, mi amor; pero poco he de poder yo si el año próximo no vienen los reyes a casa y te traen lo que tú pidas.

Iba a apagar la televisión para dormir a Mateo, cuando escuchó:

Primer premio: 2925, premiado con….

No escuchó nada más. Abrazó a la vez el décimo y al niño y lloró todo lo que el alma le permitíó. Lloró de emoción, gratitud, arrepentimiento…

Mateo, sonriente, la miraba y movía sus pequeños labios, como diciéndole:

-Mami: las cosas no son a veces como queremos, ni vienen cuando se nos antoja. Tienes que aprender a esperar antes de precipitarte y maldecir.

Y cuando al día siguiente fueron ambos al Banco para cobrar su merecido premio, todos los que allí se encontraban los felicitaron sinceramente, llenando al niño de caricias y expresando buenos deseos para ambos.

Lo primero que hicieron al salir de allí, fue ir a la Parroquia para confesar ella su arrepentimiento ante el Cura, y ofrecerle el niño al Señor pidiéndole su protección.
María Jesús Cañamares Muñoz



miércoles, 13 de diciembre de 2023

REGALANDO KILOS DE AMOR

En un rincón de la ciudad, oculto entre calles

estrechas y adoquinadas, se ubicaba un hogar de acogida para niños que habían experimentado las espinas más afiladas de la vida. El lugar era un remanso de esperanza, donde los pequeños corazones rotos encontraban la oportunidad de sanar y crecer. Varias cuidadoras atendían a los niños con dedicación, pero entre ellas destacaba Ana, cuya bondad y empatía eran tan vastas como el horizonte.

Ana poseía una mirada llena de comprensión y ternura. Desde el primer día que llegó al hogar, se dio cuenta de que los pequeños necesitaban algo más que cuidados básicos. Habían vivido historias que ni siquiera los adultos deberían enfrentar, y en sus ojos se veía la tristeza que habían conocido desde tan temprana edad.

Aunque todas las cuidadoras jugaban con los niños, Ana sintió en su corazón que debía hacer algo especial. Decidió emprender la misión de darles el amor que tanto anhelaban. Sus días se convirtieron en una danza de abrazos cálidos, risas contagiosas y palabras dulces. Compartía cuentos por la noche, escuchaba sus miedos en la oscuridad y secaba lágrimas con la suavidad de una brisa primaveral. Ana sentía y quería a estos seres indefensos como si fueran hijos propios, y el instinto maternal iba cobrando una fuerza inusitada que la llenaba de

felicidad.

Los niños comenzaron a notar la diferencia. Los días que pasaban con Ana eran como un bálsamo para sus almas heridas. Su amor era como un faro de luz en medio de la tormenta. Los pequeños empezaron a sonreír más, a confiar en el mundo que los rodeaba y a creer en la posibilidad de un futuro mejor. Cuando alguno de ellos la llamaba mamá, no podía evitar que las lágrimas corrieran por sus mejillas. Los niños le preguntaban por qué lloraba y ella les respondía que era un llanto de felicidad por estar con ellos.

Pero la joven no se detuvo ahí. Sabía que el amor no era algo que se pudiera medir en pequeñas porciones. Por eso ella regalaba kilos de amor a diario. Se comprometió con cada uno de los niños de manera única. Conocía los nombres de todos ellos, sus sueños y pesadillas. Escuchaba sus historias con atención y les daba su tiempo sin reservas. Cada día era una oportunidad para sembrar amor y cosechar sonrisas.

Con el tiempo, el hogar de acogida iba transformándose. Los niños, antes retraídos y temerosos, comenzaron a brillar con una luz interior que nadie podía extinguir. Los pasillos resonaban con risas y juegos, como un recordatorio constante de que el amor tenía el poder de sanar incluso las heridas más profundas. Casi todas las travesuras de aquellos inquietos habitantes eran perdonadas por sus guardianes, aunque no se perdían de vista las normas del Centro. Todos sabían imponer el respeto y aceptarlo. Los lazos que se formaron entre Ana y los niños eran más fuertes que cualquier adversidad.

La comunidad también notó el cambio. Los chavales que una vez se habían sentido marginados y solos, ahora eran parte activa de la sociedad. Participaban en eventos locales, compartían sus talentos y llevaban consigo la valiosa lección de que el amor y la solidaridad pueden cambiar vidas.

 El hogar de acogida se convirtió en un testimonio vivo de cómo una sola persona, con un corazón lleno de amor, podía marcar diferencias en el mundo.

Con el paso de los años, los niños crecieron y se enfrentaron a nuevos retos. Pero llevaban consigo el regalo inestimable que Ana les había dado: la certeza de que merecían respeto y felicidad. Cada uno de ellos era un faro de luz en su propio camino, extendiendo el amor y la bondad que habían recibido a otros que también necesitaban sanar.

La historia de Ana y los niños de aquel hogar se convirtió en un cuento de esperanza que contaban de generación en generación.. Y en el corazón de aquel rincón de la ciudad, esa casa seguía siendo un lugar donde los corazones rotos encontraban cariño, donde las almas heridas hallaban refugio y donde las sonrisas florecían como plantas en primavera.

Los años pasaron, pero el legado de Ana solo se sentía realizada cuando pisaba en el hogar de acogida. La historia de su dedicación fue un ejemplo a seguir para todas las cuidadoras que llegaron después.

 Aunque Ana tuvo que retirarse al llegar la edad de

jubilación, y ya no estaba físicamente presente, su espíritu seguía vivo en cada rincón del lugar, en cada risa y cada abrazo.

El hogar de acogida era un espacio de transformación constante, donde niños de todas las edades encontraban un refugio seguro. Cada cuidadora, inspirada por la historia de Ana, emulaba su actitud amorosa y su disposición a brindar cariño en cantidades infinitas. La casa se llenó de canciones alegres, juegos interminables y noches de cuentos que desafiaban las pesadillas con finales felices.

 Uno de los pequeños que llegó al hogar años después de la partida de Ana fue Martín, tímido y reservado, que llevaba consigo las cicatrices invisibles de un

pasado doloroso. Martín no hablaba mucho al principio y su mirada revelaba una mezcla de desconfianza y necesidad de protección. Las profesionales sabían que necesitaba un amor especial, como el que Ana había regalado.

Isabela, una de las más antiguas y apasionadas, decidió asumir la responsabilidad de guiar a este chico en su proceso de sanación. Recordaba la historia de Ana con admiración y estaba decidida a repartir, como ella, su amor incondicional. Día tras día, Isabela compartía su tiempo y su corazón con Martín. Le leía cuentos, escuchaba sus inquietudes y lo alentaba en cada pequeño paso hacia adelante.

A medida que los días se convertían en semanas y las semanas en meses, Martín comenzó a abrirse lentamente. Las barreras que había construido para protegerse se iban desmoronando, revelando al niño curioso que había estado escondido. Isabela continuó brindándole apoyo y amor, y el niño floreció como una planta que finalmente encontró la luz del sol.

El día que sonrió por primera vez, el hogar de acogida se inundó de una alegría indescriptible. Era una sonrisa sincera, radiante, un regalo que Martín había guardado durante mucho tiempo y que finalmente decidió compartir con el mundo. Esa sonrisa fue una chispa de esperanza para todos los niños que aún afrontaban sus propias batallas internas.

 Martín era un ejemplo de transformación para todos. Motivado por el amor que recibió, quiso estudiar psicología para ayudar a otros niños que habían experimentado situaciones difíciles. Así, Se convirtió en un defensor apasionado de la importancia del amor y el apoyo en la vida de los jóvenes, llevando consigo el legado de Ana e Isabela.

Aquel rinconcito escondido, continuó siendo un faro de luz y sanación, recibiendo a niños de todas partes que necesitaban una segunda oportunidad. Las cuidadoras, siguiendo el ejemplo de sus dos compañeras, compartían tiempo y amor sin reservas, sabiendo que cada pequeño gesto podía marcar una diferencia profunda en la vida de un niño.

María Jesús Cañamares Muñoz



miércoles, 6 de diciembre de 2023

¡OÍDOS AL RESCATE!

En el ajetreado pueblo de Sonoville, rodeado de
colinas verdes y campos florecientes, nacieron, se criaron y se divirtieron un grupo de amigos muy peculiares.
Se hacían llamar "Los Sordicornios". No, no eran unicornios sordos, ¡sino hipoacúsicos con gran sentido del humor y una chispa inigualable! Tenían dificultades para escuchar. Pero en lugar de dejar que esto los limitara, habían encontrado formas ingeniosas de disfrutar la vida al máximo y compartir proyectos e ilusiones. Se ayudaban de audífonos o implantes cocleares que les permitían también estudiar o interactuar con el mundo de los oyentes aunque no exentos de dificultades.

Cada uno de ellos poseía dotes especiales para la comedia y una risa contagiosa que alegraba los corazones de todos los habitantes del pueblo. Aunque su audición era limitada en comparación con la mayoría de las personas, los hipoacúsicos habían

desarrollado una sensibilidad increíble para captar las sutilezas del mundo que les rodeaba. Podían sentir el latido de la tierra bajo sus pies, la melodía del viento entre las hojas de los árboles y la sinfonía de las olas rompiendo en la playa. No necesitaban escuchar las palabras para entender las emociones; podían percibir el amor en un abrazo, la tristeza en una mirada y la alegría en una risa.

A veces, algún ignorante les gastaba bromas inoportunas, y, lejos de enfadarse cuando les llamaban malpensados, ellos devolvían la broma con mucha más gracia y picardía, diciéndoles: “NO hay más sordo, que el que no quiere oír”.

En el centro de todas sus travesuras se encontraba Lola, la líder del grupo. De cabellos dorados como el sol, con la sonrisa siempre a flor de labios.

Era hiperactiva, con una creatividad desbordante, aficionada a las bromas sin límites y a inventar aparatos o técnicas que pudiesen ayudarles en su vida cotidiana. Junto a ella estaban Carlos, un chaval de rostro amable, pelo rubio y grandes ojos de mirada
penetrante. Era experto en imitaciones, que podía
recrear cualquier sonido con precisión asombrosa; Marta, avezada en lip-reading, que entendía lo que decían las personas incluso cuando no se daban cuenta de que eran observadas; Marta era la típica niña mimada y llorona que a veces los sacaba de sus casillas porque de repente, sin razón alguna, abandonaba el lugar de reunión dejándolos sin su dulce compañía. 

Todos pensaban que Marta estaba locamente enamorada de Pablo, pero era un amor platónico y sin posibilidades de nada, pues él suspiraba por Lola, algo que también se evidenciaba entre todos. Y por último, Pablo, el “chico bien”, de porte elegante y mente muy despejada. El genio de las señas que podía contar historias enteras y divertidas usando únicamente sus manos. Entre todos había una gran empatía, una
perfecta camaradería que asombraba a la gente del lugar. Sobretodo viéndolos signarse sin poder descifrar sus mensajes. Solo ellos sabían lo que se decían con gestos y risas.

La lengua de signos era su idioma materno y estaban dispuestos a enseñarla a quien quisiera aprenderla
pero a los vecinos que oían bien les resultaba algo casi imposible de manejar. Solo algún alumno de la escuela se apuntó a estas clases que, de forma altruista, impartía Pablo en la parroquia.
Lola presumía aquella tarde de su último invento, y los llamó por whatssap para probarlo juntos. Se trataba de un "Teléfono de Vibraciones".

El dispositivo contaba con mango en un extremo y un sensor en el otro. Cuando alguien hablaba en el sensor, las palabras se convertían en vibraciones que se transmitían a través del mango. Era una forma perfecta de comunicarse, y tuvo gran éxito entre los amigos.

Un día, en el mercado de Sonoville, los Sordicornios estaban reuniéndose para planear su próxima gran hazaña cómica. Se habían enterado de que el
alcalde organizaría un concurso de talentos con el objetivo de recaudar fondos para el nuevo hospital del pueblo.

¡Era la oportunidad perfecta de mostrar al mundo su destreza y, al mismo tiempo, hacer reír a todos hasta que les dolieran las barrigas!

Después de horas de discusiones, finalmente se decidió que Carlos realizaría una actuación consistente en imitara a animales que dejaría a todos boquiabiertos.

Marta se encargaría de traducir las palabras de los jueces con su habilidad de lectura de labios y sorprendería a todos al revelar lo que realmente estaban pensando. Pablo cerraría el espectáculo con una historia épica contada únicamente con sus elegantes movimientos de manos.

La noche del concurso llegó y el teatro rebosaba de asistentes y emoción. Los Sordicornios, listos para hacer su entrada triunfal. Carlos salió al escenario y comenzó su imitación de animales. Los sonidos de elefantes, leones y vacas llenaron el aire mientras la audiencia estallaba en sonoras carcajadas.

Marta capturó las expresiones de los jueces y reveló sus comentarios más hilarantes. ¡La gente no podía creer lo que estaba escuchando!

Llegó el turno de Pablo. Con gracia y maestría, contó la historia de un caballero valiente que luchó contra dragones usando solo sus manos. Las luces se oscurecieron y un proyector iluminó el escenario con sombras que representaban la historia. El público estaba hipnotizado y reía a pleno pulmón ante la creatividad de Pablo. Ellos sabían, porque lo notaban en las miradas de la muchedumbre, que aquella noche sería recordada por todos como una noche mágica donde se aprendió mucho acerca de la hipoacusia.

Finalmente, los Sordicornios se recuperaron en el escenario para su gran final. Tomaron una gigantesca pancarta que decía "¡Los Sordicornios hacen
del mundo un lugar más ruidoso y divertido!" y la sostuvieron en alto mientras recibían una ovación de pie.

El alcalde, riendo sin poderse contener, les entregó el premio principal: un megáfono muy grande que decía "Héroes del Humor". Realmente, el Edil nunca imaginó tener entre sus vecinos a alguien que, teniendo dificultades auditivas y de Lenguaje, pudiera ser capaz de hacerles pasar unas horas tan amenas.

Con su nuevo megáfono, los Sordicornios se cerraron en leyendas locales. Organizaron espectáculos cómicos en todo el pueblo y con ellos recaudaron fondos para causas benéficas. Sus voces resonaron aún más fuerte por las calles de Sonoville, recordándole a todos que el humor podía unir a las personas sin importar sus diferencias.

Y así, en medio de risas y ocurrencias, los chicos demostraron también que la amistad y la diversión pueden vencer cualquier obstáculo. En un mundo lleno de sonidos y silencios, encontraron una forma única de conectar con los demás y hacer de su comunidad un lugar más alegre. Porque al final del día, la risa era el idioma universal que todos podían entender, sin importar la cantidad de decibeles en el camino.

María Jesús Cañamares Muñoz



miércoles, 29 de noviembre de 2023

VISIONES COMPARTIDAS

En el bullicioso corazón urbano, Ana, una joven fotógrafa apasionada por su arte, se encontró con aquella oportunidad que cambiaría su vida y resonaría en los corazones de muchos.

La ciudad estaba adornada con carteles de un

concurso de fotografía bajo el tema "Reflejos de la Vida". Ana, con su cámara en mano y ojos curiosos, decidió participar. En un día soleado, mientras paseaba por las calles empedradas, su lente capturó una imagen que iba más allá de la superficie. En un charco de agua que yacía sobre el pavimento, vio reflejados los rostros sonrientes de niños jugando en un parque cercano.

La fotografía que había tomado era un testimonio visual de la alegría e inocencia que aún perduraban en medio del bullicio urbano. Presentó su obra con el título "Espejos de la Felicidad", y pronto se convirtió en un finalista del concurso. Sin embargo, lo que sucedió a continuación fue mucho más profundo y conmovedor de lo que ella podría haber imaginado.

Un día, mientras recorría la exposición de las obras finalistas, Ana escuchó una voz suave que resonaba detrás de ella. Se volvió para encontrarse con María, una mujer ciega que exploraba las fotografías con sus manos. Ana sintió una oleada de empatía y curiosidad. La mujer le confesó que había perdido la vista en un accidente, pero su amor por el arte visual seguía intacto. Ella también había sentido la belleza de las imágenes a través de los sentidos restantes.

Un lazo nació entre las dos mujeres. María compartió sus experiencias y cómo había aprendido a "ver" de manera diferente, interpretando las descripciones y emociones que las obras evocaban. Ana quedó fascinada por la perspectiva única de María y su capacidad de encontrar significado en lo invisible para la mayoría. Pronto, decidieron colaborar en una serie de fotos que María describiría a través de sus palabras, permitiendo que los que no podían ver compartieran su visión.

La colaboración entre las dos mujeres resonó en el corazón de la ciudad y más allá. Juntas, crearon una exposición llamada "Visiones Compartidas", donde cada imagen iba acompañada de una narración vívida de María. La muestra no solo destacaba la calidad artística de las fotografías, sino que también celebraba la conexión entre dos personas que habían encontrado una manera única de explorar la belleza del mundo.

El ritmo narrativo de su historia se convirtió en una danza armoniosa entre la visión y la descripción, la imagen y la palabra. Las personas que asistieron a la exposición se vieron inmersas en una experiencia sensorial que desafiaba las percepciones convencionales. La coherencia argumental se entrelazaba con cada imagen y narración, formando un mosaico de significados que trascendía las limitaciones físicas.

La exposición también defendía valores fundamentales como la inclusión, empatía y la apertura a nuevas perspectivas. Esa conexión entre Ana y María era un testimonio de cómo la colaboración y comprensión mutua podían romper barreras aparentemente insuperables.
María Jesús Cañamares Muñoz